La Sala de Exposiciones del centro cultural Fernán Gómez, acoge del 1 de abril al 30 de mayo la exposición sobre el universo creativo del director Carlos Saura sustentada en su archivo personal relacionado con el baile. La comisaria de la exposición Ana Berruguete ha sido la responsable de recopilar fotografías exclusivas de rodajes como Flamenco, Flamenco, Iberia, Sevillanas y otros largometrajes fruto de su pasión por la danza y el cine, además de guiones, carteles y los famosos fotosaurios del artista oscense. Una mujer que ha hecho posible que los seguidores de Saura puedan acercarse un poco más a todo aquello que emergía en otra época tras bastidores.
A sus 89 años, Carlos Saura sigue creando películas con la ilusión primeriza de un director novel. La excusa de la danza aún aguanta imperante en su filmografía, con un alegato tras otro al baile, a la expresión corpórea sublime y al “quejío” y el nervio descontrolado. La danza te abraza y no te suelta, quizás por eso Saura sigue viajando agarrado a una cámara analógica, inmortalizando cada paso, cada coreografía autóctona de cada región, siempre en busca de la emoción absoluta en un solo negativo.
Tras cruzar la puerta de la sala, la vida y la ficción parecían entremezclarse. Carlos Saura quiso expresar algo semejante una vez desdibujada la tensión del franquismo, cuando empezó a contemplar otras vertientes del cine en plena década de los 80. En este punto aparece el bailaor y coreógrafo Antonio Gades que de la mano del cineasta confecciona una trilogía determinante en la carrera de ambos: Carmen, Amor Brujo y Bodas de Sangre, películas en las que ya se advierte ese híbrido impecable entre documental y musical en el que el director plasma una profunda admiración por la danza y siempre deja su sello indiscutible.
Desde sus inicios, Carlos Saura se ha interesado ferozmente por lo visceral, lo humano, el rostro, las formas corpóreas y especialmente la mirada, porque es ahí donde se cuaja la vida. En la danza lo eleva al máximo exponente ya que es el cuerpo el que protagoniza cada movimiento, siempre inquieto, en el clímax de la expresión, quizás sea la razón por la que la exposición comienza recogiendo sus primeras fotografías del Festival Internacional de Música y Danza de Granada en 1956, donde se hizo con imponentes retratos de los bailarines, despojándolos de esa aura divina que los envolvía y convirtiéndolos en seres humanos frágiles y terrenales.
El polifacético cineasta crea una coreografía tras la lente de una cámara, un baile de gestos y expresiones donde se cuelan rostros conocidos, estrellas que el propio Saura fotografía en pleno rodaje de sus películas. La exposición exhibe como una especie de guía la vida del artista tras bastidores, los ensayos previos a las grabaciones, en los que inmortalizó la ferocidad de Cristina Hoyos, la fuerza expresiva de Lola Flores, la disciplina intachable de Sara Baras, Aída Gómez, Eva Yerbabuena y el gesto imposible de Rocío Molina e Israel Galbán, entre otros. Robados que plasman el movimiento a pesar de ser una imagen congelada, porque la fuerza de todos esos cuerpos efervescentes traspasa cualquier tipo de soporte.
La naturaleza teatral de las películas de Saura es en cierta parte consecuencia de los escenarios en los que subraya sin miedo lo artificial del decorado de sus obras, siempre en busca de lugares desnudos donde se cuelan entre las tablas alguna que otra silla y múltiples espejos. Aunque si hay un elemento indispensable en las películas del cineasta es la luz, un recurso expresivo capaz de sellar una dramaturgia sublime en su filmografía, gracias también al trabajo compartido con famosos directores de fotografía entre los que destacan: el mago de la luz Vittorio Storano y el ya fallecido Teo Escamilla.
La exposición llega a su final y en ella aparecen numerosas carteleras de las películas de danza de Saura. Posters en francés, italiano, alemán y demás idiomas de los países que fueron testigos de los estrenos del cineasta y que ahora están reunidos en una misma habitación. Entre los carteles destacan los guiones originales ilustrados de películas como El ballet de Fuego y Sevillanas entre otros y los conocidos fotosaurios, fotografías que el cineasta toma y que posteriormente transforma con acuarelas, témperas, lápices de colores y ceras.
Toda la sala es una expresión continua de arte, una alegoría tras otra, porque en cada fotografía, cada escena, cada guion, cada palabra y cada cartel, Saura deja una especie de pincelada, un retrato colosal de lo que supone la danza en un mundo que se empeña en sobrevivir en continuo movimiento y a menudo no se toma en serio el baile.