‘Este olor me recuerda’, ‘este plato es igualito al que preparaba mi abuela’, ‘¡madre mía! acabo de volver a mi infancia’…
¿Cuántas veces no hemos escuchado frases así?
Esto ocurre porque tenemos mucha más memoria para nuestros recuerdos más felices que para las cosas cotidianas. De hecho, investigadores de la Universidad de Columbia, descubrieron que la lengua no tiene memoria, es decir, el gusto no está conectado con nuestra lengua, sino con nuestro cerebro. Las papilas gustativas son las que detectan si el alimento es dulce o salado, pero es el cerebro el que le da sentido a la información.
Hace unos años, un amigo mío me dio a probar unos espaguetis que acaba de hacer en su casa, y habíamos quedado para comer junto con otros amigos en el comedor de la Universidad. ¡Me hizo llorar! Porque eran exactamente iguales a los que me hacía mi abuela. Y mi cerebro me llevó a esos días de veranos en los que mis hermanas y yo comíamos en su casa y esperábamos ansiosas por sus espaguetis. A él, le llené el corazoncito al decir esto, pero a mí me emocionó poder volver a sentir a mi abuela tan cerca de mí.
Ocurre lo mismo con el olfato. ¿Cuántas personas no se han parado de repente porque al oler algo, un plato, un perfume, lo que sea, no han sufrido un flashback y han vuelto a un momento determinado de su vida pasada?
A mí me pasa cada vez que huelo la playa, da igual cuál. Todas me teletransportan a los momentos más especiales de mi infancia veraniega, cuando éramos más de cinco y mi abuela y mis tíos venían con nosotros al apartamento. Comíamos paella, paseos por el paseo marítimo, momentos interminables en la playa.
Y no hablemos de la horchata. De cabecera, mi bebida favorita en verano y especialmente en la playa. Siendo pequeña, mi tradición familiar siempre era ir a bañarnos a la playa por la mañana, y antes de volver a casa para comer, acabar en el chiringuito para tomar una horchata. Enfrente del mar, con la brisa marina, entre risas, en compañía de la familia. Los mejores momentos de mis veranos.
Por eso, cuando probé la tarta de horchata y fartons de Pepina Pastel, no pude evitar llorar de felicidad y de alegría. Porque estaba espectacular. Sin duda, mi cerebro supo reconocer este sabor que tantos recuerdos me trae y que me teletransporta a momentos de tanta felicidad.
Y es que, además de estar deliciosa y ser una parada obligatoria en cualquier lugar de la cuenca mediterránea, tiene propiedades antioxidantes gracias a su contenido en vitamina E y vitamina C, lo que quiere decir que mejora nuestra salud digestiva y contribuye a controlar el colesterol, potencia el crecimiento y modula la tensión arterial. Asi que, me parece un gran acierto que el obrador artesano Pepina Pastel, haya creado esta deliciosa tarta.
La conexión de los sabores con los recuerdos, sinceramente, es un mundo místico con mucho por estudiar todavía. La neurociencia trabaja en poder conocer todas las conexiones que existe en nuestro cerebro, con los sentidos y los recuerdos. No obstante, yo me quedo con el momento de éxtasis e hipnótico en el que cierro los ojos, viajo en el tiempo, viajo a ese momento de felicidad, saboreo la horchata en mi boca, y sonrío. Pero, aunque ese momento de flashback sea precioso, al volver a abrir los ojos, vivo el nuevo momento y los guardo en mi baúl de recuerdos con los que poder volver a viajar en el tiempo, hasta ese momento de felicidad plena.
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