El Teatro Reina Victoria estrenó ayer, 7 de julio, Tarántula. Escrita y dirigida por Tirso Calero, la obra cuenta con tres actores muy acertados. Laia Alemany interpreta a Sara Reverte, una modelo retirada y ciega que está casada con un adinerado juez. El día de Nochevieja dos ladrones, Armando del Río (Antonio) y Álex Barahona (Nico), entran en su casa para robar. Aunque en realidad pasen otras muchas cosas. Tarántula es la mezcla perfecta entre thriller y comedia.
Tarántula activa la mente del espectador desde el primer minuto. Es lo que tiene el suspense. Un salón, un hogar. Nadie lo ha dicho pero la silla reclinada y las luces de neón, junto con el árbol nos indican que estamos viendo una buena casa. Una casa en la que viven personas con un alto poder adquisitivo que tienen el suficiente espacio como para permitirse poner rocas en el salón. Y un mono diabólico que hace ruido. Pero en medio de toda la exclusividad poco tardan los ojos en desviarse al suelo donde, casi saliéndose del escenario, se observa un bulto en el suelo. ¿Es una persona?
Sara entra en escena. Anda tan torpemente con los zapatos de tacón que resulta difícil advertir que es ciega hasta pasados unos minutos. Como hija de buena casta, sus primeras líneas son criticando las vacaciones del personal de la casa, demasiado largas para sus propias necesidades. Pero si hay algo que destaca en esta obra es que nada es lo que parece.
Y lo más importante de todo es que el espectador tarda en darse cuenta de que hay algún personaje que está engañando. La cuestión es adivinar quién. Al principio Tarántula da la sensación de ser un suspense de poca monta y mucha comedia. No obstante, esa superficial calidad es tan solo un velo que esconde unos cuantos secretos por descubrir.
El robo, que parecía cosa sencilla, no para de complicarse. Un asesinto, una testigo, etc.Sara comenzará a sembrar las dudas entre los dos ladrones, a engañarlos para que se pongan el uno contra el otro. Demuestra ser tan astuta como la tarántula que se encuentra en el salón. Nada parece ir según lo acordado. De hecho, todo parece salir tan impolutamente mal que pronto el espectador se pregunta, ¿y si en realidad es así como debían suceder las cosas?
Tarántula juega con el público constantemente. Cada uno de los personajes parece culpable e inocente al mismo tiempo. El espectador analiza una a una toda palabra así como cualquier movimiento, tratando de adivinar qué ocurre realmente en esa casa antes de que se descubra. Pero el texto está hábilmente escrito para despistar continuamente.
La tarántula, como dice Sara repetidas veces en la obra, es un animal superviviente. Y ella espera sobrevivir a aquella catástrofe como sea. Pero su actitud, al igual que los giros que se van descubriendo durante la trama no dejan tranquilo a nadie sobre la butaca.
Los tres personajes van encajando (y desencajando) las piezas de la historia. Recomponen los acontecimientos que los han llevado hasta allí, dando tiempo al público para que ellos también lo hagan. Antes de que acabe la obra cada uno ha decidido quién es su culpable. En Tarántula todos jugamos a ser policías que observan un crimen y siguen pruebas.