Hace años que los proyectos arquitectónicos que nos quitan el aliento por su ostentosidad, su belleza o sus precios desorbitados tienen algo en común y es su situación geográfica: Dubái, uno de los siete emiratos que conforman los Emiratos Árabes Unidos, en el desierto de Arabia. El destino turístico de moda es evidente que no está hecho para todos los bolsillos, con sus hoteles plagados de pomposidad entre los que destaca el Burj el Arab, el más lujosos del mundo, el Dubai Mall, un centro comercial de dimensiones inigualables o las Islas Palm, un grupo de islas artificiales con forma de árbol donde se vuelve a poner en evidencia que las ambiciones del ser humano no entienden de medidas.
Las obras de ingeniería de Dubái no solo llaman la atención por su continuo desafío a la naturaleza, sin limitar nunca la imaginación, en busca de la sorpresa absoluta del que alcanza a contemplarlas. También por su aparente batalla continua por conseguir batir el récord del lujo, las inversiones o la riqueza alcanzada con las mismas. De entre la arena del desierto crecen edificios imposibles que parecen tocar el cielo, torres de hasta 163 pisos que rozan con las nubes, entre los que cabe destacar el más arrebatador de todos ellos, por ser precisamente el más alto hasta la fecha, Burj Khalifa, que llega a los 820 metros de altura.
Dubái, aparte de ser un lugar para los amantes del exceso, abre también sus puertas al turismo de naturaleza, algo que parecía no tener cabida entre tantos edificios y construcciones artificiales. Las montañas de Hajar forman una cordillera considerada uno de los espacios naturales más importantes de Dubái, donde se encuentran lugares de parada obligatoria como las fuentes termales de Masafi. Todo un lujo, pero de otro calibre.
Más allá de las construcciones de ensueño que alberga la ciudad hay lujos asequibles que siguen en pie en Dubái, placeres mundanos como dar un paseo por Old Town, el Zoco del Oro, el Zoco de las Especias o el Dubái Creek, toda esa zona que podríamos denominar “el casco antiguo” de la ciudad, a pesar de ser un lugar tan moderno, arquitectónicamente hablando. La ciudad está dispuesta para prenderse en la memoria de todo aquel que la visita, por eso tras toda esa maraña de estructuras inimaginables, algo tan simple como una vuelta alrededor de ellas, podría sustituir la felicidad que prometen entre sus paredes, porque como en casi todas las ocasiones lo importante del viaje es el sitio que recorremos, las vistas que se cuelan por nuestra retina y en eso Dubái tampoco escatima.