No es casual que las salas de los quirófanos estén pintadas de verde. Tampoco lo es que más de una franquicia de comida rápida destaquen por el rojo de su logo. Y, muchísimo menos, es casualidad que la última vez que fuiste de compras te decantases por uno u otro color de ese jersey. El color inunda cada escena de nuestra vida hasta el punto de convertirse en protagonista de numerosas situaciones, y no lo hace de manera inocente.
Posiblemente, cada uno de nosotros tengamos asociado un elemento de la paleta cromática a una emoción o circunstancia determinada. Sin embargo, y aunque no seamos plenamente consciente, el cerebro humano tiende a emitir una respuesta fisiológica y emocional más o menos homogénea ante la presencia de según qué color. Así, el amarillo nos transmitirá alegría, el negro, un vínculo directo con el luto y la tristeza, y el rojo, pasión. Pero, a su vez, una sobrecarga de amarillo puede llegar a alterarnos y fatigarnos, el negro se convierte en una apuesta segura ante situaciones sobrias y elegantes, y el rojo en según qué contextos nos alerta de que algo va mal.
El análisis y estudio de todas estas situaciones corren a cargo de la psicología del color, una rama que determina cómo afecta la percepción del color en el comportamiento de las personas. Pese a que su desarrollo está aún en proceso de maduración, puesto que para entenderlo en su conjunto deben tenerse en cuenta factores como el contexto cultural, la edad, el sexo o la propia experiencia personal, estos conocimientos ya están siendo aprovechados (y con mucho éxito) por el mundo del marketing, la moda o el diseño.
Muchas marcas utilizan el color azul por ser un tono amable y fácil de digerir para el común de la población, y, del mismo modo, las cadenas de comida rápida se apropian del rojo porque estimula la sensación de hambre en nuestro cerebro. La industria de la moda también es buena conocedora de este método, de forma que la organización de prendas de ropa en las tiendas dibuje tal panorama que parece que nos están gritando «¡cómprame!».
Pero, que no cunda el pánico, no sólo las grandes marcas pueden jugar con esta información a su favor. Cada uno de nosotros puede hablar, también, utilizando la psicología del color y el mensaje que éste transmite. De hecho, y aunque cueste creerlo, ya lo hacemos de forma más o menos consciente cuando elegimos en qué tonalidades decorar una habitación o cómo vestir, pues según nuestro estado de ánimo, la situación a la que nos vayamos a enfrentar o la impresión que queramos transmitir, tenemos tendencia a escoger una prenda u otra, y esa prenda es, en gran medida, color.
Por eso, ahora que conocemos un poco más sobre este mundo y sus efectos, podemos incorporarlo de forma plena a nuestro día a día incluso más de lo que ya estaba. Así, si lo que queremos es mostrarnos alegres y amigables, lo mejor será decantarse por colores vivos como el naranja y el amarillo, pero, si por el contrario preferimos entablar poca conversación, el gris u otros tonos pardos serán nuestros aliados, siendo ellos los que ya digan lo suficiente para hacernos entender. La dulzura y amabilidad quedan reservadas a los colores pastel, aunque el rosa se guarde, también, matices de sensualidad, y la calma queda en manos del verde, el blanco o el azul. Si, por contra, lo que queremos dar es una imagen de elegancia y profesionalidad, el negro es nuestro color. Y si no sabes bien con qué actitud enfrentar el día, recuerda que el rojo es un magnífico detonante de fuerza, autoestima y poder. Ya sabéis lo que dicen, no hay mal día que unos labios (o cualquier otro detalle) rojos no puedan solucionar.