Ayer se estrenó en Madrid Blablacoche, una comedia de Eduardo Galán (La curva de la felicidad). Los Teatros del Canal daban la bienvenida a esta obra tan actual de la que se podrá disfrutar hasta el 14 de febrero.
Blablacoche, el título de la pieza, hace referencia a la aplicación Bla Bla Car, donde el dueño de un coche ofrece las plazas libres en su vehículo. Así, quienes desean viajar en coche, por la razón que sea, pero no disponen de uno, pueden hacerlo. Nace con la idea de compartir transporte, ahorrar gastos y gasolina y ganar en comodidad. O no.
Eduardo Galán satiriza ese momento en el que te subes a un coche con unos cuantos extraños y no hay más salida que presentarse y ofrecer unos datos básicos de tu vida. ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? ¿A qué te dedicas? ¿Cómo es que viajas a este sitio? La misma conversación banal que tienes con alguien cuando le conoces por primera vez, pero con la diferencia de que, si la cosa no fluye, te pasas horas encerrado con una persona con la que no acabas de cuajar.
Estar en un coche en silencio es incómodo, pero más lo es discutir. Eso puede pasarte si das con personas muy opuestas a ti como les ocurre a los personajes de esta obra.
Ramiro (Pablo Carbonell), un exmilitar, divorciado, conservador y de derechas, ofrece su coche durante un trayecto a Cádiz para ver a sus hijas. Max (Víctor Ullate Roche) es un actor que trata de conseguir un papel después de mucho tiempo sin trabajar. Magina (Soledad Mallol) es una señora que viaja a contracorriente para llegar al pico sur de España antes de que su nieto venga a este mundo. Y por último, Nat (Ania Hernández) es una psicóloga, feminista, animalista, vegana y de izquierdas, que quiere sorprender a su novio.
Esta no es, ni más ni menos, que una caricatura de la sociedad española hecha comedia. Un país polarizado en ideologías políticas que parecen no poder entenderse. Generaciones, de jóvenes y mayores, que tratan de deshacerse de los estigmas que ponen sobre ellas. Profesiones culturales devaluadas y portadas de periódicos copadas de sucesos criminales que siembran el pánico entre la gente.
Es tan buen reflejo de la realidad que si prestas atención al público, en seguida se esfuerza en posicionarse. Unos concuerdan con la opinión que Ramiro tiene de Natalia, otros se ríen ante los comentarios que esta hace del militar. Y me atrevería a decir que, si no fuera por Magina y Max, el público acabaría enzarzado unos con otros al finalizar la obra.
El viaje del grupo pronto empieza a encontrar baches: Ramiro y Nat no logran entenderse, él se burla del lenguaje inclusivo que Natalia utiliza y ella presupone que Ramiro es facha y una mala persona. Magina reivindica un espíritu joven que no tiene que recuperar, porque quienes se lo han quitado sin preguntar han sido los demás. Una tablet con aplicaciones de citas, experiencias con gigolós y un succionador de clítoris son algunas de las cosas que puedes encontrar en su bolso. Magina es esa combinación del conservadurismo de la tradición, por el recuerdo de las costumbres de una vida, y la esperanza de la liberación que la modernidad le ofrece. Max demuestra tener tanta pluma, que todos le calan desde el primer momento. Un actor, homosexual, con aires de superioridad. Tópico a la vista.
Pero a golpe de comedia, drama y thriller, cada una de estas obviedades se van desmontando. No quiere decirse que los personajes dejen de ser quienes son, sino que se demuestra que son mucho más que feminista, patriota, gay o abuela. Blablacoche ejemplifica cómo a veces las personas nos esforzamos por abanderar tanto una causa, que nos olvidamos de todo aquello que nos une con quienes abanderan otra diferente, no necesariamente opuesta.
Además de la dirección de Ramón Paso, destaca el acierto escenográfico de Javier Ruiz de Alegría y el trabajo de iluminación de Carlos Alzueta. ¿Cómo se representa una obra cuyo escenario es un coche? Dándole al vehículo todos los poderes del teatro. Luces, movimiento, techo plegable, asientos desplazables. El coche, el quinto actor para la compañía, juega un papel fundamental.
Es valiente asumir un reto como el de una pieza dramática que se desarrolla en un espacio minúsculo que, a simple vista, no tiene más movimiento que el de un volantazo. La respuesta del equipo ante el reto ha sido, sin duda, un sobresaliente digno de reconocimiento. Un coche real despiezado, reconstruido acorde con las exigencias de la dirección y del guion.
Ese audi de color azul es el elemento que nos recuerda por qué seguimos yendo al teatro. Las dimensiones del espacio y el tiempo están al servicio de la imaginación de una dirección y un equipo escenográfico, a un nivel que el cine, aunque no lo diga, envidia. El teatro explota la creatividad del espectador y le hace tener ante sus ojos imposibles menos creíbles que los de ningún otro arte, pero más reales que la misma vida.
Blablacoche es un ejemplo de minimalismo eficiente, de menos siendo más. Aunque con un final un poco utópico que nadie termina de creerse, esta comedia es todo un acierto que invita a la reflexión sobre nuestro tiempo.
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