Reconciliarme con lo que fui es, muchos días, una asignatura que aún tengo pendiente. A veces miro mi pasado con vergüenza, incluso con desprecio. Me da rabia reconocer que esa también fui yo. Me da rabia reconocerme en lo que ya no soy. Tiendo a volverle la mirada a la niña, a castigarla de cara a la pared, a negarle el respeto por haberse atrevido a vivir sin instrucciones.
Luego, cuando lo pienso, el castigo se traslada al presente. ¿Con qué derecho me atrevo a juzgar la valentía de la inexperiencia, la osadía de quien quiere adentrarse en el mundo a pasos agigantados? Cuando lo pienso en frío cojo a la niña y la miro a los ojos: bastantes palos te ha dado la vida para que yo, eso con lo que tanto soñaste, también te castigue por vivir. Ni ella ni yo nos lo merecemos, porque si me paro a pensarlo tampoco lo hizo tan mal.
«El pedestal desde el que algunos días miro hacia atrás se ha construido con las piedras que la niña ha ido recogiendo por el camino»
En primer lugar, el pasado del que reniego ya no existe: ni va a cambiar, ni va a ir a mejor, ni va a doler más. No es justo castigar algo que no existe. Ni es justo, ni tiene sentido. Aunque, en realidad, sí que sigue existiendo. Lo sé porque lo pienso, porque aún me duelen las heridas, porque sigo sufriendo por errores que no se pueden remendar. Pero también lo sé porque hay cosas que antes no sabía, porque de muchas cosas ya conozco la respuesta correcta, porque hay bolsillos en mi mochila a rebosar de felicidad.
El pedestal desde el que algunos días miro hacia atrás se ha construido con las piedras que la niña ha ido recogiendo por el camino. En la construcción de esta casa que soy yo cada ladrillo, cada vivencia, es fundamental. Si uno falla, se cae toda la estructura. Por eso no tengo ningún derecho a juzgarme, por eso me tengo tanto que agradecer.
«Lo que fui no me define, pero me curte. Lo que hice no me representa, pero me enseña lo que quiero ser. Las heridas que me hice no han sanado del todo, pero tenerlas me recuerdan por qué caminos es mejor no volver»
Hay días en los que se abren ventanas que destapan cuartos oscuros donde el polvo no ha logrado sepultar los daños. Otros, los más generosos, un rayo de luz alumbra la galería de retos conseguidos y el pasillo donde cuelgan orgullosos todos los corazones que conquisté y me llegaron a conquistar. Todos, absolutamente todos los días, me debería ver obligada a dedicar unas palabras de gratitud a quien puso la primera piedra que poco a poco va levantando la estructura.
El cambio es un camino de prueba y error. Como si fuese un juego de mesa, a veces toca avanzar y a veces retroceder, pero la gracia del juego es no quedarse en el sitio, y da igual los pasos que tenga que dar. Lo que fui no me define, pero me curte. Lo que hice no me representa, pero me enseña lo que quiero ser. Las heridas que me hice no han sanado del todo, pero tenerlas me recuerdan por qué caminos es mejor no volver.
Hay días en los que castigo a la niña, pero en realidad la quiero. Sin ella no habría hoy, sin ella ningún logro, ninguna alegría, ninguna enseñanza. Sin su descaro, sin sus errores, sin su poca vergüenza, sin su egoísmo y sin su camino posiblemente hoy habría mucho más errores, mucho más daños, muchas más heridas que causaría en mí y en los demás.
«Valorarme empieza por entender que si falta un ladrillo, se cae toda la casa»
Aprecio, quiero y admiro a la niña. Necesito de la niña para recordar qué quiero ser, qué no quiero ser, cuál es la meta a la que quiero llegar, cuál es la esencia más pura que me identifica y que por mucho que vire la vida no quiero perder. Porque mañana volveré a ser la niña. Porque no puedo castigar continuamente lo que nunca dejaré de ser. Porque valorarme empieza por entender que si falta un ladrillo, se cae toda la casa.