Berta y Juan. Dos almas perdidas que se encuentran en un centro penitenciario, cada uno desde un eje diferente, pero sus caminos se entrecruzan y empieza a florecer una historia de amor. Parece el argumento de la típica película romántica con poco que aportar en 2021. Ya estamos demasiado acostumbrados a ver a la típica pareja heterosexual que se enamora, que el hombre engaña a la mujer, se arrepiente y terminan felices. Pero Josefina no es así. Lo que parece que apunta a una trama prototípica sorprende en la forma de narrar los hechos y en la forjada experiencia de Roberto Álamo y Emma Suárez en la interpretación.
Porque en Josefina lo más importante no es lo que se dice, sino precisamente lo que se calla. Estos actores transmiten sin tener que decir nada, lo que se agradece, porque no hay exageración ni diálogos extensos y enrevesados. De hecho, palabras hay pocas y lo que prevalece es ese silencio desolador, que precisamente dice mucho de los personajes. Berta y Juan son dos personas solas, desencantadas. Juan vive solo, echando de menos una familia que nunca ha conseguido construir. Berta, por su parte, sí tiene una familia, pero su hijo está en prisión, apenas interactúa con ella y la enfermedad de su marido no hace más que ahondar en esa soledad desoladora.
Por eso, cuando se encuentran, sienten esa conexión, porque se invitan el uno al otro a romper una rutina asfixiante, que no les permite disfrutar de lo que el mundo les ofrece. Eso es lo bonito del filme, que nos presenta una realidad cruda, con personajes de barrio, cercanos. A ellos que no les ha tocado la lotería, sino todo lo contrario. Podrían ser cualquier persona de mediana edad a la que la vida no le ha sonreído y que busca nuevos estímulos para sobrevivir al hastío. Después de una época dura, lo fácil habría sido ir a por la historia de felicidad y superación, pero también nos habría dejado una película común, que no llama la atención. En lugar de alegría, Josefina nos deja incertidumbre y eso es muy positivo.
Sublime el final, que requiere de la elaboración del espectador, que tiene que preguntarse y razonar qué es lo que sucede con los personajes. Javier Marco apuesta por un usuario activo, que reacciona y piensa. No nos lo da todo preparado, alejándose, así, de la excesiva facilidad y evidencia de las películas en la actualidad. En Josefina prima el intimismo y la reflexión y por eso es tan delicada y refrescante, a pesar de ser un reflejo crudo de la realidad que ataca a los más vulnerables.
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