Es lícito sentir sorpresa ante lo nuevo y lo diferente. Nadie debería echarnos en cara que nos sobresaltáramos cuando vimos por primera vez algo que se salía de lo que acostumbrábamos a observar. Es humano pararse y escudriñar las diferencias con aquello que nos rodea. Miramos, analizamos, procesamos, asimilamos, y continuamos. El problema aparece cuando en esta cadena hacemos un parón entre analizar y procesar, e introducimos el rechazo. Ese rechazo se procesa, y luego se transmite. Las diferencias con los demás nos sirven para definirnos en muchos casos. Pero nunca deberían ser utilizadas para jerarquizarnos.
Que algo o alguien sea diferente a nosotros no implica que sea minoritario, desde luego, ni mucho menos que sea algo extraordinario. Esta clase de pensamientos tan solo refleja la opaca burbuja en la que vivimos. El racismo es un sentimiento de odio, sí, pero también de superioridad. Cuando alguien tiene un pensamiento racista hacia otra persona lo hace considerando que la situación propia es la normal, la buena o la mejor, y eso es situarse un escalón por encima sin ninguna clase de fundamento que lo corrobore.
Los movimientos migratorios son, con perspectiva histórica, algo bastante nuevo. España lleva recibiendo población asiática desde hace más de un siglo, pero ha pasado más desapercibidas que otros núcleos de población*.
Sin embargo, esa sorpresa es inexcusable cuando ya han pasado años desde que personas de otros países y culturas diferentes a la nuestra llegaran a España y todavía sigue llamando la atención, o no se lucha por normalizar. Y muchas veces no se lucha porque uno se niega a admitir que la tierra en que yo vivo pueda ser tan de otro (diferente a mí) como mía. Porque sentimos que si no son nuestras nuestras raíces no tenemos con qué definirnos. Y no saber quién eres da miedo.
Todo esto sin tener en cuenta, por supuesto, que esta tierra en la que vivimos es “nuestra” porque años atrás nuestros antepasados vinieron siendo los mismos inmigrantes que ahora son otros. Aquí somos todos sangres sucias.
El racismo asiático existe en tanto que la población asiática reside en España. Aunque con particularidades, no deja de ser un movimiento de segregación que atenta contra aquellos que tienen un origen diferente al nuestro. Y que, desgraciadamente, se incrementa cuando nos encontramos más cerca de estas personas. Es importante, además, recalcar que aunque “racismo” parece llevar implícito la palabra odio o la violencia, es mucho más sutil. Va mucho más allá y podemos estar siendo racistas sin ser conscientes.
Situaciones que evidencian el racismo asiático:
La parte por el todo
Todos los asiáticos son chinos, punto. Son todos iguales. Ignorar la identidad de millones de personas y no realizar un esfuerzo por reconocer a los demás es una desgana que muestra el mínimo respeto que se tiene por aquellos. Además de que ignora una identidad, y por lo tanto elimina a millones de personas de nuestro esquema mental, con el que luego actuamos en el mundo.
Los estereotipos son reales. La propia palabra estereotipo nos debe indicar que se trata de una generalización que se aplica a un grupo de personas en tanto que se observa que en ellas hay un comportamiento o cualidad generalizada. Ahora bien, en mano de cada uno está reducir a las personas en estereotipos, o dar por hecho que todo el mundo debe cumplirlos. Porque cuando a primera vista relacionamos a alguien con el estereotipo que debe cumplir, nos dirigiremos a esa persona con ello en la cabeza. Un estudio del CSIC establecía los principales estereotipos «se acentúan por la aparente lejanía, extrañeza, e incomprensión y por el relativamente pequeño volumen de sus miembros, en comparación con otras comunidades de origen extranjero más numerosas»
Los estereotipos son peliagudos cuando se perpetúan. Etiquetar a una persona de acuerdo a los estereotipos que le tocan por sexo, etnia o apariencia física es encasillar a las personas en nuestra mente y, de nuevo, reducir su identidad.
Ignorar el peso de la cultura
Nos sobrevaloramos. Muchas veces pensamos que somos seres rebosantes de personalidad y que lo que nos gusta y nos disgusta es tan solo fruto del procesamiento y el juicio propio. Mentira. Qué nos gusta y qué no nos gusta (por ejemplo en el terreno culinario) es fruto de varias premisas. Qué hemos tenido la oportunidad de probar (para rechazarlo hay que catarlo); qué tenemos más a nuestra disposición; qué gusta más a la gente de nuestro alrededor, qué precio tiene cada alimento, etc.
Tendemos a extrapolar que todo inmigrante se aferra a sus costumbres como clavo ardiendo y que rechazará las nuestras. Por otro lado, pensamos que preferir sus hábitos a los nuestros los hace desagradecidos o inadaptados. La cultura asiática es diferente es aspectos sustanciales en los que otras como la americana, por ejemplo, puede parecerse más.
Coronavirus
El coronavirus ha sacudido todos los cimientos de lo conocido. Que el origen más posible (ahora confirmado por investigadores) tuviera lugar en Wuhan, no ayudó a estos comentarios racistas. La población china se convirtió, de golpe y porrazo, en culpable de la tragedia mundial. Y por ende, como decíamos, todos los asiáticos.
La población asiática ha sido ahora más señalada y juzgada que nunca. De hecho John Cornyn, Senador de EEUU por Texas, hizo unas declaraciones donde culpaba a la población asiática de tener costumbres como “comer murciélagos, serpientes y perros”.
Y no ha sido el único. El ministro de educación brasileño publicó un tweet donde, además de ridiculizar el acento asiático, los acusaba de querer gobernar el mundo. Donald Trump ha hecho gala de pensamientos similares racistas en cientos de ocasiones, que se extienden a antes de la crisis sanitaria, como parte de la rivalidad geopolítica entre China y Estados Unidos.
El cine
Por último, el cine y la televisión colaboran en la perpetuación de esos estereotipos. Cuando la población asiática aparece en la pantalla, no es para otra cosa que representar “el prototipo chino”. Suelen encarnar a camareros de restaurantes chinos, dueños de bazares o traductores. No se puede negar, en primer lugar, el poder que esta clase de imágenes crea en nuestro subconsciente (en el de las personas adultas) y como modela sin cuestionamiento la mente de los más pequeños.
Como puede observarse, el racismo asiático no es algo puntual, aunque sí se ha incrementado recientemente, ni un pensamiento retrógrado que solo atañe a las mentes de personas con escaso nivel de educación. Es un sentimiento de odio y rechazo, de superioridad que occidente cree poder tener sobre oriente, basado en generalizaciones y pocos argumentos.
*María del Mar Bermúdez González (2005). La inmigración asiática en España desde la perspectiva de las relaciones internacionales: una relación simbiótica. Revista Claves. Diciembre 2004-enero 2005.