Era el mes de febrero. Por entonces el COVID-19 solamente era un simple titular más entre los periódicos y telediarios. No representaba ni una de las noticias principales del día. Por la proximidad, claro. Aún habitaba en China (o eso creíamos). Tengo una ventana en frente del escritorio, donde paso mayormente las horas del día. Ser cotilla no es una de mis facultades, pero sí ser curiosa y a veces distraída. Recuerdo que día sí y día también a la misma hora (a las 16.00 para ser exactos) paseaba un hombre con un EPI junto a un carrito de la compra. Me sorprendía, no lo voy a negar. No había ninguna otra persona en mi pueblo de Barcelona que vistiese con esta indumentaria. Todo el mundo se daba la vuelta para comprobar que verdaderamente llevaba lo que llevaba. Aun así, la sorpresa siguió en aumento cuando llegó marzo.
‘Se detecta el estado de alarma en España y los ciudadanos se tendrán que confinar hasta dos semanas’, se escuchaba por los medios de comunicación. Parece ser que el bicho ha llegado a España en poco tiempo. Y es más, esto nos puede afectar de la noche al día. Lo que antes creíamos que un EPI era tan innecesario (y para otros ridículos) ahora resulta ser una necesidad y una tirita para nuestra salud. Esto se puede comparar perfectamente con la moda. ‘No me gustan las mallas ciclistas’. Al día siguiente las tendencias deciden que esta prenda será el agua bendita para nuestros looks. Al cabo de dos días nuestra voz interna (que a veces es muy puñetera) nos suplica para que gastemos el dinero en estas mallas y vistamos hasta ser todos clones.
La situación nos ha venido grande y nos ha sumergido hasta llegar a la surrealidad. No te creas que me he despegado de la ventana en estos últimos meses. Sigo mirando y observando el hombre que pasa cada día con su EPI. Ahora nadie se gira, nadie le mira raro y nadie se ríe. Admito que mi mirada ha cambiado y no me resulta extraño el que el señor de las 16.00 horas vista con su outfit monocromático blanco.
Vaya, han bajado los casos de Cataluña y ahora dicen que podemos saltarnos las restricciones perimetrales para votar en las elecciones de la Generalitat de Catalunya (que ese es otro tema). No es tan seguro que quienes tendrán que asistir a la mesa electoral vistan con un EPI. Pero, en el caso que sí que lo hagan nuestra mirada no va a ser como la del año pasado.
La verdadera pregunta que nos debemos hacer es: ¿Cuándo llegue la real nueva normalidad, seguiremos llevando los EPI y las mascarillas? Otra cuestión es, ¿seguirá bien visto o nos señalarán con el dedo afirmando que tenemos el COVID-19 u otras cepas? La sociedad es comprensible y tolerante bajo un momento de preocupación y sensibilidad, pero ya hemos comprobado que esto perdura poco. ¿O dónde están los aplausos de las 20.00 y su compromiso con la autoresponsabilidad?
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