Quererse a uno mismo y aprender a amarse bien es una de las tareas más esenciales y difíciles de nuestra vida. Sin embargo, este especie de mantra que nos repiten desde pequeños se vuelve más complicado al ser mujer y vivir en una sociedad que constantemente busca hacernos sentir pequeñas y vulnerables para desvanecer nuestra forma propia de ser. Y esa persecución por anular nuestra esencia se intensifica para todas aquellas mujeres que, por la herencia de prejuicios y convicciones que se han ido arrastrando con los años, no encajan dentro de ‘la norma’.
Borrar de la historia feminista a cualquier mujer rompe directamente con el discurso que siempre ha defendido el feminismo. Un movimiento inclusivo que acoge la diversidad y a todas las mujeres con independencia de sus genitales, su procedencia o la cifras de su cuenta bancaria. Porque todas aquellas que no se encuentran en una situación privilegiada encierran entre sus cuerdas vocales historias que merecen ser contadas y escuchadas para favorecer la evolución de las batallas feministas. Todas estamos juntas en esta lucha de poder que se defiende en contra de un sistema patriarcal que busca oprimirnos.
“Todas estamos juntas en esta lucha de poder que se defiende en contra de un sistema patriarcal que busca oprimirnos.”
Las siglas TERF hacen referencia a ‘Trans-Exclusionary Radical Feminist’, en español, ‘feminista radical trans-exclusiva’. Así pues, este concepto carece de sentido. El feminismo no tiene nada que ver con el odio y el sometimiento que impulsa la transfobia. Por ello, ambas ideas no pueden coexistir dentro de una misma designación. La lucha feminista se resume en la creación de conciencia y compromiso social con la igualdad de oportunidades y derechos para todas nosotras. Algo totalmente contradictorio con la transfobia. Es necesario prestar especial atención a cualquier movimiento que se adueñe del término feminista. En el caso de la designación TERF lo que se consigue es desvincular el debate para llevarlo hacia causas indefendibles que buscan justificar la rabia irracional en contra de las mujeres trans. Pero hay una cosa clara y es que el feminismo nunca puede nutrirse del odio hacia ninguna mujer.
“Ahora que estamos reescribiendo la historia que los hombres nos han contado, debemos incluir en ella los discursos de todas las que han sido infrarrepresentadas, sexualizadas, objetivizadas y silenciadas.”
Porque el silencio femenino no puede estar unido a la lucha de estas. Debemos empezar a visibilizar los discursos de todas aquellas mujeres que la sociedad ha querido desterrar en el olvido. Si nos trasladamos a la España en blanco y negro conseguimos ver que las mujeres trans han estado durante décadas con los pies pegados al suelo por una sociedad que les ha negado oportunidades. Ahora estamos reescribiendo la historia que los hombres nos han contado. Y debemos incluir en ella los discursos de todas las que han sido infrarrepresentadas, sexualizadas, objetivizadas y silenciadas.
Debemos denunciar el machismo sistemático que nos culpabiliza y nos encierra para dar paso a una nueva época que tenga en cuenta a TODAS las mujeres. Y eso parte por devolver el reconocimiento a todas las referentes. Aquellas que han pasado desapercibidas o que han conseguido el éxito ocultándose bajo la sombra de un pseudónimo masculino.
Es necesario seguir defendiendo las ideas que cada 8 de marzo salen a manifestarse en forma de marea morada. Las calles se tienen que seguir tiñendo de este color cada día para tambalear los partidos políticos de Trump, Bolsonaro o Abascal. Autoridades que buscan retroceder a un pasado que nos anulaba y nos marcaba como el ‘sexo débil’. Porque no, cualquier época pasada no fue mejor. Ha llegado el tiempo en el que decir soy feminista es todo un orgullo. Y esa voz que ahora nos atrevemos a alzar debe utilizarse para defender un mundo inclusivo. Un mundo que no culpabilice a ninguna mujer por el simple hecho de serlo. Porque ‘el futuro será feminista o no será’.