Un año. Un año del aplauso de las ocho. Un año de la declaración del Estado de Alarma en España. Un año de abrazos perdidos e ilusiones truncadas. Ya hace un año desde que entrase la pandemia en nuestro país y nos arrebatase la libertad, la sonrisa y la cercanía. Aparecieron términos nuevos como confinamiento, distancia social o nueva normalidad. Sí, ya hace un año. Pero, ¿qué hemos aprendido?
Hay muchos que esta pregunta no sabrán responderla y otros que su respuesta será: nada. Nada nuevo. Nada que no supieran. Sin embargo, otros muchos (y no hablo de aquellos negacionistas que piensan que la pandemia no existe) hemos aprendido a querer. Hemos aprendido amar. Hemos aprendido a valorar que lo único que es imprescindible para vivir es tener un corazón que siga latiendo. El día que deje de latir, todo acabará. Se acabarán las frustraciones y los berrinches, las peleas con tu pareja o los enfados sin importancia con tu madre. Esas cosas insignificantes que antes no valorabas.
Durante los pasados 365 días han sucedido muchas cosas. Han muerto miles de personas en nuestro país y millones en el mundo. Se han convertido en los héroes de un país, aquellas personas anónimas que salvaban vidas, sin pedir nada a cambio. Se han jugado la vida las cajeras de los supermercados en los momentos más complicados y han deseado que todo acabe para volver a limpiar las calles, los barrenderos de tu barrio. Han pasado tantas cosas, ¿verdad?, que no somos capaces de recordar aquel 14 de Marzo de 2020, porque no queremos mirar atrás.
Fueron días de incertidumbre, de miedo, de pánico. Unos días donde la alarma sonaba a la misma hora, a las ocho de la tarde. Era la cita diaria, eran los aplausos a los sanitarios. Se trataba de un acto solidario y de apoyo a todas aquellas personas que estaban en primera línea de la batalla. Y ya ha pasado un año. Aún recuerdo cómo caían mis lágrimas por la mejilla viendo el telediario mientras televisaban el aplauso de las ocho desde la puerta del Hospital Gregorio Marañon de Madrid. Fueron momentos duros y muy difíciles. Pero ahí estábamos todos juntos apoyando a nuestro país y demostrando que cuando queremos podemos apoyarnos como nación. Y eso que mientras ellos luchaban, nosotros no podíamos hacer nada.
Reconvertimos el ocio, hicimos recreativo lo que, hasta entonces, era lúdico. Nos volvimos accesibles y la cultura nos acompañó durante 100 días. Hicimos que nuestras vidas fuesen más transparentes y hasta nos permitimos llorar. Todos éramos iguales. Ni el dinero, ni la clase social, ni el color de piel, ni la ideología política, suponía un problema. Por primera vez, el miedo conquistaba nuestra vida y una pandemia nuestra libertad.
Hoy hace un año, un año desde que aquel 14 de Marzo sonase la alarma del encierro. Pero, ¿qué hemos aprendido un año más tarde? Yo aprendí que la vida es un arte que solo algunos saben manejar y que su valor es incalculable. Además, la vida es como la mejor de las tartas de una pastelería, da pena hasta tocarla pero si te la comes disfrutándola saborearás hasta el último ápice. Eso es la vida. Disfrutar y valorar lo que tenemos, hasta que lo perdemos. Aprendí que cada segundo en familia es un regalo y cada sonrisa de mis padres un recuerdo imborrable de mi mente incansable. Y aprendí, que nadie es más que nadie, que todos somos iguales y que frente a una crisis sanitaria, lo único que importa es valorar que nuestra vida es tan importante como para arrepentirnos de no vivirla al límite todos los días.
_____Esta carta es de agradecimiento a todas aquellas personas que estuvieron en primera línea durante la batalla: »Me hicisteis valorar, creer y pensar que la tolerancia y la solidaridad, existen. Gracias por todo».
Foto: Paco Fuentes
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