Las notas del móvil son un extraño lugar en el que bucear. Listas de la compras, frases de alguna película que en su momento consideré especial, recordatorios que nunca miraré, fechas que supongo querré recordar, y pensamientos. A veces, cuando me da por pensar, pienso en esa especie de cajón de sastre que siempre pilla a mano y siempre escucha. Confieso que soy más del pensamiento tradicional, de papel, bolígrafo y tachones, pero – por prisa o por pereza – cada vez pienso más en digital.
Lo bueno de almacenar pensamientos en un lugar tan concurrido y, a la vez, tan poco transitado es que detenerse a mirar siempre supone llevarse alguna sorpresa. En ocasiones me encuentro con retratos desfasados, con historias caducas o ideas derrocadas. Otras veces me sorprende la vigencia que siguen teniendo algunas palabras y algunas heridas. En la mayoría de los casos, y como ocurre ahora, lo que descubro es un pensamiento circular que periódicamente atraviesa mi mente y que a veces me atrevo a capturar.
«En ocasiones me encuentro con retratos desfasados, con historias caducas o ideas derrocadas. Otras veces me sorprende la vigencia que siguen teniendo algunas palabras y algunas heridas»
Una de esas visitas frecuentes es la del concepto de volver a casa. Quizás por las fechas que se aproximan, quizás porque últimamente habla un poquito más fuerte la nostalgia, ese viaje que nunca sabré si es de ida o de vuelta se hace presente en mi rutina. Después de tantos años, tantas idas y tantas vueltas, una termina por aborrecer un poco el proceso que hace de medio para el fin principal: volver.
Rebuscando en mi cajón de sastre personal me he encontrado con una de esas veces que decidí retrasar la espera, no sé si con intención de matar el tiempo o de inmortalizarlo. En cualquier caso, hoy me apetece sacar del cajón esta imagen con la que últimamente tanto sueño: el tiempo de espera en la estación, ese lugar que sin decirte si es ida o vuelta, prepara el paladar para el mejor de los sabores, el de la vuelta a casa:
“La banda sonora de la estación resuena por todas partes. Más allá de la música hay vida, un vaivén de historias de magnífica indiferencia, de insultante importancia. Un reloj marca el ritmo de los pasos, el ritmo de la espera. El ansia se apodera de un continuo tiempo muerto, el ir y venir de quien no es de ninguna parte.
Conozco todas las caras. Identifico las miradas, las que buscan y rehúyen, las que han llegado mucho antes de embarcar. Nadie sabe qué se esconde tras cada una de las caras. Pero las conozco. Soy y he sido ellas. Estoy siendo una cara más.
Continuo dinamismo del frenesí impaciente. Maletas de peso vacío, almas cansadas en rostros firmes, resacas de adrenalina, incertidumbre y pasión. Nada importa más que lo que está por venir y, sin embargo, aquí nos encontramos compartiendo una espera que es trámite, pero también la única verdad.
«Personas que viajan en cuerpo y alma. Mentes en tierra de nadie. Un presente concurrido que anhela ser habitado. El eterno lugar de paso»
En la espera, sueños. Miedos, quizás. Y esperanza. Un viaje antes del viaje. La cuenta atrás del abrazo, el regreso, la llegada o- quién sabe- la negación de una realidad que burla las expectativas. Personas que viajan en cuerpo y alma. Mentes en tierra de nadie. Un presente concurrido que anhela ser habitado. El eterno lugar de paso.
Y yo, mera observadora de esta escena sin guion, evito lo astral sin haber puesto jamás un pie en la tierra. Me deleito pensando en todas esas caras que soy yo, en la insignificancia que en algún lugar, en alguna vida, es plenitud. Aquí, paciente y frenética, camuflo mi anhelo con anhelos desconocidos. Embarcándome en uno de esos viajes que comienzan mucho antes de llegar. Como el de todas las caras que soy y seré. La banda sonora de la estación siempre será mi canción favorita.”