Es difícil hacer una crítica cuando una sale encantada. Se siente como si se estuviera halagando por compromiso a los responsables del asunto. Pero la adaptación de Desengaños amorosos de Nando López es un acierto de principio a fin, se mire por donde se mire. Por la forma (sutil y elegante), por el contenido (reivindicativo, feminista y actual), por el equipo (brillante y acertado), por la obra original (Zayas y su visión del mundo).
Estuvo en los Teatros del Canal del 24 al 28 de febrero. Trajo al presente un tema muy viejo, pero muy actual, basado en la obra de María de Zayas Desengaños amorosos.
María de Zayas es una de las mujeres que no puede faltar en la historia del feminismo español. Llamar feminista a su modo de ver la vida desde el lugar acomodado de la nobleza puede que sea, a día de hoy, un disparate. Pero cómo negar la evidencia de un movimiento de liberación femenino revolucionario para el siglo XVII que la acogió. Su visión del mundo era bastante reducida y sus aspiraciones de cambio no eran, ni de lejos, una posibilidad para la vasta mayoría de mujeres. Sin embargo, Zayas puso una piedra en el camino del feminismo que no puede (ni debe) ignorarse. O mejor dicho, escribió algunas de las líneas más importantes que el pensamiento feminista lee a día de hoy.
Mirar la historia con los ojos del presente es, sin embargo, algo que debe evitarse si se pretende tener un pensamiento juicioso. La utopía de Zayas era un movimiento tan solo pensado para las mujeres bien posicionadas, pero eso no lo exime de ser interesante y útil.
Sin embargo, hablaba de cosas sensatas y coherentes como el imperante patriarcado. El honor y la honra son, en realidad, un peso pesado que los hombres ponen sobre las mujeres para que carguen con ello. Les hacen creer que se están cuidando a sí mismas limitando su deseo sexual al marido y siendo condenadas si no lo hacen. Sin embargo, los hombres pueden satisfacer sus deseos con las mujeres que les plazcan. Sistema que, si se piensa dos segundos, es insostenible. Es definitiva, una reivindicación de hasta donde la identidad de la mujer es impuesta por el hombre.
Escuchar sus palabras en una obra de teatro en pleno siglo XXI es inspirador. Se advierte la distancia en algunos aspectos pero, por desgracia, el discurso sigue siendo en su mayoría válido más de cuatrocientos años después. Ese reflejo del pensamiento moderno que sigue teniendo cabida en nuestra sociedad se expresa a la perfección con el vestuario, que corre a cuenta de Elisa Sanz (al igual que la escenografía). La ropa de los cuatro personajes combina prendas modernas, como una ajustada falda de tubo, unos pantalones pinza o una blusa de transparencias, con pantalones bombachos, botines masculinos de tacón y bastón. Si se quiere ser más preciso, el vestuario del personaje menos reivindicativo, el de Octavio, es el que más se asemeja al de la época.
Teatralmente, la adaptación simplificada de Desengaños amorosos ha sido un acierto. La reducción de los personajes facilita la representación y el entendimiento por parte del público, que, de haber mantenido a los diez personajes originales, no hubiera dado a basto. Los arquetipos representados por ellos son acertados y representativos y el carácter de cada uno de ellos es tan diferente y complementario que forma un todo variado y elocuente.
Las proporciones entre comedia, drama y crítica son correctas y la representación de cada una de ellas en un personaje, una guía fabulosa. El juego de los cuatro, las tramas que tienen por parejas, y cada uno con el otro, son divertidísimas y estereotipadas. Pero el teatro es ese terreno sobre el que el estereotipo puede ser nuestro mejor amigo.
Beatriz (Lidia Navarro)y Octavio (Manuel Moya) son la mujer feminista y el hombre que no quiere admitir que es machista pero que en fondo por educación (como todo el mundo) lo es. La una culpan a los hombres de hacer daño a las mujeres y el otro está dolido en el fondo de su duro y masculino corazón porque “a ver si ahora se va a meter a todos los hombres en el mismo saco”. El arquetipo del hombre que se siente amenazado por el feminismo y que, en lugar de hacer autocrítica y pensar en por qué se generaliza, se pone a la defensiva poniendo el foco en su defensa y no en observar dónde acaban miles de mujeres al año.
La relación de Nise (Silvia de Pé) y Octavio es confusa pero divertida. Nise, resignada ante lo que no puede cambiar de su mundo, ha admitido contraer matrimonio con Octavio. El mejor de los males. Pero lo que Nise desea, en el fondo, es tener una relación donde pueda ser libre. No es una mujer amargada que odia a todos los hombres, sino una persona que desea encontrar a la persona que la deja desarrollarse, crecer como ser intelectual y como mujer.
Don Manuel (Ernesto Arias) es un personaje tranquilo, que podría pasar desapercibido, pero esencial. Un hombre de pocas palabras, pero precisas. Un galán, un noble adinerado, un hombre de posición que sabe comportarse y que, sin embargo, poco de cierto tiene. Es, sin duda, el retrato de un hombre del siglo XXI que vive arrastrando convencionalismos contra los que no puede luchar porque le son inherentes, pero que, sin embargo, no se corresponden con lo que él siente. Ese dilema interno (que todos tenemos) entre lo que no puedo dejar de ver extraño porque nunca lo he visto de esta manera, pero que al mismo tiempo se sabe que, utilizando el sentido común, no debería ser extraño.
La dirección de Ainhoa Amesoy, unida a todos los elementos citados hasta ahora, da lugar a un espectáculo ameno, gracioso y al mismo tiempo crítico y enriquecedor.