Cuando se habla de gordofobia, se está hablando del odio o menosprecio a las personas con obesidad. Pero la cosa no se queda aquí. La gordofobia no afecta solo a las personas cuyo peso se encuentra por encima de la media, sino que se extiende a todas aquellas cuyo físico sobrepasa los límites estéticos establecidos, justificando la belleza como algo únicamente equiparable a la normatividad, excusándose en la falacia de enfermedades a veces inexistentes y permitiéndose la carta blanca de poner en el punto de mira a todas aquellas personas descalificadas como “gordas”. Por encima de todo, la gordofobia es el acoso y derribo a aquellos cuerpos que osan sobrepasar los límites de la estética establecida, dejando tras de sí un poso social y personal cuyos estragos no dejará indiferente a nadie.
La palabra “gorda” ha pasado a ser un adjetivo agresivo y discriminante, con una sobrecarga altamente peyorativa que intenta evitarse a través de eufemismos como plus size o curvy. Algo que suene un poco más light para evitar herir sensibilidades. Pero, a diferencia de otros muchos adjetivos referentes al físico de una persona que pueden ser nombrados sin ningún tipo de connotación, el llamar a alguien gordo o gorda implica automáticamente una descalificación hacia la persona. Y esto no es fruto de ninguna casualidad, más bien se trata del resultado de décadas y décadas interiorizando un discurso y un modelo estético de sociedad en el que no entrar en ciertas tallas por encima de la 36-38 es motivo para avergonzarse.
Desde los patios de los colegios, donde los niños ya parecen entender que aquellos que están algo más gordos no merecen ser integrados, hasta las tiendas de ropa que dictan hasta qué talla puedes considerarte una persona digna de ir a la moda, pasando por muchísimos ámbitos como el trabajo, la calle e incluso la familia. La gordofobia está presente en todos los ámbitos de nuestra vida. El rechazo al gordo está casi tan interiorizado como las normas cívicas, y parece darse por hecho la inferioridad que estas personas están condenadas a sentir. ¿Y qué se consigue profesando este ataque, a menudo cargado de inconsciencia? Pues absolutamente nada más que destruir el autoestima de aquellas personas que son o se sienten víctimas de los cánones, provocando un rechazo absoluto hacia su propio cuerpo, creando una relación insana con la alimentación que puede derivar incluso en trastornos alimenticios y, especialmente, impedir que todos aquellos que sobrepasen las medidas marcadas puedan ser plenamente felices siendo quienes son.
Aún en pleno auge del movimiento body positive y de una deriva de las marcas a una inclusión de todos los cuerpos como válidos, no resulta en absoluto extraño toparse por redes sociales con comentarios peyorativos hacia famosos o gente de a pie en los que se les reprocha como la peor de las faltas una posible subida de peso, por no hablar de todas aquellas personas con sobrepeso que deciden mostrarse tal y como son y quererse así y acaban siendo culpadas de promover estilos de vida poco saludables e incitar a enfermedades (aunque en la mayoría de los casos ni siquiera se conoce el estado de salud de la persona). Una de las víctimas de estos ataques gordófobos fue la modelo Iskra Lawrence que, en 2016, recibió el insulto de “vaca gorda”. En tono de humor, la modelo respondió en su perfil de Instagram con la siguiente publicación:
https://www.instagram.com/p/BDqnLOLrkz0/?utm_source=ig_embed
La gordofobia está más que interiorizada en nuestro día a día, incluso aquellas personas que son víctimas directas de ella tienen comportamientos gordófobos hacia ellas mismas y hacia los demás. Por suerte, poco a poco parece verse la luz. Aunque acabar con este estigma es un trabajo lento y costoso que requiere de gran esfuerzo, compromiso y responsabilidad por parte de todas las personas, el hecho de que influencers o personajes famosos denuncien este tipo de comportamientos, o incluso la cada vez más fuerte presencia de modelos de tallas más grandes como Ashley Graham, Candice Huffine o la española Anna Zapata, entre otros nombres, hacen que poco a poco se vaya normalizando la existencia de lo normal.
Con gestos pequeños en nuestra rutina, tomando consciencia de comentarios y consideraciones y entendiendo de una vez que nadie requiere nuestra opinión sobre ningún tipo de cuerpo podemos poner un pequeño granito de arena para evitar que cualquier persona, sea cual sea su cuerpo, se sienta discriminada por ser quien es. Todos los cuerpos son válidos, todas las personas son válidas, lo único que no es válido es inmiscuirse en la vida o el físico de otros con la única misión de destruir. Siendo conscientes de la realidad y entendiendo que nadie es menos que nadie, mucho menos por cuestiones estéticas, conseguiremos construir un mundo más justo donde la gordofobia se considere, de una vez por todas, demodé.