«La abuela» es la última película de Paco Plaza, escrita por Carlos Vermut y protagonizada por Almudena Amor, que, en pocas palabras, trata sobre el terror del paso del tiempo. El cineasta presentó su película en el Festival de Sitges y los medios le hacemos unas preguntas.
¿En qué te inspiraste para La abuela?
La abuela es una manera de reflexionar sobre la satanización del paso del tiempo, de cómo en una sociedad tan narcisista y tan hedonista como la nuestra, ponemos en valor la juventud y la belleza, y ponemos el foco en personas o en arquetipos que realmente quizás no sean donde deberíamos apuntar. Creo que hay una fuente de sabiduría en la gente mayor, que tradicionalmente se margina más del discurso público, tanto en ficciones, como en publicidad o en las noticias, incluso, que creo que estamos despilfarrando algo muy valioso para nosotros, la gente que más sabe de qué va esto es la gente que más ha vivido, aunque sólo sea por trienios, porque acumulado una experiencia. Sin embargo, ponemos a pseudoadolescentes en el centro de atención. Yo me harto de leer entrevistas de gente que no tiene nada que explicar, y no es una crítica hacia esas personas, es a nosotros como sociedad, hacia dónde estamos mirando, qué estamos primando. De ahí nace «La abuela», de percibir como se demoniza el paso del tiempo y cómo a todo el mundo le gusta que le digan que no aparenta tener los años que tiene, cómo le gente pelea contra el paso del tiempo, con unas máscaras ridículas ocultando quiénes son y la edad que tienen, y no llevando con orgullo la experiencia. Percibimos la vejez como un demonio, por lo que vamos a explicar una historia sobre una persona que está poseída por un demonio, que es la vejez.
¿Cómo ha sido trabajar con Carlos Vermut?
Trabajar con alguien con tanto talento es un placer. Es una colaboración que nace de lo personal, más que de lo profesional. Somos íntimos amigos y nos vemos frecuentemente, y estamos al tanto siempre el uno del otro de lo que estamos haciendo. Yo estaba escribiendo una versión de La abuela durante semanas, teniendo una idea clara de lo que quería explicar, pero sin saber bien cómo explicarlo, y tuve la suerte de que Carlos se incorporara. Ha sido un lujo, y es muy humilde que un director escriba una película que no va a dirigir. Estoy encantado con el resultado.
¿Cómo fue trabajar con las actrices una película en la que hay muchos silencios y apenas hay diálogos?
Fue hacerle una faena a Almudena, pues tenía que actuar con una actriz que no solamente no le iba a hablar, sino que apenas iba a reaccionar, o iba a reaccionar de una manera que no ayudase a su interpretación. Ella estaba sola incluso cuando estaba con Vera, incluso más perdida porque no sabía por dónde le iba a salir. Fue un reto, porque el diálogo es una ayuda para los actores para acabar de entender qué quieren los personajes, sus reacciones… Hay algo de interacción humana que es muy importante en la actuación porque, al fin y al cabo, es tu relación con otros humanos, y su relación con el personaje de Vera estaba muy lastrado porque no había interacción. Ella tuvo que apoyarse mucho en su cuerpo, en las sensaciones…
¿Has tomado alguna referencia de otras películas?
Cuando era más joven, sí. Ahora pienso que las películas que te influyen, forman parte de ti, de una forma inconsciente acaban aflorando y conforman tu manera de mirar el mundo, tu manera de encuadrar la realidad, de contar las cosas, y eso viene determinado por tus visionados de películas, por tus lecturas, por tus experiencias vitales… Creo que fijarse en modelos de ficción acaba derivándose en metaficciones, en películas que acaban siendo películas que homenajean a otras o que hablan de otras, y pienso que eso es un punto de partida menos interesante que fijarte en la realidad o en lo que tú mismo llevas dentro. Luego, lo que es evidente, es que yo la influencia de Polanski la veo claramente, pero la veo ahora y no fue algo consciente, pero es inevitable que esa influencia acabe saliendo porque yo considero a Polanski, por ejemplo, muy importante en mi vida, igual que a mi tío Pepe. Seguramente más.
¿Cómo se encuentra la industria del cine español?
Mi perspectiva es muy personal, yo pienso que no existe la industria. La industria la conforman iniciativas muy aisladas. Este año Fernando León, Almodóvar, Icíar Bollain… han hecho películas y la sensación es muy buena porque ha habido directores muy solventes con una trayectoria muy sólida que estrenan sus películas. Pero no hay un monstruo que es la industria, son más iniciativas aisladas que se conglomeran y desde fuera lo percibimos como el año del cine español, es muy buen año. Son películas muy variadas. Es un año con una sensación de «coger aire» cuando estás buceando, la pandemia ha sido una inmersión en una incertidumbre, y ahora que salimos, cogemos aire con más ganas.
¿Cómo ves el futuro del género en nuestro país?
No te sabría decir. Espero que bien. Ahora que estamos tan sobrepasados de oferta, especialmente en plataformas, yo creo que el terror siempre va a tener un hueco. He visto por ahí el cartel de «La niña de la Comunión», de Víctor García, y cuando veo que se sigue produciendo terror para las salas de cine, que es donde creo que el terror se disfruta de verdad, me alegra muchísimo. En otro nivel, pienso que en las plataformas va a haber un hueco para el género. A mí, por edad, por cultura, sigo pensando que el lugar donde disfrutar del cine de terror es en una sala de cine, pero el mundo es el que es, y yo también disfruto viendo cine de terror en las plataformas. Mientras haya trabajo, iniciativas interesantes, puedes descubrir gemas en cualquier sitio.
¿Alguna anécdota del rodaje?
La anécdota máxima es que hubo una pandemia. Yo me acuerdo, el día 12 de marzo, que rodábamos de noche, llegar al set, y estar el equipo esperando todos en el hall, en una especie de gabinete de crisis pensando «¿Qué hacemos?». Almudena llevaba 5 horas maquillándose, pues llevaba un maquillaje complicado en una escena en concreto, había dormido 3 horas, y yo le dije al equipo que rodáramos los planos de ella y nos fuéramos. Durante el confinamiento monté, escribí. Y la acabamos a mitad de julio, en París, bajo la Torre Eiffel con una botella de champagne.