Es ella. Todo el mundo la conoce, todo el mundo sabe quién es. Chiara Ferragni, la madre del millenialismo, la primera influencer con un poder similar al de las Kardashian, todo lo que toca lo convierte en oro. Fue la primera en entrar en la lista de ‘las mujeres más influyentes y con más poder menores de 30 años’ de la revista Forbes. Antes del apogeo de los blogs, las influencers y toda esta nueva oleada de viralización y de trabajo en redes, la italiana abrió su blog, The Blonde Salad, el cual cuenta actualmente con 110 mil visitas diarias registradas, casi nada. Además, su cuenta de Instagram asciende a más de 9 millones de seguidores.
La conocemos por colaboraciones con grandes imperios de la alta costura como Dior, Vuitton, Chanel… A pesar de que posee su propia marca de ropa, Chiara no ha querido dejar ningún terreno sin tantear ni ningún ámbito al que sucumbir. Ha sido la musa de muchas de las influencers que están triunfando actualmente; les ha dado fama, repercusión y dinero a su familia; era la querida por todos los maestros de la costura; todo el mundo quería ser como ella; estaba invitada a todos los front row de los desfiles más importantes; la hemos podido ver con celebridades de la talla de Sarah Jessica Parker, Anna Wintour… Utilizo el pasado porque Chiara Ferragni ha vivido en dos esferas completamente dispares. Una de ellas, barnizada de un glamour algo pedante, donde el dinero, las fiestas, el feminismo, el empoderamiento, el trabajo y la moda eran los principales protagonistas de la historia. Sin embargo, este 2018 los cambios se han apoderado de la vida, y aunque el glamour, las campañas, los viajes y las fashion weeks han estado muy presentes en su día a día, la vida de Ferragni ha dado un giro de 180º grados. La italiana se ha enamorado, ha sido madre y se ha casado. Un cambio hacia el convencionalismo y hacia una corriente más tradicional que, siendo franca, nadie esperaba.
Puede que porque nadie entendiera la relación con Fedez (porque lo que es pegar, no pegan mucho). La mayoría pensaban que sería un capricho, la típica trama entre una niña pija del mundo de la moda y un chico ‘malote’ y rapero. Sea como fuere, e independientemente de lo que duren, la relación se ha consolidado a un ritmo frenético (todo hay que decirlo) y han tenido a Leo, su primer hijo. Su enlace se convirtió en el evento de año. El merchandising y la expectación que ellos mismos se encargaron de crear y fomentar atentó contra el significado tradicional de lo que supone para muchos otros la unión de dos personas. Transformaron un ceremonia convencional en una feria inspirada en Coachella.
Chiara Ferragni no quería dejar de ser la influencer que se le consideraba, no quería caer en el olvido, y mucho menos dejar de ser un perfil conocido, por lo que se la idea de transformar su boda en un reality show, fue una técnica de marketing y publicidad extraordinaria, digna de las Kardashian y con referencias de todo tipo, como la de Kate Middelton y el príncipe Charles, dado que uno de los regalos de boda fue una taza con su autorretrato copiando a los príncipes de Inglaterra. Tres vestidos (a simple vista, mucho más convencionales de lo que nadie esperaba), invitados famosos, Dior firmando el vestuario, un hastag y mucho silencio porque todo el mundo se estaba encargando de grabar historias y directos para subirlos a Instagram. Una boda muy viral. Silenciosa, pero viral. El problema es que la vida no es la misma cuando te unes a una persona, y mucho menos cuando eres madre. Y Chiara Ferragni lo sabe. Puede que intente ir en contra de la naturaleza, desafiar la estadística o quizás simplemente no lo quiere aceptar, pero ella lo sabe. Algo en su vida ha cambiado.
Lo que me lleva a cuestionarme si realmente nuestra sociedad (nacional e internacional) está social y políticamente preparada para aceptar que una mujer empresaria, exitosa, fashionista e influencer pueda seguir trabajando y pueda seguir siendo vista con la misma importancia y relevancia laboral que tenía anteriormente, porque es esposa y madre, pero su capacidad en el mundo de los negocios y su una organización es extraordinaria. Que yo sepa, en ningún reglamento de empresaria pone que debas estar soltera y sin familia, porque Chiara es mucho más que una influencer.
Quizás es una falsa fachada, quizás no estamos preparados. Actualmente, toda la atención del imperio Ferragni parece ser que ha derivado a su hermana pequeña, Valentina Ferragni, la cual ya venía con el novio, vistos como una pareja de cuentos Disney. ¿Estaremos hablando del fin su imperio? Si The BoF predijo que los influencers desaparecerían en unos tres años, quizás el principio sea acabar con la creadora, quizás eso ha sido lo que, inconscientemente, hemos estado haciendo.
Sea como fuere, este año ha sido una montaña rusa de emociones para Chiara Ferragni: Buenos y malos, el gin y el yang, moda y familia, millenialismo y convencionalismo, moderno y tradicional, todos ello unido en 365 días.
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