El pasado sábado se celebraba la 35 edición de los Premios Goya. Este año la celebración del cine español se ha visto obligada a reinventarse por razones obvias, haciendo a lo virtual tan protagonista como a lo que acontecía en el Teatro del Soho Caixabank de Málaga. Pocos (y pocas) han sido los afortunados que han podido desfilar por la alfombra roja del cine tal y como tradicionalmente lo conocemos. Pero no ha sido lo único que ha marcado el preludio de esta edición.
A las puertas del Hotel Miramar las celebrities encargadas de actuar en la gala o de entregar las estatuillas a sus compañeros de profesión realizaban el pertinente posado ante la prensa, paso previo al comienzo oficial de la ceremonia. Una de las actrices que pasaba por allí era Marta Nieto, quien el año anterior estuvo nominada a Mejor Actriz Protagonista por su papel en la película ‘Madre’, y que cuenta con una fructuosa carrera a sus espaldas. Al parecer, este hecho parecía importarles poco a los comentaristas que dejaron colar una serie de comentarios machistas en el live que RTVE estaba haciendo para Facebook. Los señores comentaban que Marta era “la más buena de todas”, y no, nada tiene que ver con su profesión: lo que estos señores juzgaban era puramente su físico.
No contentos con eso, la conversación sigue. El título que lo otorgaron sin ser pedido a esta actriz es fruto de la comparación con sus otras compañeras, que eran todas “esqueletillos”, salvando a la cantante Nathy Peluso (de quien ni siquiera se molestaron en decir bien su nombre) y a la actriz Daniela de Santiago, que para rematar la jugada no se cortaron un pelo en llamarla “puta”. Y tan anchos. Tratemos de ponernos en situación. Mujeres profesionales con una sarta de éxitos cosechados en su trabajo se vuelven objetos reducidos a un físico sobre el que unos señores completamente ajenos se ven con el derecho de opinar. Sin excluir, por supuesto, el calificativo más manido, puta.
A mí también me han llamado puta. La última vez (que yo recuerde) fueron unos señores que me doblaban la edad en la puerta de un bar. Muy amablemente fuimos invitadas a continuar la fiesta en su apartamento. Muy amablemente declinamos la invitación. Su respuesta, “es que sois unas putas”. Y punto. Otra vez la perlita venía de un señor que, en mitad de la calle y desde su coche, se vio con plena legitimidad para gritarme guapa y, de paso, darme su opinión sobre mi culo. Esa vez me armé de valor y contesté: “cállese”. Su respuesta, claro está, fue llamarme puta. La mía, acojonarme y correr, y rezar para que la osadía de la que inmediatamente me arrepentí no tuviese ninguna consecuencia.
Como estas, tantas otras situaciones en las que aún hoy nos vemos envueltas. Tantos juicios no pedidos, tantos comentarios sobre un tema tan ajeno a los demás como es el físico, tantos desprestigios y ninguneos al que las mujeres estamos todavía en 2021 expuestas por el simple hecho de ser mujer. Por esquelética, por gorda, por puta o por estrecha. Porque, al final, no somos lo que esperan que seamos: objetos de deseo a su entera disposición. Da igual el talento, el mérito o la trayectoria, al final volvemos a la condena de ser reducidas a un cuerpo cuyo único fin es satisfacer un deseo sobre el que no se nos ha pedido opinión.
El pasado sábado fueron Marta Nieto, Nathy Peluso y Daniela de Santiago quienes pusieron rostro a esta lacra. A diario son muchas las mujeres que sufrimos lo que ellas, el asco, la vergüenza y la impotencia de que por mucho que luchemos, reivindiquemos y demostremos que estamos cansadas de este juego que nunca aceptamos jugar sigan pasando por encima de nosotras, banalizando nuestra autoridad como personas, reduciéndonos a un físico que debe adaptarse a sus deseos, ignorando por completo la validez que hay más allá de la apariencia y la redención ante un mal llamado piropo que nadie ha pedido.
A mí también me han llamado puta cuando no he querido reducirme a un objeto de deseo. También he sido la «más buena de todas» en actos comparativos en los que también me ha tocado ser la gorda, la fea, la insuficiente. Ser mujer es, aún, una lucha continua por ser por encima de estas estúpidas validaciones, por superar unos calificativos que no deberían hacerse, mucho menos para demostrar la valía de cualquier persona. Ser mujer es mucho más que limitarse a ser vista como un objeto de deseo. Porque somos más: somos personas con ambiciones, derechos y el mismo ansia por ser más allá del juicio. Somos más que la puta, la gorda, la flaca o la más buena de todas. Somos libres de lucir, sentir, hacer según nuestro propio criterio, sin más reconocimiento externo que el mero hecho de vernos desde el respeto como una persona, de que se nos mire, de una vez por todas, desde el prisma de la igualdad.