El suceso trágico ocurrido en Noruega no es la primera vez que se adapta al cine. Este mismo año, el director Paul Greengrass (Bloody Sunday, Capitán Phillips…) conocido por hacer películas basadas en hechos reales, realizó 22 de julio que cuenta la historia de cómo sucedió el atentado. Utoya. 22 de julio, a diferencia de la anterior, se centra exclusivamente en el tiroteo de la isla de Utoya.
La proyección de Utoya. 22 de julio tuvo lugar en los famosos y concurridos cines Renoir, situados en Princesa. Celebridades y críticos de cine llenaron la sala para ver una cinta distinta y que había obtenido buenas críticas por su paso en los festivales de cine. A punto de comenzar la película, la señora que tenía detrás de mí, dijo en voz alta y para sí misma algo así: “Me voy a poner detrás porque sé que esta película me va afectar mucho”, la mujer no se equivocaba.
Utoya. 22 de julio es un largometraje en permanente tensión y suspense, sabemos los hechos reales que sucedieron en Noruega, pero no sabemos cuál va a ser el porvenir de los protagonistas y es, justamente por eso, que la cinta funciona.
La película comienza con imágenes reales de la explosión producida en Oslo, minutos antes del tiroteo en la isla de Utoya. Con lo cual, la inclusión de esos vídeos y testimonios nos revela el realismo con el que va a ser tratada la historia. Después de este montaje inicial, pasamos directamente a conocer a los protagonistas de la historia, es decir, los jóvenes que se encuentran en el campamento del partido laborista en la isla.
Diez minutos son suficientes para conocer y empatizar con los personajes, conocemos sus metas en la vida, su forma de ser. Es decir la presentación de los protagonistas está muy conseguida, porque aun siendo corta, permite captar el ambiente juvenil del lugar.
Diez minutos son suficientes para conocer y empatizar con los personajes.
Los 71 minutos restantes representan la duración real del tiroteo. Durante todo ese lapso de tiempo, los protagonistas trataran de huir, esconderse y ayudar a personas heridas, todo ello sin hacer el menor ruido.
El gran acierto de la cinta es que el director, Eric Poppe, decide utilizar la cámara en mano e incluso imitar movimientos con ella, como si el espectador estuviera en esa isla. Es gracias a ese sentimiento de inclusión en la tragedia que hace que el viaje por los infiernos sea angustioso, tenso y provoque en el espectador escalofríos.
Eric Poppe, decide utilizar la cámara en mano e incluso imitar movimientos con ella, como si el espectador estuviera en esa isla.
En mi caso, mientras que veía la película se me puso en numerosas ocasiones la piel de gallina, al imaginar que tal cosa me llegase a suceder.
Mención especial para la actriz protagonista (Andrea Berntzen) que hace una de las actuaciones más físicas del año. La actriz hace de todo, sufre, corre, se mete en agua congelada, canta y transmite el terror de la incertidumbre de una manera poco antes vista.
El sonido también es destacable, porque el verdadero terror proviene de la imaginación de lo que escuchan los jóvenes. Oyen los disparos pero no ven lo que pasa, y eso es un elemento fundamental para crear la tensión de la película.
El sonido es un elemento fundamental para crear la tensión de la película.
Es una cinta recomendable para aquellos que quieran pasar un rato entretenido y con tensión en el cine. La película desde que comienza hasta que termina no aburre y te sorprende. Os animo a ir a verla y pasar un buen “mal” rato en el cine.