Dicen que un buen espectáculo es el que hace sentir. Da igual cómo lo haga o de qué forma, pero si no sientes, estás perdido. Que la gente recuerde tu show, hasta mucho después de que se cierre el telón por última vez es el sueño de cualquier creador, ya sea músico, cantante, actor, bailarín…
Por eso mismo, que un espectáculo se llame ‘Emociones’ puede resultar un tanto presuntuoso. ‘¿Me vas a emocionar? Bueno, eso lo decidiré yo’. Claro que, cuando algo logra alcanzar las expectativas que te formulas (y reformulas), la cosa cambia.
Es domingo. El cielo de Madrid se ha vuelto de color grisáceo. Algo me dice que puede que llueva. Vuelvo a adentrarme entre el acogedor ambiente del Teatro de Flamenco (Calle del Pez, 10). Me encanta este lugar y este ambiente de café de los años 20. El telón todavía está cerrado y de fondo nos llega la pasión de una voz rota, al compás de un cajón y de una guitarra española.
«De fondo nos llega la pasión de una voz rota, al compás de un cajón y de una guitarra española»
Pronto, el telón se levanta. Escucho una voz masculina, pero tardo varios segundos en descubrir que la tengo justo delante de mí. Puede que todos esperáramos que el espectáculo comenzara cuando lo hiciera el telón, pero las normas están para romperlas y el protocolo es solo para aquel que quiera seguirlo (y para el que no tiene ganas de arriesgarse). Minutos después, una voz femenina reclama su minuto de gloria, y cuando consiguen fusionar ambas voces en una armonía llena de quejíos, el telón se levanta.
Un maestro toca la guitarra, creo escuchar que se llama Antonio. Dos bailarines, chico y chica, piden con sus pasos que no le quitemos el ojo de encima.Y cuesta, cuesta porque se han hecho con el escenario. Lo han conquistado, al igual que a nosotros y a nuestros vermuts. El chico tiene más soltura que la chica. Sus pasos son correctos, tienen gracia y sus expresiones lo delatan: confiesan su pasión, le gusta lo que hace. No puedes tener nada en contra de eso. La chica, sin embargo, se nota incómoda. Al menos, lo parece. Puede que sea por el vestuario. Bailar con bata de cola es más difícil. En cuanto a las voces que adornan y dan alma y vida a este show, son armónicas, se complementan. Lo bueno de la música en directo es que es impredecible. Si uno falla, el otro se acopla, si uno se pierde, el otro lo salva.
«Lo bueno de la música en directo es que es impredecible. Si uno falla, el otro se acopla, si uno se pierde, el otro lo salva»
Llegando al final, porque todo lo que tiene un principio también tiene un fin, Antonio (el guitarrista) se desinhibe, se quita la chaqueta, la camisa y pega un taconeo sobre el escenario. Él también tiene arte y quiere demostrarlo.
Una marabunta de aplausos los entierra y cuando el teatro comienza a vaciarse, nos damos cuenta de que está lloviendo. Las calles de Madrid están mojadas y un leve aroma a tierra mojada nos inunda. No puedo evitar pensar que ha sido culpa de ‘Emociones’ y que un espectáculo haga emocionarse a la ciudad más cosmopolita, tiene mucho mérito.