Me declaro públicamente amante de la Alta Costura y sobre todo de la moda que te deja sin palabras, que pone los pelos de punta, esa que la mayoría de la gente no entiende y que pocas personas consideramos como arte. París se convierte una vez más en la cuidad que aglutina una semana repleta de lujo y pasión, de amantes de la moda que disfrutan en primera persona de piezas llenas de trabajo y fantasía. Al alcance de pocas personas en el mundo, la Alta Costura cada vez más se convierte en lo que es, un reflejo de prendas valoradas en millones de dólares, con una mano de obra infinita tras sus espaldas.
Supongo que como muchos, me declaro una seguidora absoluta de cada desfile y cada pieza que sale al mercado, aunque probablemente jamás llegue a poder adquirir una prenda que lleve en su etiqueta el nombre Giambattista Valli.
Con líneas generales, una vez más muy semejantes la marca parece no sorprender, pero pese a lo que pueda parecer, cuando crees que un vestido de X colección te ha fascinado, saca el siguiente y te vuelves a enamorar de otro. Esto es lo que ocurre continuamente con muchos de los vestidos que presenta la marca. Volúmenes imposibles que apenas dejan paso a la movilidad, pero que te aseguran ser el centro de atención de todas, y creerme cuando digo TODAS las miradas, pues habría un poco de ti dentro del vestido y no al revés.
La esencia pura de la marca volvió aparecer en vestidos cortos y largos llenos de volumen, looks de noche con los que debemos quedarnos, pues apuntan y muy alto en las futuras alfombras rojas.
Pedrería, estampados florales y sobre todo gasa y seda, coronaban cada prenda llenándolas de vida. Una colección romántica presentada en una cuidad tan deslumbrante como París, deja una vez más atónitos y emocionados a todos los asientes a la gran cita.