Está claro que si Christian Dior no hubiera consultado cada paso que daba con su vidente de cabecera, nunca hubiéramos conocido las fantásticas colecciones que el diseñador creó en un pasado algo lejano.
Dior nació en 1905, en Granville (Normandía, Francia) y creció junto a una familia dedicada a la fabricación de abonos que prefería que su hijo se formara como químico o político antes que en una «simple» carrera como era Bellas Artes. ¿Qué podía hacer el joven para que sus padres le dejaran dedicarse a lo que él quería realmente? Ser un chico devoto asistiendo a misa diaria, rezarle a Dios para obtener la fe que no tenía en sí mismo y frecuentar casas de pitonisas para saber cuál sería su destino. Con tan sólo 14 años, una vidente supo que «su trabajo se convertiría en la alegría de muchas mujeres y que las haría muy felices en tiempos oscuros y tristes para todos». Y no, no se equivocó, ya que gracias a ellas consiguió encontrar el éxito que tanto deseaba.
El joven francés no sólo era un chico fiel a la Iglesia y a las adivinas, también era muy supersticioso. Es por ello que siempre le acompañaban cuatro amuletos: dos corazones y una estrella que llevaba como colgantes y un trozo de madera en uno de los bolsillos de su pantalón. ¿Serían estos amuletos los que convencieron a su padre para que invirtiera en su primera galería de arte?
Tras sus servicios militares, en 1928 consiguió su sueño, para más tarde, en 1932, asociarse a una segunda. En ellas se podían apreciar hasta pinturas de nuestro paisano Pablo Picasso. Pero no fue hasta 1938 cuando empezó a dar sus primeros pinitos como diseñador de moda para Robert Piguet. Tras pasar tres temporadas con él, decidió apostar por Lucien Lelong, casa de moda en la que conoció a Balmain y con el que aprendió muchísimo sobre el oficio.
En estos años, Dior visitaba a una pitonisa a la que llamaba «vidente de cabecera» por la frecuencia con la que iba a consultarle sobre su futuro y fue ésta misma la que le aconsejó que ya era hora de que apostará por él mismo y por sus diseños y creara una pequeña casa de costura y, al igual, su propia firma. Y así fue. En 1946, Dior inaugura su Casa de Alta Costura en el número 30 de la Avenida Montaigne, en París. Lo que él no se esperaba es que su primera colección fuera admirada y denominada como New Look por Carmel Snow, dueña de la revista Harper’s Bazaar, que admiró las creaciones de Christian por ser todo lo contrario a la cruel época que se estaba viviendo en esos momentos tras la Segunda Guerra Mundial. De ese modo, Dior había creado la colección que le devolvería la alegría, el color y la elegancia a París. Las prendas de la colección marcaban las cinturas de las modelos, ensalzaban sus pechos y daban volumen en las caderas, rompiendo con el clasicismo del traje gris-azul de Jacques Fath. Además, reintrodujo los tacones, los guantes, los tocados y los bolsos que tan olvidados se tenían debido a los nuevos oficios que las mujeres llevaban a cabo.
Por su labor, en septiembre de ese mismo año, la tienda Neiman Marcus de Dallas (Estados Unidos), le otorga a Christian un premio por su primera colección, equivalente a lo que, a día de hoy, conocemos como los Oscars, pero relacionados con el mundo de la alta costura.
Por esto, afirmamos que la religión ha influenciado en la moda que Dior creó. Concurriendo a distintas pitonisas, confiando en unos amuletos y teniendo fe en Dios, el diseñador se armó de valor para crear su más preciado legado, pudiendo dar las gracias nosotros mismos de la preciosa historia que nos ha dejado.
Moraleja: Si deseas algo y luchas por ello creyendo en ti, podrás conseguir cualquier cosa que te propongas.
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