Desayuno con diamantes se ha convertido en un clásico del cine y la moda. La película de Blake Edwards tiene esa aura que cubre a los viejos fotogramas, que los baña en gusto y sofisticación, que son evidentemente lejanos, incluso ajenos, porque narran historias de otra época que ahora gracias al implacable avance del feminismo ya no compartimos ni mucho menos admiramos. Pero hay secuencias que son imborrables, fotografías que se arraigan con fuerza al subconsciente y que sesenta años después siguen teniendo un sentido irrefutable como aquella escena en la que Audrey Hepburn entona Moon river en su ventana bajo la mirada incansable de George Peppard, o aquel beso en el portal acompañado de una carcajada sonora tras la adrenalina de robar un par de caretas en unos grandes almacenes.
El film basado en la novela corta de Truman Capote: Desayuno en Tiffany’s, publicada en 1958, expone el presente de Holly Golightly, una mujer de 19 años que el escritor y periodista insistía que fuese interpretada por Marilyn Monroe. Ahora es imposible concebir la película sin el rostro de Audrey Hepburn, sin su marcada raya del ojo, sus gafas de sol Wayfarer y su recogido en forma de moño italiano bien tupido. La actriz se consagró como el reflejo de la elegancia y convirtió aquel vestido negro diseñado por Givenchy en el más icónico de toda la historia del séptimo arte, porque fue Audrey quién llenó de sentido todos aquellos planos y diálogos bajo el cielo gris de la Quinta Avenida neoyorkina, dando vida a esta icónica cinta.
Holly Golightly es la que conduce el relato, una mujer que insiste en ser un ser salvaje e indómito, que huye de un ambiente reaccionario e incluso de la ayuda de su amigo el productor O.J. Berman, porque ella no busca la protección, sino la independencia. Blake Edwards consigue plasmar una parte del personaje creado por Capote, pero a su vez insiste en la aplastante frivolidad de la protagonista obsesionada con contraer matrimonio con un hombre rico para cubrir el nivel de vida al que aspira, sin tener que depender de todos esos “canallas” que pagan por su compañía. La cinta se iba apretando poco a poco, olvidando detalles claves en la obra de Capote con el fin de encajar en los estándares de Hollywood, convirtiéndose finalmente en una comedia romántica.
Audrey Hepburn interpreta a una mujer que parece haber renunciado al amor, en busca de algo más racional como la estabilidad económica. Los sentimientos entran en juego cuando conoce a George Peppard, sin abandonar ese espíritu de libertad y rebeldía que le permite disfrutar de los pequeños placeres de la vida, tan simples como desayunar de pie frente a su joyería favorita tras una larga noche de juerga. Una mujer que siempre se pinta los labios antes de escuchar una mala noticia y no titubea al corregir a Paul su idea errónea y posesiva del amor: «Somos un par de seres que no se pertenecen, un par de infelices sin nombre, porque soy como este gato, no pertenecemos a nadie. Nadie nos pertenece, ni siquiera el uno al otro».