Las Islas Cíes son uno de los destinos turísticos más importantes de Galicia. El archipiélago se ancla al noroeste de la península con sus aguas frías y cristalinas y grandes arenales blanquecinos y suaves, un lugar rodeado de mar y naturaleza, siempre verde y frondosa, un espacio cargado de diversidad en su flora y fauna, declarado en 1980 Parque Natural, que aún hoy aguanta imperante el derrumbe de los ecosistemas. Una estampa bucólica, una superficie cautivadora, un paraje donde clavar la sombrilla, donde saborear la tranquilidad, sin pesadumbre, sin hacinamientos, sin prisa.
El archipiélago está formado por tres islas: San Martiño, Monte Agudo y O Faro, las dos últimas unidas por la playa de Rodas, considerada la mejor del mundo por el diario británico The Guardian, algo que cobra sentido tras un largo paseo hundiendo los pies bajo la arena fina, contemplando el azul intenso del mar. Un día sin bochorno de esos típicos en Galicia en los que el sol lucha por salir y hacerse un hueco entre las nubes y finalmente consigue su propósito y nos regala cuando cae la noche, una puesta bellísima, digna de ser filmada.
Para poder visitar las islas es necesario solicitar un permiso expedido por la Xunta de Galicia y una vez que se tiene se puede acceder a través de un barco privado o un viaje en ferry que parte desde varios puntos de la Ría, siendo el más frecuentado el que sale del puerto de Vigo. Puedes ir a pasar el día o aprovechar y hacer noche en el camping situado en la Isla de Faro, al lado de la mismísima playa de Rodas, bajo el cielo azabache estrellado. Todo un lujo del que disfrutar, sin menguar en demasía el bolsillo.
La oferta de actividades para llevar a cabo en el archipiélago es amplísima, desde el senderismo, el kayak, el snorkel o el buceo, para los más aventureros, hasta viajes en velero, calas de arena virgen y degustación gastronómica para aquellos que van en busca de la cara más zen de las Cíes. Los planes se superponen unos a otros y entre ellos siempre hay cabida para dar una alegría al paladar, algo que saben hacer muy bien en el restaurante las Rodas, situado junto al muelle con una terraza junto al mar y en el restaurante Serafín, especialistas en pescados y mariscos frescos de la Ría, acompañados de una copita de Albariño.
Todo está envuelto por una bruma donde chocan y confluyen la brisa de océano Atlántico con el olor de la vegetación autóctona de las islas, donde se alternan los días de sol con algunos de lluvia a pesar de ser verano, porque ya se sabe que el norte sigue sus propias normas en cuanto al clima. Un lugar que tras una visita, solo querrás planear la siguiente.