Si hablamos de estereotipos, el flamenco, junto a la paella y la siesta, es lo que todo el mundo relaciona con España. Este género tan nuestro y tan desgarrador hace mucho tiempo que traspasó fronteras, gracias algunos artistas y acontecimientos que han hecho que todo en todo el mundo se maravillen de él, incluso que lo aprendan y lo enseñen.
El flamenco, para quien no sepa exactamente qué puede considerarse flamenco y qué no, es una fusión de la música vocal, el arte de la danza y el acompañamiento musical. Lo que en la jerga se llama cante, baile y toque. Empezó siendo un cante, y después evolucionó añadiendo las otras dos armas que hacen de ello hoy en día un espectáculo para ponerte los pelos de punta.
Entre los acompañamientos sobre el tablao, destacan guitarras, castañuelas, palmas y taconazos, además, por supuesto, de toda la energía que quien lo baila, lo canta o lo toca, desprende. Y es que nadie, absolutamente nadie que haya presenciado cinco minutos de flamenco, puede decir que es un arte plano, soso, seco. El flamenco es el ejercicio por excelencia de la expresión de pasión, emoción y sentimientos, donde la técnica es muy importante, pero no sirve de nada si no logras romperte y transmitir. No todo tienen que ser penas ni tristezas, el flamenco también le canta a la vida y a la felicidad.
El mes pasado se cumplieron 10 años desde que la UNESCO declarara el flamenco Patrimonio de la Humanidad. Concretamente, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Este gran reconocimiento, por parte de una de las mayores instituciones culturales, honra lo que es un reflejo de nuestra identidad y de nuestro pasado. Sobre todo el de la Comunidad de Andalucía, donde surge (junto con Murcia y Extremadura) y quienes desde el 2007 están oficialmente encargados de manera “exclusiva en materia de conocimiento, conservación, investigación, formación, promoción y difusión del flamenco como elemento singular del patrimonio cultural andaluz”, como se recoge en la Ley Orgánica del 19 de Marco en el Estatuto de Autonomía de Andalucía. La misma ley dice en su artículo 37 que entre los principios rectores de las políticas públicas está “ La conservación y puesta en valor del patrimonio cultural, histórico y artístico de Andalucía, especialmente del flamenco”.
Leyendo esto, nos daría la sensación de que estamos tratando de proteger una especie en peligro de extinción. Y nada más lejos de la realidad. Es cierto que el flamenco ha cambiado desde sus orígenes en el siglo XVIII, pero, ¿qué arte no ha evolucionado con el paso de los años? El debate surge cuando algunos creen que este cambio desprestigia, incluso se aleja y es peor que el original; mientras que otros defienden una teoría mucho más evolucionista a lo Darwin: adaptarse o morir. Estos últimos miran a su alrededor, ven que todo cambia, que la sociedad no es la misma, como tampoco lo son las necesidades o los gustos, y quieren al flamenco dentro de estos márgenes de modernidad y milenialismo.
Mantenerse vivo en las cabezas (y los corazones) de la gente también implica viajar y crecer. En este mundo globalizado donde todo está tan conectado, es lógico que entre culturas intercambiemos nuestros más y nuestros menos. Respecto a esto, son varios los artistas que durante su carrera contribuyeron a transmitir este arte por el mundo.
Lola Flores, por ejemplo, fue una de ellas. La Faraona, como llamaban a esta coplista, triunfó además de nuestro país en Latinoamérica, y no solo como cantante y bailaora sino también como actriz. En esta última faceta, el flamenco también guardaba un papel importante, pues muchos de sus roles incluían el baile o el cante. Es uno de los rostros y voces que movió masas y que hizo que el flamenco se colase en muchas casas, querida y admirada, una enfermedad se la llevó en 1995, cuando todavía podía habernos dado unas cuantas coplas más.
José Mercé es una leyenda viva. Supo adaptarse a la fusión del flamenco con otros géneros como el pop y el rock imperantes en los 70 y en adelante. Colaboró para ello con artistas como Manu Chao, Louis Armstrong, Pablo Milanés, los Pop Tops y Joan Manuel Serrat añadiendo adeptos a las filas del arte flamenco.
Carmen Linares, leyenda femenina del flamenco, puede presumir de haber transmitido su arte por escenarios de grandes ciudades extranjeras como Nueva York, Londres o París, éxitos a los que se suman a sus miles de seguidores en nuestro país.
Entres sus referentes la tiene Estrella Morente, hija del legendario Enrique Morente. Ella es uno de los rostros más modernos de principios de siglo, junto a Miguel Poveda. Ambos artistas mantuvieron el flamenco en nuestro país y fueron de los que más equilibraron entre la modernidad y el purismo del género, cosechando un éxito que mantuvo vivo el flamenco y consiguió atrapar a nuevas generaciones.
Por último, la transmisión más transgresora del flamenco la ha hecho, sin duda, la artista Rosalía. En este fenómeno, pues no hay otra manera de llamar a lo que ha hecho Rosalía, se juntan varias cosas: en primer lugar, la adaptación del flamenco a los géneros más urbanos de hoy en día, y en segundo lugar, a la gran campaña internacional y de globalización que la cantante lleva a sus espaldas y que la ha llevado a dar la vuelta al mundo, y a lo que ahora también indica éxito internacional, a ser escuchada por todo el mundo. Claro que con ella el debate está servido. La música de Rosalía ha tomado un camino mucho más comercial de lo que hacía años antes de convertirse en el éxito que es ahora, donde su música era más cercana al flamenco clásico. Lo que hace ahora, esa mezcla con lo urbano, incluso con el reggaeton y el trap, crea profundo rechazo en quienes defienden que tal transgresión y renovación ha perdido todo el rastro de flamenco que podría tener, y que cantar sus canciones no se parece, ni de lejos, a cantar flamenco.