‘El año que dejamos de jugar’. Berlín, 1933. Anna Kemper (Riva Krymalowski), una niña de nueve años debe cambiar su vida radicalmente dejando atrás a su conejo rosa de peluche. Pues debido a la fama revolucionaria y el trabajo periodístico de su padre judío, Arthur Kemper (Oliver Masucci), se ve obligado a exiliar a Suiza justo antes de que Hitler pueda salir elegido en las elecciones alemanas. Junto a su hermano mayor de doce años, Max(Marinus Hohmann), y su madre Dorothea (Carla Juri), Anne sale en ruta a Zúrich para reunirse con su padre. Sin embargo, el camino no acaba aquí, sino que después deben trasladarse a París donde pasarán un momento de su vida llena de pobreza. No obstante, Londres será la ciudad donde por fin podrán vivir en paz.
Al principio de la película, Anna se disfraza de mendiga en una fiesta. Lo que no sabe es que dentro de un año su vestimenta le hará honor a su clase social. El filme que nos presenta la directora Caroline Link demuestra cómo la vida en la época de Hitler pudo cambiar en un chasquido de dedos. Después de ver obras similares a esta, como ‘El Diario de Anna Frank’, ‘La vida es bella’ o ‘El niño con el pijama de rayas’, sobran las palabras de la triste y dura vida que han tenido que pasar los personajes y no tan personajes. Pues esta película está basada en una historia real. La verdadera Anna tiene un nombre y es Judith Kerr, y esta película es una adaptación de su novela ‘Cuando Hitler robó el conejo rosa’.
Durante los 120 minutos del filme, aparecen unas imágenes idílicas de las ciudades donde se establece la familia. Se observa la preciosa París, los maravillosos paisajes de Suiza, las características calles de Berlín…, pero esto solamente maquilla un poco la situación de la familia. Donde los niños deben empezar de nuevo en tres ciudades distintas: nuevo idioma, nuevas costumbres, nuevos amigos y, lo más importante, con la sabiduría de que nunca volverán a su anhelada casa alemana.
Todos los personajes redondos hacen una actuación espectacular, desde la feliz vida acomodada hasta tener que mendigar por un poco de queso pasado y ropa. El papel más desarrollado es el de la pequeña, pues al principio ponía una sonrisa inocente para todos, pero cuando se va complicando su vida, se planta ante sus familiares expresa todo lo que piensa. No cabe decir que, como en la vida misma, las actitudes y comportamientos de todos los personajes van cambiando y adaptando durante cada época. Incluso, ante la pobreza, los padres Arthur y Dorothy siempre se mantienen naturales y sinceros delante de los hijos, pero con la mayor calma y tranquilidad para estos. Eso sí, tienen la libertad de hablar de cualquier tema y expresar lo que opinan sin ningún tapujo.
Como muchas películas que tratan estos tipos de historias dramáticas, ‘El año que dejamos de jugar’ es una de aquellas que te dejan sin habla. Anna (o Judith) y su familia son unos supervivientes y héroes de muchos otros. Una vez más, la familia y la unión de esta gana a todo lo demás (Valoración 8/10).
Foto de encabezado: El País
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