Entre mis placeres favoritos se encuentran las charlas infinitas con amigos. Saltar de tema en tema por encima de las horas que corren ajenas en el reloj, ahondar en cuestiones de todos y de nadie, darse la vuelta a una misma para presentarle, casi sin quererlo, a la otra persona tu interior. Especialmente, me gustan aquellas que, mientras trascurren, sabes que te la vas a guardar para siempre. Porque hay charlas de las que se sale con el corazón marcado y la cabeza tratando de no olvidar ninguno de los detalles de ese desfile de palabras y emociones. Esas charlas, para mí, valen oro.
Fue, precisamente, en una de estas conversaciones con un amigo cuando salió a relucir una cuestión que, cuanto menos, me invitó a reflexionar: lo que todas las personas buscamos en la vida es amar y ser amados. Si tuviésemos que ubicar la plenitud sin duda alguna se encontraría en los corazones rebosantes de amor, rebosantes de vida. Cuando nos enamoramos el mundo toma un color distinto, como si estuviésemos dentro de una película romántica de sobremesa: la lluvia mola, los atascos molan, las esperas molan. Todo se contempla desde una óptica más amable, porque miramos desde los ojos del amor.
El amor es el motor de la vida. Basta con mirar alrededor, hasta en el detalle más insignificante, está. Y esa es un poco la gracia de esto: el amor, por muy pequeño que se presente, es capaz de llenar un corazón entero y hasta de hacerlo rebosar, porque el amor es lo único que cuando se reparte, crece. Sentirse amado y amar. Amar y ser amado. La vida, seguro, tiene mucho que ver con esto, y es que si algo me ha enseñado la experiencia es que por encima del amor, nada de nada.
«Sentirse amado y amar. Amar y ser amado. La vida, seguro, tiene mucho que ver con esto, y es que si algo me ha enseñado la experiencia es que por encima del amor, nada de nada».
De esto ya hablan Los Chunguitos en la que será por siempre mi canción favorita de la Historia. Da igual la gloria, la riqueza o las propias ideas que uno tenga, que yo, amor, me quedo contigo. Porque el amor tiene ese poder adictivo que no solo te hace sentir vivo, sino que te invita a dar vida y a vivir. Todo lo que se hace en nombre del amor, del que rebosa de las entrañas, puede a la duda, al miedo y al recelo. Solo el amor basta, solo con eso se justifica el hecho tan simple de amanecer cada mañana mirando al día como una aventura en la que jugar a ir descubriendo el amor y, a la vez, en la que caer en el maravilloso juego de amar.
El camino hacia el amor, sin embargo, puede resultar a veces confuso. La necesidad de él nos incita a querer forzar el encuentro, aunque en lugar de plenitud se halle luego vacío. Hasta dar con ese amor que es llama viva hay que desperdiciar muchas cerillas, muchas veces por no saber – o no querer – mirar bien si, por casualidad, se encuentra cerca. Basta con mirar con poco con retrospectiva, ¿cuántas veces hemos identificado el amor en situaciones o personas pasadas sin haberle puesto nombre en su presente? Y es que tendemos a pensar que algo tan grande tiene que ser espectacular, y no: en la sencillez y la simplicidad de lo cotidiano es donde suele esconderse.
«Tendemos a pensar que algo tan grande tiene que ser espectacular, y no: en la sencillez y la simplicidad de lo cotidiano es donde suele esconderse».
A mí el amor me encontró sentada frente a una caja de metal. Lo buscaba y no sabía ver que llevaba ahí todo el tiempo. Cuando di con él sentí lo que sienten las personas que se enamoran: vivir en este Amor (así, en mayúsculas) es lo que hace que la vida tenga sentido. Desde entonces, el Amor me aguarda y me sorprende hasta cuando creo que es imposible que alguien me quiera más. Puede resultar paradójico, pero cuando más siento que me ama es cuando más simple se presenta, y es que es un trozo de pan el que me enamora, me hace invencible, derrama ante mis ojos el significado puro de la plenitud.
Lo bonito de todo esto es que nadie que experimente esa sensación es capaz de guardarla para sí. Si tuviera un superpoder, elegiría el de saber apreciar continuamente cada detalle de la vida con los ojos del enamorado que siente tan vivo el amor que no puede hacer sino repartirlo al mundo. Repartir para crecer, amar y ser amado. Un pellizquito de ese Amor son las charlas que revelan y evidencian cosas que ya sabíamos, pero que nunca está de más recordar: sin Amor, nada de nada.
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