Hace ya muchos años que la dejé atrás. Por circunstancias de la vida, mi casa dejó de ser casa para convertirse en lugar de paso, como si de una estación de servicio en la que parar a repostar se tratase. Esa casa tuvo que compartir protagonismo con otra casas que distaban kilómetros y que también fueron poniendo de su parte en mi construcción del mundo. Sin embargo, a pesar de la distancia, cuantas más casas conozco y quiero, más valoro y aprecio que solo a una la pueda llamar hogar.
Mi hogar está allí abajo, donde dicen que existe un color especial. Y lo tiene. Mi hogar tiene una luz que ya quisieran los más virtuosos artistas poder captarla. Mi recuerdo está compuesto por la gama cromática más espectacular que jamás se podría imaginar: es el color de las flores del patio de mi abuelo, de las casas de mi pueblo, del mar cuando cae la tarde. Es el color brillante de la primavera, el calor de los colores del invierno, el gris perla cuando la lluvia cubre sus calles. El color especial de mi hogar es el arcoíris recogido en el blanco y verde.
«Mi hogar, mi patria, es cuna de artistas y valientes, de personas comprometidas con lo suyo y con lo nuestro, de sudar la gota gorda por hacer del mundo un lugar más habitable»
Mi tierra, Andalucía, es belleza y es luz, pero va mucho más allá. Mi hogar, mi patria, son miles de historias que componen el mosaico de sus calles. Son luchas eternas por reivindicar lo que es nuestro, por derribar tópicos que no hacen justicia a la realidad tan inmensa de su gente, por poner en valor que además de belleza también tenemos garra. Mi hogar, mi patria, es cuna de artistas y valientes, de personas comprometidas con lo suyo y con lo nuestro, de sudar la gota gorda por hacer del mundo un lugar más habitable.
Bebiendo de su fuente he crecido abrazando la fuerza y el contraste. Porque tras el color especial, Andalucía también tiene sus sombras. Mi tierra es tierra de contrastes. En ella conviven la alegría y el dolor, pesan las taras que aún recorren sus calles y que dejan su poso en su historia, pero no por ello vive sumida en su pesar. Porque lo que más me gusta de mi tierra es su capacidad de mirarse a sí misma y reconocerse los errores. Su gente, mi verdadera patria, es la que ama tanto su tierra que sufre como nadie sus desgastes, y que pelean por pulirle las vergüenzas y dotarla de la dignidad que se merece.
«A esta tierra solo se le puede querer bien, y querer bien pasa por ensalzar sus virtudes y reconocer sus defectos»
De todo lo que podría decir de Andalucía, me quedo con que Andalucía no deja de darme lecciones de amor. Porque a esta tierra solo se le puede querer bien, y querer bien pasa por ensalzar sus virtudes y reconocer sus defectos. A Andalucía se le quiere como se quiere a un buen amigo: desde la admiración más profunda y el cariño más sincero, porque te duelen sus faltas y porque quieres que reluzca en ella toda la valía que tiene, quererle bien pasa por asumir los fallos y trabajar juntos por pulirlos. Así es como me han enseñado el buen querer. Así es como, con todo mi alma, quiero a Andalucía.
No puedo no sentirme orgullosa de mis raíces. No puedo no reivindicar mi tierra, con sus contrastes, virtudes y defectos. No puedo no pregonarla allá donde vaya, no puedo vivir la vida sin acento. No sé dónde me llevará la vida, pero por mucho que lo intente, mi corazón tiene dueña y casa, y no puede ser otra que Andalucía.
Feliz 28 de febrero.
Viva Andalucía Libre.