En el aire ha llegado al Teatro Lara de Madrid, con una historia desgarradora sobre el amor, los sueños frustrados y las corazas. Protagonizada por Eva Higueras y Jimmy Barnatán, presenta a unos personajes incomprendidos. Están aferrados al pasado y tienen miedo a salir y descubrir la vida que les espera fuera. Con una puesta en escena sencilla, En el aire transita por el humor, el drama y la tensión, todo ello con sutiles metáforas que enriquecen un diálogo altamente simbólico.
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Un símbolo es, precisamente, la ventana tapiada que domina la escena e impide que entre la luz a la casa. Toda una metáfora de lo atrapada que vive Rosa en su pasado, con miedo a salir, explorar el mundo y, sobre todo, superar los trágicos acontecimientos que le han sucedido en los últimos años. Es una mujer frágil, desencantada, que necesita encontrar a alguien que realmente le demuestre que tiene sentimientos. Su tormentoso pasado con los hombres le ha hecho llegar a un nivel de exigencia que va más allá de lo meramente amoroso y traspasa la barrera de lo psicológico. Un personaje complejo, vulnerable, incomprendido y con miedo a dejarse llevar, aunque sea tomándose una simple cerveza, que «se le sube a la cabeza» muy rápido. Quizás, es lo que necesita, pero no se atreve.
Llega entonces David, que desde el principio lleva la iniciativa para derribar las barreras que constriñen a Rosa. Es vulgar, precipitado, muy dinámico, aunque quizás también brusco y poco reflexivo. La protagonista le reprocha su forma de ser, pero atisba que tal vez él no es como los demás. Poco a poco, vamos conociendo la historia de este camionero, que resulta ser mucho más profundo de lo que transmite su apariencia. Un luchador nato, con sueños frustrados, que busca más que un mero «polvo», aunque le cueste admitirlo.
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El miedo a enamorarse
En el aire va precisamente de eso, de dos personas desencantadas, muy diferentes, pero que comparten una visión del mundo similar. Sus expectativas se han visto frustradas y por ello se han refugiado en una coraza. La de David, una pretendida frivolidad; la de Rosa, una indecisión y un escudo difícilmente franqueable. Por eso les cuesta tanto reconocerse el uno en el otro, por miedo a caer, a enamorarse, y a terminar tan desencantados como en otras ocasiones.
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Todo esto, se cuenta en clave de humor, con la espontaneidad y brusquedad de David, pero también con la inseguridad de Rosa, que desemboca en escenas hilarantes. Esto convive con el dramatismo interno de los personajes e incluso con toques musicales que enriquecen mucho la escena. La obra nos transporta por un sinfín de emociones y para ello le basta con una puesta en escena sobria, sin ningún tipo de parafernalia. Y ese es el teatro más complejo, aquel en el que el actor está desnudo y todo depende de lo que dice y de cómo lo dice. En eso, los actores se han lucido.