Sobre la pasarela...

Despedimos a Kenzo Takada, el samurai de la moda

En plena II Guerra Chino-Japonesa, cuando aún Japón no había entrado en la Segunda Guerra Mundial, nació en la histórica ciudad de Himeji el quinto hijo de la familia Takada. Ese 27 de febrero de 1939, cuando el pequeño Kenzo Takada vió la luz en la parte trasera de la «machiya» que ocupaba la casa de tés de su padre, nadie entre familia y amigos hubiera podido predecir que el recién nacido sería el primer nipón en poner pica en el difícil mundo de la moda parisina. Kenzo, que fallecía el pasado 4 de octubre en París, víctima del Covid-19, fue el valiente y respetuoso samurai, que Japón prestó a la moda francesa durante décadas.

Durante su infancia, como tantos otros modistos, Kenzo se vio inspirado por las revistas que leían sus hermanas. En su ciudad natal de Himeji, las calles rodeaban el imponente castillo central, un paisaje curioso que se ha mostrado ampliamente en las filmaciones exteriores de «Shôgun», «Ran» de Kurosawa o en «Solo se vive dos veces» de James Bond.

Único, y con estilo propio, Kenzo Takada era dueño de un universo personal que conquistó el mundo de la moda. El color y los estampados de flores y plantas fueron su seña de identidad pero también sus patrones fabulosos y el dominio de la aguja. «Creo que aporté libertad en la moda, en la forma de vestir, de moverme, de colores. La mujer Kenzo es una mujer libre, bonita y dinámica», decía hace unos meses en una entrevista. Vivía alejado de las pasarelas pero seguía amando su trabajo como diseñador, tanto de interiores como de accesorios. «La moda es como la comida, es importante no centrarse en el mismo menú». Y lo decía un genio que llegó a lo más alto en la moda y en la perfumería.

 

La mitad de la década de los 60, fue una época revolucionaria y transformadora en la moda, sobre todo en París y Londres. Y Takada formó parte de ese cambio. En 1970 ya tenía su propia tienda, Jungle Jap, donde vendía una moda realmente novedosa: su punto fuerte era que fusionaba los kimonos nipones y la vestimenta tradicional de los campesinos japoneses con las formas, siluetas y colores del clásico estilo europeo. Creaba sus colecciones con humildes retales de algodón y con telas que compraba en los mercadillos de la ciudad. Un mes después de abrir las puertas de la tienda alcanzó la portada de la revista ELLE. ¡Todo un logro!

 

Elegante y callado, pero amable y risueño, la casa Kenzo fue poco a poco creciendo aunque permaneció siempre como una enseña de nicho destinada a un público muy concreto. En 1993, LVMH, ávido de agrupar marcas y de diversificar su portafolio, compró la empresa a Kenzo Takada, quien desde entonces respetó el acuerdo pactado y se mantuvo al margen de declaraciones e injerencias, tal y como dicta el código de obediencia y respeto del Bushido samurai.

Férreo defensor del prêt-à-porter, puso de moda los jerséis de manga japonesas, los provocativos vestidos de capas en los que se mezclaban formas, colores y estampados distintos. Fue también uno de los pioneros a la hora de desestructurar el patrón, abriendo camino a muchas tendencias que se instalarían en los siguientes años: chaquetas con hombros muy marcados y grandes sisas, vestidos tipo bata, petos muy llamativos, llegando a lo más alto de la industria textil.

En 1999, seis años de presentar la colección de primavera y verano de 2000, decidía abandonar, parcialmente, el mundo de la moda. Cerraba así un ciclo de 30 años pero, no dejó de trabajar en otros sectores como el interiorismo, con firmas como Roche Bobois, así como, la exitosa colaboración que la casa hizo con el gigante H&M, uno de sus últimos trabajos.

 

Por mucho que haya permanecido en silenciosa y voluntaria discreción en los últimos años, no olvidaremos su agudo sentido de la estética, su capacidad de innovar con mezclas interculturales en la moda ni sus dotes como decorador y coleccionista de arte. Pero sobre todo, nunca se olvidará su eterna sonrisa, su capacidad de inmersión en otras culturas ni su fabulosa conquista de un sector occidental que durante años se rindió a sus pies. Kenzo nunca consiguió hablar bien francés, ni pretendió volver la actualidad tras la venta de su marca. Pero, ante todo, siempre será inolvidable su sencilla elegancia de samurái. ¡Sayonara maestro!

 

Mª José Sánchez

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