Madrid está revolucionado. Los turistas comienzan a llegar y las calles se han llenado de vida. Es martes por la tarde. Los días son largos y el sol cae con posterioridad. ¡Qué gustazo! Hoy es noche de teatro. El Teatro Lara nos recibe con los brazos abiertos. Vamos a ver una función que nos invita a cenar, porque no hay nada como hacerlo A mesa puesta.
La obra está dirigida por Nacho Redondo. Conozco su trabajo y debo reconocer que, en parte, por eso he venido. La sala Lola Membrives nos acoge en su intimidad. Juanan Sáez – Raúl en la función– nos espera. Está inquieto, preparando la mesa. Sus amigos van a venir a cenar. Dicen que los amigos son la familia que escogemos, pero las reuniones familiares pueden llegar a ser complicadas.
Raúl se ha comprado una casa en las afueras. Quiere alejarse del caos de la ciudad y también del ruido. Por ello, y para celebrar el comienzo de una nueva etapa, invita a sus amigos de toda la vida a cenar. El tiempo ha pasado, sus vidas han cambiado. Parece una ocasión perfecta para reencontrarse. Sin embargo, el saber estar, la cortesía y la falsa educación ocultan lo que de verdad opinan. Lo peor es que se verán obligados a confesar sus pensamientos en juego inesperado. ¿Y qué pasaría si sólo pudiéramos decir la verdad?
Pego un brinco de mi asiento. ¿Pero esto qué es?; espeta mi subconsciente. La obra ha comenzado. La primera invitada, Edurne Montaña, ha llegado. Se han dicho hola, pero sus pensamientos han gritado otra cosa. Después, aparecen Saray Casares e Irene Carnero. Aparentan felicidad, alegría por reencontrarse con sus amigos, pero la realidad no es esa. Están desquiciadas. Por último,– y gracias a Madonna– aterriza el punto conciliador de la obra, Kino Gil. Este sí dice lo que piensa. Pero la situación está a punto de estallar.
La mesa está puesta y sobre ella, tres tipos de ensaladilla y una tortilla semicruda que insulta la reputación de la gastronomía española. La conversación fluye entre temas a medio tratar y otros sin abrir ni cerrar. Nadie quiere decir lo que siente, pero lo gritan sin que los otros se entere. El público está nervioso, expectante: ¿Es qué nadie va a decir nada? ¿Tan falso es el ser humano?; me pregunto.
Entonces, Raúl explota en un punto de patología nerviosa. Vamos a jugar a un juego, y hasta que alguien no diga la verdad sobre lo que piensa, no saldréis de aquí. No hay cobertura y vive en medio de la nada. Si yo estuviera en el lugar de ellos, posiblemente también pensaría que me iba a matar. No obstante, hasta que la situación no llega al límite, ninguno dice lo que siente. Y qué jodido. Porque los límites son peligrosos y cuando los rebasas, las formas no son las que deben ser. Hay muchas formas de decir las cosas.
A mesa puesta es una reflexión sobre el narcisismo del ser humano, sobre el peligro de soportar una situación insostenible y sobre la cortesía teñida de hipocresía barata
A mesa puesta es una reflexión sobre el narcisismo del ser humano, sobre el peligro de soportar una situación insostenible y sobre la cortesía teñida de hipocresía barata. La obra trasciende sobre picos álgidos de dramatismo extremo que obliga al espectador a no pestañear. Cada frase, cada gesto y cada mirada desvela la diferencia entre lo que somos y lo que muchas veces querríamos ser.
Sorprende, es fresca y lo mejor de todo, no agota. Consigue que te vayas a casa pensando en los actores y en la historia de sus personajes. Y no solo eso, sino que provoca que te pongas en su misma tesitura y que te cuestiones sobre lo que harías o dirías si tú fueras uno de los personajes.
A mí me ha dejado un vacío en el corazón. Porque francamente, yo no sé qué es lo que haría.
Cada martes a las 20:15h en el Teatro Lara.
Ficha técnica
Reparto: Irene Carnero, Saray Casares, Kino Gil, Edurne Montaña y Juanan Sáez.
Autoría y dramaturgia: Nacho Redondo.
Ayudante de dirección: Irene Ferradas.
Escenografía: Nave13 interiorismo.
Vestuario: María Piquero.
Iluminación y sonido: Ignacio Conejero.
Diseño de iluminación y vestuario: Felype R. De Lima.
Diseño cartelería: Natxo Núñez.
Fotografía: Manuel Pozo.