Era 2001 y El diario de Bridget Jones se convertía en un taquillazo absoluto en los cines de Reino Unido, un film basado en la novela de Helen Fielding que también cumple 25 años desde su publicación. Renée Zellweger daba vida a una londinense soltera de 32 años, un arquetipo de mujer caricaturizado, una especie de antihéroe que se cristalizó como un icono femenino en los 2000, gracias a esta romcom dirigida por Sharon Maguire que tantas veces hemos visto, tantas que ya perdimos la cuenta.
Bridget Jones nace en un ambiente plagado de tópicos machistas, retratando como una burla a una generación de mujeres profundamente convencidas de que la soltería en la treintena poco tenía que ver con la libertad, sino más bien con un fracaso social, con un miedo implacable a “morir gorda, sola y devorada por pastores alemanes”. De ahí esa obsesión cuasi enfermiza por contar calorías, por escapar como sea de la talla 42, por fumar menos y beber menos, para satisfacer la imagen que proyecta hacia los hombres, consecuencia de un entorno familiar y unos vecinos que no dejan de reducirla a esa máquina de engendrar bebés, a la cual “se le va a pasar el arroz”.
El mensaje del body positive y el feminismo ha ido calando especialmente estos últimos años, por eso ya no aceptamos todas esas etiquetas que pusieron sin preguntar a Bridget, ni normalizamos ciertos comentarios de acoso, aunque vengan de un jefe asquerosamente guapo con el sobrenombre de titispervert: “me gustan tus tetas con esa blusa”. 20 años después preferimos quedarnos con la respuesta final de Bridget a ese joven Hugh Grant que rompió el corazón de la protagonista: “si tengo que quedarme aquí y trabajar a menos de diez metros de ti, prefiero trabajar limpiándole el culo a Saddam Hussein”.
El argumento de Bridget Jones nos parece ahora de otro siglo, aunque lanzase ligeros mensajes de mujer empoderada, una mujer que desterró la braga faja del cajón del antimorbo, casi sin darse cuenta, que vivía sola y pagaba sus facturas gracias a su trabajo, que era libre hasta al punto de enamorarse de dos hombres a la vez, que cogía el teléfono fijo y soltaba sin pensar: “aquí Bridget Jones, diosa del amor desenfrenado con un hombre muy malo entre mis muslos. Ah, hola mamá”.
Sí, El diario de Bridget Jones está plagado de clichés sobre la mujer soltera y sobre las rupturas del amor romántico, pero son tópicos que nos han arrancado unas cuantas carcajadas con esas escenas imborrables en la historia del cine que trasladadas a la realidad hemos bautizado como “marcarse un Bridget Jones”. Noches en las que la protagonista se envuelve en un pijama de franela mientras escucha a todo volumen All By Myself de Céline Dion junto a una botella de vino y un plato de colillas de cigarrillos o en las que se decanta por esconderse de la realidad bajo un nórdico con una tarrina de Ben & Jerry’s cuando la vida parece haber tocado fondo. Sí, 20 años después, renegamos muchas cosas de Bridget Jones, pero nunca estas secuencias icónicas en las que podemos regocijarnos y recrearnos a nuestro antojo.