Corrían los años 30 en España cuando el cantante de copla Miguel de Molina recibía desde el gallinero del teatro donde actuaba en Madrid insultos al grito de “mariquita”. Miguel respondió de una manera resolutiva y que sentaría cátedra: “mariquita no, maricón, que suena a bóveda”. Con esta salida tan inoportuna para el contexto en el que se desarrolla el gran coplero evidencia dos cosas que aún siguen estando de actualidad: el machaque hacia las personas del colectivo LGTB y la reapropiación de los insultos por parte de estas para plantar cara a sus detractores.
En el S. XXI ‘marica’, ‘maricón’, ‘bollera’ o ‘travelo’ son solo algunos de los insultos que se siguen perpetuando y usando en contra del diferente, del que no encaja con el concepto predeterminado de “ciudadano de bien” que algunos siguen teniendo en la cabeza. Cimentando sus argumentos en la nada, algunas personas encuentran la legitimidad para insultar y agredir verbal o físicamente a todo aquel que connote distinto, siendo uno de los principales blancos el colectivo LGTB.
Ser en libertad y con la tranquilidad de que por este hecho tan simple y complejo la vida no corre peligro. Este es el objetivo que tan complicado parece resultar alcanzar. Porque aún sigue habiendo personas que, a pesar de que los tiempos avancen la tolerancia y el respeto sigue siendo una asignatura pendiente en la sociedad. Sigue siendo escalofriante el número de víctimas que padecen por causa de la intransigencia e intolerancia de personas que se creen con más derecho sobre otros, que discriminan y humillar porque alguien (como esa misma persona ya profesa) ha elegido ser en libertad y en consonancia con su identidad.
Ante esta situación, y como hizo Miguel de Molina, el insulto se revierte y se vuelve objeto de identificación en el colectivo, pues desprendiendo al arma de valor la herida parece doler menos. Sin embargo, no basta. No basta porque, por mucho que se intente quitar peso al asunto, existe y está presente día tras día en las calles de nuestras ciudades. El insulto y la degradación siguen siendo real, y su existencia es lo único que debería ser objeto de la intolerancia. Nadie, sea quien sea y sea como sea, merece sufrir por ser, por expresar su amor y su identidad en libertad. Ya tenemos un mundo con cabida para todos, ahora está en nuestras manos convertirlo en un lugar confortable y habitable.
Miguel de Molina supo salir al paso en esta ocasión, aunque, como a tantos otros, su condición sexual marcó su vida para mal: persecuciones, amenazas, palizas, insultos… Y, desgraciadamente, no son cosas del pasado. La LGTBfobia es un asunto real y tangible, no hace falta siquiera remontarse a un contexto concreto, en cualquier parte puede suceder un acto así. Y, ante la ignorancia de quienes los ejecutan, educación. Educación en igualdad, en respeto y en tolerancia. Educación para entender que todos, sin importar sexo, condición sexual, identidad o tamaño somos personas con dignidad y el mismo derecho de ser tratados equitativamente. Nadie merece ser considerado inferior por el hecho de ser, nadie merece considerarse superior por no aceptar la existencia de los demás.
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