La dieta mediterránea es mucho más que un conjunto de alimentos saludables propios de los países colindantes con el Mar Mediterráneo. La UNESCO otorgó el título de Patrimonio Inmaterial a esta “dieta”, el mayor reconocimiento del éxito que tiene esta forma de alimentación en todo el mundo.
Concretamente, la UNESCO define la dieta mediterránea como “un conjunto de conocimientos, competencias prácticas, rituales, tradiciones y símbolos relacionados con los cultivos y cosechas agrícolas, la pesca y la cría de animales, y también con la forma de conservar, transformar, cocinar, compartir y consumir los alimentos”. Es decir, que la dieta mediterránea no incluye solo el alimento, sino que abarca desde su tradición hasta su modo de consumo.
Los países que conformaron esta forma de alimentación son Chipre, Croacia, España, Grecia, Italia, Marruecos y Portugal. Estos países cuentan con lazos históricos que propiciaron un intercambio social y cultural en torno a las aguas del Mar Mediterráneo. Después de siglos de vínculos, estos derivaron en una mezcla de costumbres, hasta dar lugar a esta dieta mediterránea que hoy conocemos.
El éxito que esta dieta cosecha alrededor del mundo se debe a dos de sus características: sus alimentos y su consumo. En cuanto a lo primero, la dieta mediterránea completa a la perfección los requisitos que la Organización Mundial de la Salud determina necesarios para que una alimentación sea saludable. Está basada en vegetales y frutales; utiliza el aceite de oliva como grasa principal (por encima de otros aceites o mantequillas, como es propio en otros países). La ingesta de carnes debe ser inferior a la de otras grasas como las no saturadas de pescados o frutos secos. Por supuesto, trata de mantener al mínimo la ingesta de sal y azúcar.
Estas recomendaciones resultan idóneas para los amantes de la dieta mediterránea cuyos alimentos principales cubren todas esas necesidades. Entre ellos: frutas, verduras, legumbres y frutos secos; pan y derivados de cereales integrales; lácteos, carnes rojas, pescado y aceite de oliva. Ocasionalmente y con moderación incluye bebidas alcohólicas como el vino. El bodegón mediterráneo es, por lo tanto, predominantemente verde y colorido, suculento y apetecible.
La base de esta alimentación, además, consiste en la cocina saludable (vapor y plancha antes que frito) y fresca (preferencia de productos de temporada). La gran variedad de alimentos que conforman la dieta mediterránea permiten crear combinaciones muy variadas y deliciosas, consiguiendo sacia a sus comensales de todo tipo de sabor o antojo. Así se evita caer en otras comidas mucho menos saludables. Sin duda, la presencia de producto fresco es una de las carencias que otros países tienen y que más han aportado al éxito de esta dieta.
El modo de consumo ha sido otra de las claves para su popularidad. Se come en familia o en compañía, sentados en una mesa, con tranquilidad y tiempo suficiente. La compañía y la charla favorecen un ritmo más lento de ingesta. La calma es beneficiosa para la digestión y para evitar comer más de lo que nuestro cuerpo necesita. Socialmente, esta dieta, favorece las relaciones con nuestros círculos familiares y amistosos. Es una costumbre que maravilla a aquellas familias cuya única comida principal es la cena (la comida suele ser un aperitivo rápido y solidario) o que directamente, no tienen por costumbre comer todos juntos de forma distendida.
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