Abril comienza con las ventanas cerradas y la locura meteorológica pertinente del mes de la lluvia. También es tiempo de libros, de rosas rojas y de la Semana Santa. No obstante, este año no lo pasaremos al igual que otros, porque en abril de 2020 nuestro espacio se reduce, al igual que nuestra libertad, vista en esas alas cortadas que nos impiden tomar el vermut del mediodía en cualquier bar ruidoso que honre nuestra esencia española.
El COVID-19 ha cambiado nuestra forma de vivir, de eso no hay duda. Ahora las calles están vacías, los locales cerrados y nosotros prisioneros en el calor de nuestros hogares, aislados y puede que sin nuestros familiares y amigos cerca. Porque se nos ha pedido estar en cuarentena, estar inmersos en un periodo difícil que ha sacado a resarcir lo mejor y lo peor de todos nosotros.
La psicosis en los supermercados, la excentricidad de comprar (de manera compulsiva) papel higiénico, el egoísmo y la negación de no querer asumir cuál es la realidad que nos atañe, o simplemente la estupidez humana. Una cualidad que sale ante la incertidumbre, la duda y el miedo. Porque eso es lo que tiene la sociedad: miedo. ¿La razón? Es simple: Los estudiantes han dejado de hacerlo, los trabajadores de trabajar y la información ha llegado tarde, a trompicones y solo como un supuesto de esbozos en el aire que sigue sin resolver nada.
«Las calles están vacías, los locales cerrados y nosotros prisioneros en el calor de nuestros hogares, aislados y puede que sin nuestros familiares y amigos cerca»
No obstante, también hemos demostrado que esta guerra la ganamos juntos. La caballería llega con bata blanca y mascarillas de máxima precaución, cabalgando sobre mareas de aplausos en los balcones a las ocho de la tarde. También se lucran de grandes iniciativas por parte de la generosidad y del tiempo de empresas y particulares. Y si nos fijamos un poco y desconectamos de la maravilla que ha resultado ser la cuarta temporada de La Casa de Papel, descubriremos que las azoteas se han llenado de vida: vecinas que conversan de edificio en edificio, gente fit que busca acallar su culpa o simples madres, tías o abuelas que se refugian bajo los tímidos rayos de sol de la tarde. La única vitamina primaveral que nos muestra que hay luz al final del túnel.
Series, películas, musicales, libros, sesiones de cocina, de limpieza, de ejercicio… El mes de abril estará lleno de horas que rebosarán amor, desinterés, generosidad y largas videollamadas a nuestros seres queridos. Porque hoy la frase “estoy a un WhatsApp de ti” cobra más sentido que nunca.
«El mes de abril estará lleno de horas que rebosarán amor, desinterés, generosidad y largas videollamadas a nuestros seres queridos. Porque hoy la frase “estoy a un WhatsApp de ti” cobra más sentido que nunca»
Que estemos aislados no significa que estemos solos, que no podamos llorar, pedir ayuda o compartir nuestros momentos de bipolaridad. Porque lo normal es eso, que nos sintamos confundidos, desesperados y puede que un poco deprimidos. Nuestro país siempre ha vivido en las terrazas, y ahora se ve obligado a vivir en los balcones.
Sin embargo, tampoco hay que olvidar que también es una gran oportunidad para dedicarle tiempo a aquello para lo que nunca pensabas que tendrías tiempo de hacer. Y las opciones son infinitas: aprender idiomas, ver películas clásicas, leer, limpiar el armario, o pasar tiempo contigo mismo, algo que es tan importante como lo demás.
Aun así, con tantos motivos por los que brindar, comenzando por el simple hecho de que estamos vivos y porque un día más es un día menos para que todo acabe, la vida se tiñe de grandes masas oscuras que descargan su frustración sobre nosotros a golpe de lluvias intermitentes. Abril comienza a correr su carrera y lo más importante para ganar sigue siendo concienciarnos y concienciar, porque solo juntos saldremos de esta.
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