Los Teatros del Canal prorrogaron su espectáculo Diva hasta el 21 de febrero. Se trata de una representación de los últimos momentos de María Callas (1923-1977), una de las sopranos más conocidas.
Con la autoría y dirección de Albert Boadella, María Rey-Joly se pone en la piel de la cantante lírica, que vive uno de sus peores momentos. Se encuentra en París (ciudad en la que falleció) rodeada de recuerdos gloriosos de su pasado profesional y perseguida por el recuerdo fantasmagórico de su amor, Onassis (Antonio Comas), ya fallecido.
La escena, su sala de ensayo. Un piano sobre el que reposa una fotografía junto a Onassis, un sofá y un tocadiscos. Todo lo que rodea a María la hiere y le recuerda lo que ya no está con ella: su voz, su popularidad, su gloria y su amado.
Ante esta situación tan desesperante, obliga a su ayudante a que finja ser Onassis. Los primeros minutos de Antonio Comas sobre el escenario son como Onassis, y no es hasta más adelante que se descubre que ha fallecido. Vivir momentáneamente en un engaño parece ser la única manera de Callas para subsistir.
Diva es un espectáculo agónico y desgarrador. Lo único que le queda a la soprano es dolor. El hombre que se sienta al piano pretendiendo ser Onassis le recuerda que él ya no está, pues a Aristóteles no le gustaba la música. Las arias que salen del tocadiscos son una bofetada que le recuerdan lo que ya no es capaz de hacer. Las gafas de sol, la única conexión que le queda de Onassis.
El autoengaño en el que María Callas vive el ocaso de su vida no debería sorprender a nadie. La vida de Callas ha sido una carretera llena de baches y curvas cerradas, donde casi no hay terreno llano y no es ella quien marca la velocidad. La soprano vivió una época dorada, sobre todo en Italia, pero cada éxito vino acompañado de un fracaso. El público era muy exigente con ella, casi tanto como las personas de su alrededor. Su madre, su marido, incluso ahora su ayudante, la utilizan como una caja de música, dando vueltas a la clavija que tensa una cuerda rota y muescada.
Las comparaciones con Medea no pueden ser más acertadas. Medea fue una mujer engañada y utilizada de la que sólo se recuerda cómo decidió tomarse la justicia por su mano. Un poco a lo Britney Spears, María Callas nunca fue dueña de su vida. Un poco frágil y volátil, fue fácil de situar en el sitio y momento más conveniente para los demás. Su trabajo era fuente de ingresos para sus allegados y la utilizaron y explotaron hasta que no pudo más, literalmente. Quién sabe si el deterioro de su voz no se debe a eso. La Callas actual está atormentada porque ha dedicado su vida, hasta su último aliento sobre las tablas a cantar, y ahora ni siquiera puede llegar a notas básicas.
Sin embargo, en sus últimos momentos se encontró sola. María Rey-Joly expresa con acierto ese limbo en el que Callas vive autoengañada, pero le falta desesperación cuando la burbuja se rompe. Este juego de ficción y realidad se representa de manera hábil con el vestuario. Callas se arma de valor cuando se viste de lujo y perlas, cuando parece que puede escuchar todavía al público aclamándola. Y Onassis es él mismo cuando se pone esas gafas de sol, las que eran suyas. En realidad, las gafas no son un reflejo de él, sino una barrera que le permite mirar a los ojos de su ayudante sin darse cuenta de que lo que se esconde detrás de esas lentes oscuras no son los ojos de su amado.
Es una obra rigurosa y tratada con respeto y seriedad. La dirección musical de Manuel Coves nos deja con algunas de las arias más sonadas de Callas como La Traviata o Costa Diva. Sin embargo, dentro de tanta profesionalidad no cabe utilizar una peluca de rizos que bien podría haber utilizado David Bisbal como perro de la cantante. Es una nota discordante dentro del rigor de las arias y la gravedad del asunto, además de que el perro es algo completamente prescindible en la representación.
En realidad, Diva es una metonimia, una parte que representa un todo de mujeres utilizadas por su talento, cuyas vidas y sentimientos no se han tenido en cuenta. Es una historia que podría contarse con mil rostros diferentes. La de una mujer explotada laboralmente, un matrimonio donde el marido era más un jefe, un amante con el que tiene una relación de dependencia y toxicidad. En definitiva, muchas luchas en un solo cuerpo que, finalmente, no puede más.