Que, según el calendario, el verano llega a su fin, es un hecho. Que todavía queda mucho verano en el Algarve para seguir disfrutando del sol, el mar y la naturaleza, también. Porque con sus cielos despejados, su luz cálida y brillante y sus temperaturas veraniegas en septiembre y octubre y muy agradables ya metidos en el invierno, el Algarve es el paraíso en el que seguir refugiándose para desconectar y cargar pilas, entre paisajes de postal.
Cuando se habla de postales del Algarve, obligado es hacerlo de sus atardeceres, famosos en todo el mundo y que atrae a viajeros de las más dispares nacionalidades deseosos de buscar esa estampa tan hermosa como irreducible a palabras de los últimos rayos del sol fundiéndose en el Océano Atlántico. Hay muchos lugares preciosos donde regodearse en esos minutos mágicos y sobrenaturales que conforman un anochecer de película, pero nos detendremos en cinco imprescindibles: en el fin del mundo, en el techo del Algarve, en Ría Formosa, en la mítica Punta da Piedade y en la costa oeste, una de las más especiales de Europa.
Cinco anocheceres inolvidables, para ti y tu Instagram
No es de extrañar que arranque aplausos la despedida del sol en el Cabo de San Vicente, sin duda uno de los atardeceres más populares del Algarve, considerado entre los más bellos del mundo, no solo por el sol, sino por la propia localización, el lugar exacto donde hace muchos, muchos, muchos años, acababa el mundo.
La mágica atmósfera que pinta el azote de los vientos en el punto más occidental de la Europa continental, sumado al misterio que exhala un lugar testigo de ritos y leyendas a largo de los siglos y que se agarra a fuego en la piel y eriza el vello, más la implacable despedida de un sol que se funde en fuego en el océano en una preciosa explosión de luz y color, hacen de este anochecer un “top one” mundial. Para no perderse nunca en cualquier visita a Portugal.
Y del punto más sudoeste de la Península Ibérica y de todo el continente Europeo, al más alto de la región, menos conocido y frecuentado, al alejarse de la deseada costa. Aventurarse en la Sierra de Monchique es un plan obligado en toda escapada al Algarve, si se quiere entender toda su esencia y hacer un viaje 360 grados por la gastronomía, la tradición y la naturaleza de la región. Y allí, coronando las cumbres, se alza Foia, el techo del Algarve.
Foia es el punto más alto del Algarve, con 902 metros de altura. Llegar a pie, sin duda el plan ideal para poder sumergirse en ese inmenso jardín botánico que es la Sierra de Monchique, merece un esfuerzo, pero también merece mucho la pena. Desde este balcón natural se disfruta de una de las vistas más espectaculares de la región, extendiéndose por un lado hasta el Cabo de San Vicente, y por el otro, hasta Faro y todo un vasto semicírculo de serranías. Ver cómo el sol se va diluyendo en las tierras bajas, bañándolas en un singular filtro de matices de luz, es un espectáculo muy auténtico y no tan conocido como sus hermanos los anocheceres costeros.
También en medio de la naturaleza, pero ya marina, otro anochecer simpar: el de la Ría Formosa. Un ocaso maravilloso, no solo por la forma en que el sol se oculta en las aguas tranquilas de la ría, sino también por los sonidos naturales que le acompañan en su despedida. Siendo un escenario natural único en su biodiversidad, con su riqueza en fauna y flora, Ría Formosa esconde una vida natural única, que entra en su propia fase al despedir el sol, despertando a especies y sonidos únicos, propios de este lugar, una de las siete maravillas de Portugal.
Decir adiós al día en la ría, sea en un barco recorriendo las ilhas de Armona o Praia Berreta o sea partiendo desde Faro para recorrer la ría y dejarse envolver por los colores encendidos del sol bañándose en sus aguas, es una experiencia inolvidable.
Ya en tierra y siguiendo el perfil de la costa, allá donde el litoral dibuja líneas abruptas, recovecos, ensenadas y peñascos, hay muchos miradores en los que ver atardecer es un espectáculo. La Ruta de los Siete Valles Colgantes acoge nada menos que siete, bien marcados y señalizados, para poner el perfecto broche de oro a una jornada en el Algarve con vistas al oceáno. Sin embargo, nos detendremos por esta vez en Ponta da Piedade, ese precioso rincón en la costa de Lagos donde la naturaleza se entretuvo millones de años en pintar uno de los escenarios de rocas peñascos y cavernas marítimas más únicos y personales de la región.
Aquí cabe la opción de despedir el día desde el agua, a bordo de una barca, recorriendo la costa y aventurándose en el interior de sus cuevas, en el momento justo en el que el sol se esconde en el horizonte. O hacerlo desde la parte alta del mirador, arriba de los maravillosos riscos que conforman este rincón, frente al espectacular espectáculo que ofrece el sol hundiéndose en el océano, cambiándole de color a él y los acantilados ocres que van mudando en una infinita gama de matices.
Y no podíamos completar un mosaico de atardeceres sin uno en la costa oeste, la más desconocida, la más alejada, la menos frecuentada y, por eso mismo, la más salvaje del Algarve. La costa oeste es una de las más personales de Europa, con una geografía muy singular marcada por la vegetación silvestre, los vientos y los particulares dibujos que marcan en el paisaje. Que el final del día te pille en una de sus playas bravas, ventosas, casi vírgenes y despejadas de gente, es un privilegio. Bordeira, Arrifana, Amoreira, Vale Figueira, Amado u Odeceixe son nombres a marcar en la hoja de ruta. Sea en la playa sea arriba, en uno de sus balcones al Atlántico, es un momento indescriptible de comunión con la naturaleza para llevarse consigo para siempre del Algarve.