Existen bastantes mitos sobre la llamada ‘crisis emocional de los 40’. A qué se debe y por qué. Qué ocurre en nuestra mente. Cómo nos sentimos. Se tiende a pensar que esta crisis afecta solo a mujeres, pero no es del todo así. Cualquiera puede encontrarse con todas sus emociones de frente y no saber cómo gestionarlas. Y eso significa la crisis de los 40.
Llegar a un punto de tu vida en el que no sabes hacia dónde tirar o por qué no te encuentras, también llamado ‘ser un incomprendido’. Resurge de repente por todo lo que uno mismo lleva arrastrando desde que tiene uso de razón. Y nadie nos enseña cómo comunicarnos con nuestro interior, cómo comprendernos y entablar una conversación desde la mayor naturalidad posible y reconociendo esos errores o fracasos que en algún punto nos paralizan. Y nos da temor.
Este mismo temor que hace creer que la vida que llevamos se ha perdido por el camino, y que todo es cuestión de seguir unos ciertos estándares estipulados por una sociedad que nos ha dicho siempre cómo debemos ser, y hacia dónde tenemos que encaminarnos. Falso.
Ahora renace el ‘¿y si nos hubieran enseñado desde niños a conocer cómo se correlacionan nuestras emociones?’ Gestionar aquello que nos coacciona, y que nos impide ‘saltarnos las normas’. Ir hacia aquello que realmente nos mueve y nos hace ser mejores personas. Pero cómo esto va a ser posible si desde pequeños nos hacen elegir un futuro que a veces es por mera intuición, cobardía o insensatez.
Y el único modo de atravesar la famosa crisis emocional de los 40 es reconocer que hasta con experiencia uno puede llegar a perderse y que no hay mejor forma de encontrarse que la de llegar al punto de mirarse a uno mismo en el espejo y verse sin tapujos, sin miedos, y donde el qué dirán deje de importarte.
Es una cuestión complicada, y difícil de exponer en la práctica. Pero he comprendido que la actitud con la que te tomes la vida y cómo la mires, así será cómo te responderá ella. No importa ni el trabajo, ni el dinero, ni todo lo que aparentemente tengas, aunque eso seguro que ya te lo habrán dicho. Pero qué piensas tú, cómo te sientes. Si pretendes que el resto del mundo te pregunte, cara a cara, cómo estás, primero debes preguntarte a ti mismo. El respeto, el valor y el querer van unidos de la mano, y si uno se pierde, todos están perdidos.
Pero ya lo decía Platón, aquellos que viven en su cueva creen que lo que ven es la única verdad. Una verdad que, por supuesto no es absoluta, y que, gracias al conocimiento como vía única para avanzar, uno puede ver la luz. Indudablemente, eso trae estragos, tanto los de abajo como los de arriba, dentro o fuera, sufren (desde trastornos hasta crisis existenciales). Una constante insatisfacción por querer más y más. Está bien no conformarnos, siempre y cuando no nos olvidemos de lo más importante, de nosotros.
Normalicemos el no saber qué nos pasa, sin pretender que el resto de la humanidad tenga que entendernos por qué sí. Al fin y al cabo, las decisiones que tomamos repercuten directamente en nosotros, pero indirectamente en aquellos que nos rodean. Por lo que tener crisis emocionales es propio del ser humano, solo que a veces es mejor pedir ayuda que quedarse estancado. Por ejemplo, con ayuda terapéutica. Sin embargo, existe un cierto recelo por el ‘’nadie es capaz de ayudarnos’’, somos nosotros los que no damos la oportunidad a profesionales de intentar buscar soluciones y huimos como cobardes para intentar evitar algo que es impredecible y que, si está destinado, acabará por pasar.