Hay días que no quiero hacer nada. Por ejemplo, cuando me duele la regla. Cuando me duele la regla el mundo es un lugar insoportable porque tengo la tripa enorme, la cara muy fea y la presión de parecer funcional ignorando que a penas puedo mantener una postura decente. No quiero coger el metro, ni ponerme pantalones, ni mucho menos escuchar la voz de mi cabeza que dice cosas sin saber ni lo que dice. No quiero llorar, pero lloro. No quiero enfadarme, pero me enfado. No quiero salir de casa, ni de la cama, ni del pijama, pero salgo. Los días que me duele la regla no quiero hacer nada, pero lo hago.
También hay días en los que no quiero hacer nada, pero no me duele la regla. Y no es por pereza, es otra cosa. No quiero hacer nada porque de pronto el aire pesa, el ambiente se carga como si una nube gris lo cubriese todo, aunque el sol salga fuera y la gente viva y vista manga corta. No quiero hacer nada porque me duele otra cosa que no es la regla, pero que me paraliza igual. No quiero salir de casa, ni de la cama, ni del pijama, pero salgo. Y aunque no quiera hacer nada, lo hago.
Últimamente escucho mucho eso de “está bien no estar bien”. Suena genial, no nos vamos a engañar. De hecho, debería ser un mantra que tendríamos que repetirnos a todas horas. No pasa absolutamente nada por no estar bien, es ley de vida, es lo que de vez en cuando toca. Suena igual de bien que llegar a los treinta con un sueldo decente, un puesto de trabajo fijo y una vida estable con proyección de futuro. Igual de bien e igual de irreal.
«Ser consciente de que fuera de mi trinchera hay una vida que funciona, que no detiene la carrera para que me ate los cordones y a la que no puedo seguir porque me voy tropezando con mi propio pie, eso es lo que de verdad me agota»
Lo que duele de verdad cuando la regla o el corazón me quitan las ganas de hacer nada es la culpa que sentirme inútil me genera. Ser consciente de que fuera de mi trinchera hay una vida que funciona, que no detiene la carrera para que me ate los cordones y a la que no puedo seguir porque me voy tropezando con mi propio pie, eso es lo que de verdad me agota. Más que la regla o el corazón, me duele el peso de no ser funcional.
No hacer nada porque, simplemente, no me siento en condiciones para hacer nada es un lujo que no me puedo permitir. Es cargar con la decisión consciente y madura de ser durante un día, una tarde o el tiempo que precise un ser improductivo. Porque me duele la regla o por lo que sea. Porque en ese momento todo se me hace bola, y no me encuentro con fuerzas ni ganas de hacer nada. Entonces, no me sirve eso de “está bien no estar bien”, porque no me lo creo, y si hay algo más insoportable que la densidad que toman los días en esas circunstancia es la autoflagelación inconsciente que viene después.
De alguna manera es digno de celebrar que poco a poco ese discurso vaya abriéndose paso en la sociedad, que por lo menos quede enunciado. El objetivo es, supongo, que desaparezca esa culpa absurda y dejen de ser necesarias las justificaciones para con una misma cuando no se está bien. La madurez es también saber mirar a las emociones negativas a los ojos y abrazarlas, entender que también forman parte de esto, y ponerles nombre para saber por qué hay días que el aire y el cuerpo pesan aunque no duela la regla.
«A veces la máquina se estropea, y de verdad, no pasa nada. No pasa nada por parar y reparar, parar y reconocer qué falla, parar y respirar. No pasa nada por permitirnos de vez en cuando la pausa»
El propósito es terminar de asimilarlo. De nada sirve tratar de hacer funcionar la máquina si la máquina está rota y necesita pasar por el taller. A veces la máquina se estropea, y de verdad, no pasa nada. No pasa nada por parar y reparar, parar y reconocer qué falla, parar y respirar. No pasa nada por permitirnos de vez en cuando la pausa. Seguid vosotros, ahora os alcanzo, que tengo que atarme los cordones porque me estoy haciendo daño de tanto tropezarme.
Claro que está bien no estar bien aunque no termine de creérmelo, aunque sobre el papel todo parezca claro y evidente, pero luego la realidad sea otra. Esto es, en cierto modo, de mí para mí: los deberes de la semana, aprender a comprender la necesidad de la pausa, aprender a quererte especialmente en la debilidad. Llegará el día en el que, por fin, logre abrazarme cuando pese el aire y decirme con confianza y exenta de culpa: hoy no voy a hacer nada, porque tengo el alma en obras, o porque me duele la regla.
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