Es lunes por la tarde, y el sol ya ha caído hace un par de horas. El frío que hace no es ni medio normal. En algunos puntos de la ciudad, las ganas por ver el manto blanco se han materializado en copos deshechos que trataban de simular Times Square, porque Nueva York y Madrid se parecen bastante, sobre todo por el caos.
La calle de los portones rojos está desierta, todos sus transeúntes se han resguardado bajo el techo de alguna de las cafeterías más alternativas (e instagrameables), y a pocos minutos de que el reloj marque las ocho menos diez, me dirijo a aquel aglutine de gente desordenada que espera lo mismo que nosotras: a Loreto Sesma.
Hoy el Teatro Lara se engalana de poesía para mostrar el lado más sensible de las artes. Al piano, melodías conocidas que acompañan las letras de una artista que trata de hacerse un hueco en un mundo en el que su principal competencia es la imagen.
Su torpeza, su falta de práctica sobre un escenario y sus nervios denotan cercanía. Ella misma lo dice “nunca me creeré lo que me está pasando, porque en el momento en el que lo haga, comenzaré a escribir para que otros me lean, y yo no quiero eso”. La preocupación del artista. Es la preocupación del bohemio.
L. Sesma embelesa a todos los presentes con sus textos. Desde el palco se entremezclan las cabezas ladeadas y el sonido de los suspiros. El público se deja fluir y llora. Pero sobre todo aplaude, de manera feroz y completamente arrítmica.
Además, la artista es generosa y en una noche en la que la sala Cándido Lara se ha llenado de amantes de la poesía (que no hace falta decir lo impresionante que es el hecho de que ocurra algo así), decide compartir la luz de los focos con amigos de la profesión como son César Brandon Ndjocu, Miguel Gane, Irene G, Rubén Pozo, Benjamín Prado e incluso, para la sorpresa de algún despistado, su novio actual, Guillermo Bárcenas (cantante de Taburete).
No obstante, si algo se palpa en el ambiente es la emoción y la gratitud con la que la artista, en su homilía final, expresa cómo se siente al poder estar cumpliendo un sueño: hacer poesía y otros te escuchen.