El deseo escondido, reprimido casi como estigma social, era el tema central de Yo soy el amor (2009), última cinta de Luca Guadagdino antes de que centrara su dedicación como director en la realización del único documental que hasta ahora compone su filmografía, Bertolucci on Bertolucci (2013). Vuelve al largo de ficción repitiendo temática en su nueva película, Cegados por el sol, libre interpretación y personal adaptación de La piscina (Jacques Deray, 1969). La acción nos sitúa en una fecha próxima al estallido de la actual crisis migratoria, que funciona como telón de fondo – intrascendente en el devenir de la trama, lo que le ha valido críticas de los que han considerado esta decisión una frivolidad- para tejer una oscura historia de pasiones entre cuatro individuos en una gran villa siciliana. Aquí, como en la magnífica Yo soy el amor, las localizaciones juegan un papel fundamental en las reacciones de los personajes y en los mensajes que emite el propio director a través de los lugares en que sucede la acción.
Tilda Swinton, Matthias Schoenaerts, Ralph Fiennes y Dakota Johnson son los cuatro protagonistas de una historia que los mantendrá dentro de los límites de una localización prácticamente única, alejados de las molestias y el ruido que produce la civilización. Repite una magnífica Tilda Swinton en registro inédito, inevitablemente gesticulado y contenido al tratarse de una estrella de rock que se recupera de una afonía provocada por una operación reciente. La tranquilidad de las vacaciones que disfruta junto a su pareja la romperá un Ralph Fiennes alejado de la contención y la sobriedad a la que acostumbra en anteriores películas, interpretando en esta ocasión a un excéntrico y desorientado hedonista que se niega a dejar escapar su espíritu juvenil. Por el camino nos deleita con un momento memorable, el baile de la canción Emotional Rescue de los Rolling Stone. Además de antiguo representante, Fiennes mantuvo una relación con el personaje que interpreta Swinton. La tensión entre los dos machos alfa, uno por reconquistar y otro por mantener a la mujer, producirá una exaltación de los instintos más primitivos de ambos, allí donde la masculinidad, el ansia de dominio y la sensación de poder se encuentran. Desde ese momento el metraje será recorrido por el poder sensorial y el simbolismo del clima como sinónimo de deseo y pulsión sexual.
Además del deseo subyacente, obligadamente controlado, las relaciones imposibles, o al menos improbables, vuelven a ser tema recurrente para Guadagdino. En ese terreno tan carácterístico del cine de Polanski en el que los actores no interactuarán más que con ellos, se acabarán desvelando cómo son realmente, sacando buena parte de lo mejor y de lo peor de cada uno. Brotará lo oculto, lo desconocido. Allí serán ellos mismos. Los antiguos sentimientos no tardarán en ver la luz, y es ahí donde se encontrarán los dos personajes masculinos, y sus intereses, comunes en más de una ocasión, chocarán. Dakota Jhonson acabará entonces revelándose como una suerte de tentación prohibida, de misteriosa y atractiva Lolita que jugará un papel fundamental en el desarrollo de la trama.
El deseo se vuelve ansia incontrolable por momentos, y las pasiones se desatan de manera implacable en unos personajes que pelean contra sí mismos para no dejarse llevar. Entre medias hay lugar para una trama homicida que suscribiría el mismo Hitchcock, bañada estilísticamente por las influencias innegables de Rossellini y Visconti y ambientado en unas localizaciones que harían las delicias de Michaelangelo Antonioni para una imposible continuación de La Aventura (1960).
De esta forma, la extravagancia y el refinamiento estilístico vuelven a estar presentes en un interesante trabajo, repleto de sensualidad, contrastes y matices, en el que lo íntimo y lo salvaje se juntan para retratar con prístina claridad los miedos y los deseos de unos personajes que sólo revelarán plenamente sus debilidades en la soledad de una villa bañada por el sol.