Diciembre de 1950. Eran años duros para un país donde aún dolía la guerra, donde sus estragos se hacían presente en los estratos más vulnerables de la población. La localidad gaditana de San Fernando padecía en estos momentos esta realidad. Entre la miseria, un patio de vecinos donde los valores que salían a relucir nada tenían que ver con su situación. En este contexto, el 5 de diciembre de ese mismo año una de las vecinas de ese patio, la Juana, dio a luz a José Monje Cruz. Para ella, su Joselito; para el mundo, un regalo. Ese día vino al mundo un gitano rubio que nació bajo la estrella más brillante del firmamento del arte, la del flamenco. Ese día nació una leyenda: Camarón de la Isla.
El cante flamenco en los 50 era un arte de la calle, el canto de pesares y alegrías de un pueblo que contaba con poco más que su voz para hacerse valer. Una música que nace de lo más hondo de las entrañas del que la entona, pura y solemne, y que le debe su majestuosidad al pueblo gitano que tan alto estigma le ha concedido. José Monje creció rodeado de flamenco, de cante jondo de su madre y sus vecinas, hasta de su propio padre, trabajador de una fragua que pasaba las horas entonando letrillas.
Fue tras la muerte temprana de su padre cuando Joselito, con el fin de ayudar económicamente a su madre y a sus 7 hermanos, pone en práctica eso que tanto había visto hacer. La Venta de Vargas fue el lugar donde este genio despegó, cantando para los señoritos del momento, dejando más que claro que lo suyo trascendía eso que llaman “duende”. De la Venta de Vargas fue a Sevilla, donde se ganó el favor de grandes figuras como Antonio Mairena, Miguel de los Reyes o Juanito Valderrama, quien lo sacó de las juergas para introducirle en el mundo del artista a través de giras por todo el panorama nacional.
Pero Camarón quería más, y Madrid era la ciudad que le prometía hacer sus sueños realidad. Así, de Andalucía subió a la Capital, que le tenía preparada una de las mayores sorpresas de su vida: la amistad del guitarrista Paco de Lucía. El talento se materializó en ellos, que se unen artísticamente y comienzan a producir discos en los que se le rinde el mayor homenaje y respeto a la faceta más pura del flamenco. La guitarra de Paco y la voz de Camarón formaron, desde entonces, un dúo que ha trascendido las fronteras de su tiempo. Una amistad que se hizo eterna en cantes, un regalo de dominio público que ayudan a poner cara al concepto de “arte”.
Con el fin de la dictadura franquista y la llegada de la Transición las ansias de libertad y renovación inundan toda la esfera nacional y el flamenco, como hijo amoldado a los tiempos, no es inmune a ello. Estos aires de libertad llegan a Camarón que, queriendo desligarse del cante más puro que venía haciendo, deja Madrid para volver a Sevilla de la mano de la familia que había formado con Dolores Montoya “La Chispa”, su mujer.
En Sevilla el panorama es revolucionario. Unos cuantos locos provenientes de las zonas menos favorecidas de Triana y las Tres Mil Viviendas introdujeron sonidos e instrumentos modernos al flamenco, manchando su pureza con las influencias de los estilos musicales que venían de más allá del Atlántico y que tan poco convencieron a los defensores del conservadurismo del género. Camarón quiso subirse a este barco y fue su capitán Ricardo Pachón, el productor que le robó el apellido, pero que le garantizó la eternidad.
Con los sonidos de la guitarra eléctrica, el bajo o el sitar, y con la colaboración de grandes nombres que estaban consolidando esta renovación del flamenco como Raimundo Amador, Kiko Veneno o Tomatito (quien se convertiría en su mano derecha) nace el que posiblemente sea uno de los discos más influyentes de la historia de nuestra música y que, además, sienta las bases de lo que será conocido como el Nuevo Flamenco: ‘La leyenda del tiempo’. Sin embargo, la acogida de este experimento es nefasta. Camarón es visto como un traidor de la pureza flamenca, y sus ansias de innovación pasan desapercibidas para sus contemporáneos. Hoy en día es, precisamente, este arrebato de locura una de las joyas más valiosas de nuestra discografía.
La vida del genio empieza a decaer cuando, sumido en un panorama donde esto era lo habitual, Camarón empieza a tontear con las drogas. A esta decadencia se le suma la muerte de su madre, dejando al artista sumido en el más profundo dolor. Fueron sus raíces, su familia y el apoyo de la ayuda profesional lo que le hizo salir adelante. Y volvió por la puerta grande, pues apostó alto al cruzar las fronteras de España y plantarse en el Cirque d’Hiver de París donde, para sorpresa de todos, saboreó de nuevo en primera línea el significado del éxito.
A París se le sumaron Nueva York y Londres, donde volvió a desafiar a la ortodoxia uniéndose con la filarmónica londinense para grabar su mítico “Soy gitano”. La proyección y el estatus internacional del que gozaba Camarón era innegable. Se había consolidado como la figura del flamenco en ese momento, y el aprecio que se le tenía hacía que no dejasen de lloverle proyectos y oportunidades.
Sin embargo, el ultimátum de la vida llegó en el año de la Exposición Universal. 1992 marcó el principio del fin manifestándose en unos dolores de costado que posteriormente serían traducidos en un cáncer de pulmón. La enfermedad y la debilidad de Camarón provocó la suspensión de la grabación de “Potro de rabia y miel”, y le obligó a cancelar todos sus compromisos. El 2 de julio de 1992 Barcelona vio consumirse la llama del genio. Pero su voz no se apagó, nunca se ha apagado, porque su talento y su obra son patrimonio de la eternidad y aún hoy le recordamos como la gran figura que es para la música y para el flamenco.
La sentencia fue dictada en su despedida: hoy y para siempre Camarón vive.