Hace 30 años llegaba a las pantallas Thelma y Louise, la película dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Geena Davis y Susan Sarandon. Dos mujeres fugitivas que se enfrentaban a la autoridad siempre masculina y agotadoramente misógina a punta de pistola. Dos mujeres que se vieron acorraladas frente a un acantilado y pisaron el acelerador, en un road movie con toques de western donde poco importa el happy ending porque todo se reduce a ese grito feminista férreo e inagotable. Dos mujeres burbujeantes que prefirieron el abismo y la libertad antes que la vida.
La década de los noventa se abría paso ante los ojos de un mundo podrido y exasperante, un universo patriarcal que también se hacía evidente en el cine. Las mujeres adquirían papeles pasivos y secundarios siempre girando alrededor de arquetipos clásicos: madres, esposas o la femme fatale, un invento extenuante creado por los hombres, para castigar a todas aquellas mujeres que parecían ser libres tras la gran pantalla.
Callie Khouri, guionista del film, decidió retratar a dos personajes femeninos diferentes, dos amigas de un pueblo de Arkansas, que encarnaban ese grito de supervivencia por huir de una sociedad sorda que insistía en mantener a la mujer bajo el yugo del marido. Una ama de casa y una camarera que se lanzan a la carretera en lo que sería una escapada de fin de semana, un viaje que se ve truncado cuando violan a Thelma en el aparcamiento de un bar y Louise decide vengarse apretando el gatillo contra el hombre culpable. El giro definitivo en sus vidas que las condujo a huir juntas, dirección a México.
La trama causó el rechazo de innumerables productoras durante varios años, el guion arriesgado no calaba en las majors del cine americano. Ridley Scott se atrevió con él y un año después del estreno, la película se hizo con el Oscar a Mejor Guion Original. Un texto que supuso un punto de inflexión en Hollywood, una grieta definitiva que ha dejado frases imborrables en la historia del cine como aquella que escupe Susan Sarandon antes de disparar contra ese animal hambriento y cruel que aún lleva los pantalones desabrochados: “me parece que tienes una idea muy rara de la diversión, entérate, cuando una mujer grita así es que no se divierte nada”. Minutos después el violador estaba muerto.
Thelma y Louise nos dejaron la carretera para nosotras, porque éramos las mujeres quienes dirigíamos el volante de ese Ford Thunderbird turquesa y descapotable, con los jeans manchados de tierra y la pañoleta anudada en la cabeza. Nosotras palpábamos esa libertad del aire rompiendo en la cara, a toda velocidad por un país de autopistas y desiertos y exhalábamos hondo tras la calada compartida, levantábamos juntas el vaso en aquel sucio motel junto a un jovencísimo Brad Pitt y éramos nosotras quienes desenfundábamos las pistolas y disparábamos sin tregua, mientras sonaba Thunderbird de Hans Zimmer. Díscolas e imparables en cada fotograma, hasta el vacío de un final épico.
Thelma y Louise habla de lo que significa ser mujer en un mundo de hombres y cómo las protagonistas deciden romper con toda esa telaraña de pautas y escapar de las apretadas normas de su tiempo, convirtiéndose en iconos de la cultura pop. Un largometraje generacional y totalmente actual a pesar de sus 30 años, porque fue rompedor en su tiempo y lo sigue siendo ahora. Decía Geena Davis que si te sientes amenazado con esta película, es que te estás identificando con el personaje equivocado. La reescribo profundamente y apunto: “nunca te fíes de alguien que no le guste Thelma y Louise. Nosotras nacimos para ser el argumento, ingobernables y guerreras. Huye de quien no lo entienda”.