Algunas obras de teatro anuncian desde su mismo nombre lo que el espectador se va a encontrar durante la función. En esta ocasión, una obra titulada ‘La función que sale mal’ no podía despertar más que expectativas. Con lo que quizás no contase el espectador es con el factor sorpresa que se activa nada más pisar el patio de butacas del Teatro Rialto en la Gran Vía de Madrid. Un grupo de técnicos de sonidos vagan como locos entre un público al que ni siquiera le ha dado tiempo a acomodarse, preguntándoles por un perro perdido y trazando una línea casi imperceptible entre la realidad y la ficción.
El tiempo pasa, las luces siguen encendidas y, de casualidad, cazamos a una de estas técnicas desesperada preguntando a un niño de entre los allí presentes si sabe ladrar. No transcurrirá mucho hasta que esa misma chica se acerque a otro espectador al azar y le suplique su ayuda para subir al escenario y colocar una estantería. Tras varios rezagados, un alma inocente accede entre vítores y aplausos de todo un patio de butacas que nada en el desconcierto entre querer pensar que tanto surrealismo solo puede ser obra de ficción y la pequeña posibilidad de que todo sea tan real como que esa noche están allí.
Entre este desmadre y alboroto se apagan, por fin, las luces del teatro, señal inequívoca del comienzo formal de la función que, a juzgar por los acontecimientos previos, no arranca del todo bien. El ambiente entre el público era de jolgorio cuando uno de esos técnicos que buscaban desesperadamente al perro sube al escenario a emitir los típicos avisos previos a cualquier obra normal (aunque esta, de seguro, no lo era). Tras él, aparece en escena el que dice ser director de una compañía de teatro universitaria no muy afortunada a la hora de poner en pie sus montajes. En el monólogo de este personaje ya se deja entrever el tono que tendrá esta comedia: chistes fáciles y de risa recurrente que ya arrancan alguna que otra carcajada entre unos asistentes devorados por la expectación.
La supuesta representación de esta compañía amateur pretendía poner en pie una obra policíaca, pero de ella solo queda la estética muy bien trabajada de una puesta en escena al más puro estilo de una atracción de Disneyland. El misterio y suspense propio de este género no se hacen en ningún momento visible, pero tampoco era la intención, porque quien acude a ver ‘La función que sale mal’ no espera verse envuelto en un crimen de época, espera, justamente, lo que se va a encontrar: una comedia sencilla de carcajada contagiosa.
Caídas, golpes, hipérboles y confusiones. Los ingredientes más básicos de un humor de andar por casa, ese que siempre habrá alguien a quien le guste, como esa noche entre el patio de butacas, donde las risas estridentes y los aplausos fuera de hora eran un personaje más. Un humor un tanto polarizado, pues posiblemente aquellos que sean fan de la comedia de Living Postureo o la espontaneidad castiza de Paquita Salas encuentren cargantes los tópicos algo exagerados que aquí se perpetúan. Sin embargo, precisamente gracias a lo básico de estos recursos, se trata de un humor que no pasa de moda.
Entre líos, muchos golpes y el destrozo final de la escenografía tan recargada como trabajada se va resolviendo una obra que tiene claro su objetivo y muestra para conseguirlo todas sus cartas: ‘La función que sale mal’ pretende, simplemente, hacer reír y disfrutar, y aunque sea por la risa contagiosa de quien haya pillado el chiste, nadie abandonará la sala de teatro sin haber esbozado una mínima sonrisa.
Esta comedia tan básica como lograda es apta para todos los públicos, pues tanto padres, como hijos o abuelos pueden disfrutar de este humor accesible que no requiere de connotaciones ni referencias, pues recurre al más primitivo mecanismo del género que es garantía de éxito para conseguir lo que siempre ha buscado: hacer pasar al espectador un buen rato.
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