El parisino barrio de Ópera destaca por la majestuosidad de sus calles y sus edificios, coronado por la elegancia que desprende el palacio Garnier, que, si por fuera impresiona, la majestuosidad de su interior deja pobre a cualquier palabra. Cerca de este lugar se encuentra una de las atracciones quizás menos habituales de la capital francesa: el Fragonard Musée du Parfum, también conocido como el Museo del Perfume de París.
Entre tanto punto turístico e interesante como presenta esta ciudad, puede que éste pase desapercibido, pero no por ello es un lugar que se deba dejar pasar. Su visita nos descubrirá no sólo nos corrobarará que nunca se deja de descubrir París, sino que además nos permitirá adentrarnos de forma dinámica y amena en el mundo del perfume y su viaje desde el uso práctico a una expresión artística más del mundo de la moda y la estética. Una vez llegamos al museo, y tras haber escogido si queremos recibir las explicaciones durante la visita en inglés o francés (su precio habitual es de 7€, pero, si tienes suerte con el día escogido, puedes realizarla de forma totalmente gratuita), comienza un tour dentro de las instalaciones en las que tendrán cabida numerosos detalles sobre su historia, el modo de preparación o la duración de los diferentes aromas.
Como su propio nombre indica, este museo pertenece a la perfumería Fragonard, cuya localización y productos se pueden encontrar exclusivamente en Francia, ya que no realizan exportaciones a ninguna otra tienda de perfumes, y es eso, en parte, lo que le hace tan especial. Este negocio familiar nace en 1926 en Grasse, la capital del perfume por excelencia durante los S. XVIII y XIX gracias a sus materias primas y las importaciones que recibía del resto del mundo, y que aún hoy conserva esta fama. Como curiosidad, cabe mencionar que el nombre de la perfumería no se corresponde con el de la familia, pues su fundador fue Eugène Fuchs, apellido que significa “zorro” en alemán, y que no le pareció un nombre conveniente para alcanzar fama internacional. Por ello, y en homenaje Jean-Honoré Fragonard, pintor original de Grasse, toma este nombre como tributo a sus raíces y para evitar confusiones más allá de sus fronteras.
Además de relatarnos los orígenes del museo y su familia fundadora, en esta experiencia el papel protagonista se lo lleva el producto. Por ello, nos ayudaran a conocer cómo se realizan las fragancias que todos usamos a diario. De esta forma, aprenderemos sobre el proceso de destilación habitual, pero también descubriremos trucos de antaño para extraer la esencia de las sustancias, por ejemplo, con grasa animal, un proceso algo más angosto, y un poco menos agradable. Todo esto, rodeados de las instalaciones y medios necesarios para llevarlos a cabo.
Tras estas explicaciones, llega el momento de aprender a diferenciar entre los distintos productos que se pueden obtener de estos procesos. Pues, según la concentración de perfume que contenga, tanto su nomenclatura como su precio variarán entre el eau de cologne, con un 5% de esencia, y el perfume, con un 25% y con un precio mucho más alto. Acto seguido, nos enseñarán también las diferentes notes que componen las esencias, así como su tiempo de evaporación, siendo la familia olfativa de los cítricos la que antes escapa y la de los aromas orientales, la que más se mantiene. Así que, si el objetivo es aguantar con una fragancia agradable durante una larga jornada, mejor decantarse por el olor de la vainilla o la canela en lugar de por el refrescante aroma del limón.
Después de estas nociones básicas sobre el sector, toca conocer un poco de su historia. Es bien sabido que el perfume tiene un uso fundamental desde el Antiguo Egipto, y que durante toda la Antigüedad tiene un papel principal en la cosmética, pero también como parte de ofrendas y rituales divinos. Desde este momento, experimenta una evolución que va desde un producto estrella que llevar siempre consigo, pasando por ser un sustitutivo del baño, hasta convertirse en un elemento más de la industria de la moda, con los diseños imposibles y de enorme belleza de sus frascos. Sin embargo, es interesante destacar que la venta de perfume dentro del frasco es bastante tardía, alcanzando la máxima comunión de fragancia y envase de igual importancia estética en el S.XX, y siendo una de las pioneras en ponerlo en práctica Coco Chanel. Es en este siglo, también, cuando se le empieza a asignar género a los perfumes, ya que, hasta la aparición del marketing en escena, todos los olores eran susceptibles de ser usado por cualquier persona. Una vez asimilada la teoría, le llega el turno a la práctica. Unos frascos con diferentes aromas de diferentes familias olfativas esperan a los visitantes en una mesa, y les invita a jugar a adivinar qué es y relacionarlo con el aroma pertinente. Así, nuestro olfato viajará entre el jazmín, el iris o la violeta, identificando cada olor con más o menos éxito, pero garantizando la diversión en el camino.
Para finalizar esta experiencia, tendremos la oportunidad de oler distintos perfumes de Fragonard, uno por familia olfativa (cítricos, flores, frutas y orientales), así como de aprender trucos de conservación y aplicación. De esta forma, saldremos del museo sabiendo que el mejor amigo del perfume es el aluminio, ya que lo protege como nadie de sus principales enemigos, el calor, la luz y el aire, y que, si queremos dejar un rastro de olor agradabe allá por donde pasemos, nada como el viejo truco de echarse unas gotas tras las rodillas. Aunque puede que no acabe aquí, pues tras conocer este mundo, sus trucos y secretos, va a resultar difícil resistirse a la tentación de llevarse un recuerdo en forma de frasco con la firma y la esencia de Fragonard.