La vuelta de la lechuga a los escaparates de los supermercados nos indica que las fiestas se han acabado. Adiós al roscón, adiós al champán y adiós a la Navidad.

No obstante, sigue haciendo ese frío solemne que hasta hace poco  inundó la ciudad. No han sido unas Navidades especialmente frías, pero a la vista quedan las consecuencias del cambio climático. A esto nos hemos reducido. A la indiferencia ante la situación de nuestro planeta. Por lo menos tenemos gobierno. Algo es algo.

Para entrar en situación, para que la rutina sea un tanto menos gris, los portones del Teatro Lara se manifiestan en nuestra senda. La gente se aglutina de forma desordenada. Imagino que han venido a ver la obra de la que todo el mundo habla, y esa no es otra que ‘El hambre. Se ama como se come’.

La sala Cándido Lara casi está al completa cuando nos dejamos caer sobre nuestros butacones y en menos de lo que pensábamos, se apagan las luces y se ilumina el escenario.

Pero sin grandes focos. La luz es tenue y la dirección artística de la puesta en escena dennota elegancia. Tres espejos, un maniquí desnudo con una pajarita, una mesa de madera, dos taburetes giratorios que me recuerdan a mis clases de arte en el instituto (buenos tiempos eran aquellos) y un ambiente minimalista que acompaña a la perfección al desconcierto que subyace el trasfondo de esta obra.

Un bar. Tres personajes. Un encuentro entre dos desconocidos que se citan en una tarde de agosto más caluroso de la historia. Un hombre y una mujer de extrema izquierda. Al principio casi podría parecer un encuentro ordinario, y sin embargo, no.

Entre ilusión, realidad, el calor, cócteles y aperitivos de la casa, vamos introduciéndonos en la mente y el cuerpo de nuestros héroes al frenético compás de sus palabras y de sus pensamientos, descubriendo que no se trata de un encuentro romántico. O no en el sentido más común de la palabra.

Ella le confesará a él conocer su pasión más íntima y perversa. Una pasión secreta, inconfesable, inadmisible, innombrable, inaceptable… Y al mismo tiempo atrevida, admirable y más allá del sistema, que fagocita el sistema desde adentro, que se lo come, que come, que nos come.

A medida que el texto avanza, en las caras de todos los presentes se materializa la ejecución casi perfecta del elenco. Aunque no sé si utilizar esa palabra es la más adecuada, ya que sobre el escenario, solo hay dos personas, hombre y mujer. Con una actitud  rocambolesca que casi personifica el desquicie.

Todo está bien medido: los pasos, los movimientos que los hacen danzar cómo si realmente su vida fuera la de los personajes, los tonos de voz, los pies que dan lugar a otras frases. Todo se desarrolla de manera lenta y paulatina dejando al descubierto un final que no todo el mundo esperaba. Escucho “¿pero qué es esto?”, y no puedo negar que to también lo he pensado.

Pero, al fin y al cabo, el arte se basa en esto: en hacer despertar sentimientos en tu interior que hasta la fecha, nadie sabía que tenías. Saciar la duda es fácil con ‘El hambre. Se ama como se come” en el Teatro Lara. 

Ficha técnica