Noviembre de 2020. Hace unos días se viralizaba el testimonio de Eva, una chica transexual que al salir de su casa recibió una brutal paliza, física y emocional. Sus agresores se encontraron con el legítimo derecho de agredirla porque, al parecer, no están de acuerdo con su existencia. Noviembre de 2020.
Resulta distópico que en este mundo tan abierto y tolerante como queremos creer haya personas que discrepen de la existencia de otras. Discrepar de la existencia. Suena fuerte, pero es así. Aún hoy, en nuestras calles, posiblemente en nuestro entorno, existen personas que consideran que otras no tienen derecho a ser. De ahí nace la transfobia y los ataques, las agresiones que, como a Eva, afectan diariamente a personas transexuales que tienen que convivir con el rechazo externo a su identidad.
Porque lo de Eva no es un caso aislado. Lo de Eva ha sido un caso más, con la particularidad de que ella ha encontrado el valor que muchos no tienen, ha sabido hablar por todos los que en el silencio ven su mejor refugio. Cuando tu hábitat es territorio hostil, cuando en tu zona está el peligro y tu existencia se convierte en la excusa que muchos utilizan para desprestigiarte, cuando tu identidad no vale. Entonces el silencio es el mejor refugio, y la realidad, una pesadilla.
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En esta realidad entramos todos. Los que sufren y los que desmerecen, los que hace oídos sordos y vuelven la vista a la injusticia más cruel: negar a alguien el derecho a ser. La transfobia habita aún en más mentes de lo deseable. Es un mal que viene de lejos y que cada día que pasa se evidencia que aún no se ha encontrado cura. Es una pandemia más que nos afecta a todos como sociedad, pero con la particularidad de que hay un colectivo cuya vida se pone en jaque por las ideas obsoletas de mentes obtusas que se creen con más derecho a vivir que otros.
Noviembre de 2020, toda la información a nuestro alcance, un mundo globalizado donde parece haber quedado más que patente la diversidad. Y, sin embargo, aún hay personas que se niegan y no dejan vivir. Personas que manchan y que son obstáculos, pero también personas con la potestad de cambiar. La tolerancia es un deber. El respeto es obligatorio. Ninguna existencia vale más que otra y ninguna identidad merece ser atacada. Todas y cada una de las personas debemos tener, por encima de todo, derecho a ser.
Para esta pandemia no hay vacuna, solo concienciación. Y no hay mejor forma de aprender que escuchando con la mente abierta, hablando de tú a tú y encontrando la igualdad presente en la diversidad. Eva ha verbalizado lo que muchas personas transexuales sufren aunque sus marcas no sean visibles. Su grito es el grito de muchas personas que sienten y padecen, un grito a la empatía y al respeto necesario. Noviembre de 2020, ha llegado el momento de entender que la intolerancia ya no se lleva, es el respeto al otro, a la diversidad y la libertad de ser, lo que debe ponerse, de una vez, de moda.