Fotografía: Mamen Bua.
Ubicación: Restaurante Le Cocò.
Son las siete de la tarde de un martes en Madrid. Los turistas deambulan por la Calle Barbieri, bordeando una de las equinas del Mercado de San Antón. El clima es agradable. No hace frío, pero tampoco calor. Entonces, lo vemos aparecer. A un ritmo enérgico, sorteando a varias personas que entorpecen su marcha. Nos sonríe y nos saluda. Lluis es así. Un tipo agradable. Con mucho (¡mucho!) que contar. Sobre todo, porque no hay nada que se le escape: poesía, teatro, musicales, canciones, talleres de creatividad e incluso juguetes para Famosa. ¿La última? Su obra ‘Capullos que vuelan’, en el Teatro Lara.
Antes de empezar, nos ponemos cómodos, entramos en el restaurante ‘Le Cocò’ y pedimos una copa de vino. Ahora sí que sí, ya estamos listos, y mi primera pregunta es…
¿Quién es Lluis Mosquera?
Siempre empezáis por lo más complicado (se ríe). A ver…. ¿Quién soy? A modo de resumen, podríamos decir que soy escritor y contador de historias. Mi obsesión con las historias me ha llevado a desarrollar todas las técnicas narrativas para poder comunicarlas. Por lo que, al igual que escribo una obra de teatro, hago canciones o diseño juguetes.
¿Y de qué forma te resulta más fácil?
He trabajado y sigo trabajando en tener muchas herramientas. Pero cuando se me ocurre una historia, generalmente la destino a un ámbito en concreto. Y todo depende del tipo de historia que sea. A veces, las historias parten de encargos, pero cuando son mías… Siempre van en paquetitos. Se me ocurren historias para musicales, canciones, obras de teatro… Nunca es al revés, y no me cuesta salirme de la caja porque cada historia requiere un formato diferente.
¿Y qué inspira a un contador de historias?
Mis historias parten de lo que me han hecho sentir otros. Y tu responsabilidad aumenta a medida que lo hace tu audiencia, porque es una lástima llegar a mucha gente contando historias que no sirven para nada. El contexto, por mínimo que sea, es importante. Al igual que la dosis de realidad.
“Es una lástima llegar a mucha gente contando historias que no sirven para nada”
Tienes muchísima formación… ¿En qué punto de tu vida te diste cuenta de que esto era lo que verdaderamente querías hacer?
De pequeño quería trabajar en Disney, aunque no sabía qué significaba querer trabajar ahí. Me imaginaba que era inventarte historias y dibujarlas. Por lo que, poco a poco, decidí hacer Bellas Artes. Escogí esa carrera, ya que con la excusa de hacer otras cosas, escribía. Pero también dibujaba, diseñaba… Me formé a mí mismo porque no había ninguna carrera de escritura creativa y ahora tampoco la hay. Y hoy en día todos somos escritores, aunque solo escribamos el post que le dediquemos a nuestra pareja en Instagram. Entonces, ¿por qué nadie nos enseña a utilizar la escritura para algo que no sea aprobar en un examen? No tiene sentido.
Sientes una verdadera devoción hacia las palabras. ¿Qué significan para ti?
Las palabras son el arma más poderosa del mundo. Con una frase puedes destruir o salvarle la vida a una persona. Tienen el poder que les queremos dar. Tanto para bien como para mal. Además, creo que deberíamos aprovechar todos los lugares que tenemos en el mundo para vomitar palabras. Es un arma muy al alcance de todos. Y estoy muy a favor de la democracia de la escritura. Yo no pienso que soy más que nadie por tener un libro publicado. Da igual, porque no se vive de ser escritor (a no ser que seas J.K. Rowling).
¿Está bien valorado ser escritor en España?
Todo depende de a quién le preguntes. El año pasado me dieron el Premio de Literatura y Pensamiento en Valencia. Había dos categorías, el premio del jurado y el premio del público. A mí me dieron el del público y en la entrega de premios estaba rodeado de gente muy mayor y erudita. Yo tenía muchísima admiración por ellos y me sentía afortunado de poder compartir escenario. Sin embargo, ellos hacia a mí me miraban con cierto asombro. Y qué pena que yo quiera aprender de ti y tú creas que yo soy un chiste por ser millennial, tuitero o instagramer.
Me parece muy buen ejemplo lo que pasó con María Villar en OT y el tema de la palabra ‘mariconez’. Ole ella por decir que es una chavala de 20 años que cree que en pleno 2019 decir en el prime time de la televisión pública ‘mariconez’ está mal. Nadie cuestiona la trayectoria de José María Cano, pero el contexto ha cambiado. Y la que vive en el hoy es ella y no él. Desde el respeto, siempre se debería escuchar. Las voces jóvenes tenemos mucho que decir y se crean microclimas de apoyo entre nosotros, pero muchos de los veteranos nos tratan con una condescendencia que me parece ridícula.
Además, puede que muchos no lo sepan, pero has coescrito ‘Lo malo’. ¡Y es un temazo!
Una tarde me llamó Brisa. Ella es autora de Universal y le llegó el encargo de hacer una adaptación de esta canción. Brisa no sabía nada del mundo de OT y quería pedirme ayuda. No tenía ni idea del pelotazo que se iba a formar con una canción para Ana y Aitana. Fue una tarde de risas y zumos. Pero nada más escuchar la base, supimos que sería el mismo rollo reggaetonero de siempre. Cuántas canciones machistas habrán para que nada más escuchar la base, supiéramos cómo iba a ser. Es terrible. Nos daba rabia porque teníamos la oportunidad de hacer algo muy guay con dos chicas que sabíamos que lo iban a petar. Por eso había que darle una vuelta. Luego dicen que se convirtió en un himno. Pero nosotros no hemos creado el feminismo.
Y… ¿Cómo surge ‘Capullos que vuelan’?
Es una historia muy bonita. Me vine a Madrid después de hacer el Máster de Guion en Sevilla. Me había dejado el máster porque no me apetecía hacer el TFM para nada. Me apetecía ser guionista ya. Y, al final, era un máster que no podía pagar. Así que, me vine a la capital y comencé a repartir flyers. Me dolía mucho estar repartiendo flyers y que la gente me mirara mal o me respondiera con ese ‘no’ tan lleno de desprecio. Nadie quiere ser repartidor de flyers. No es su vocación. Había días que llegaba a mi casa y me ponía a llorar, y mi casa era una mierda porque era de sueldo de chico repartidor de flyers. Mientras pasaba todo esto, llegué a la final de un concurso online de escritores. Teníamos que crear un corto a modo de poesía, e hice uno que se llamaba ‘Sonrían al chico de los flyers’ explicando como me sentía: da igual si lo coges o no, el repartidor posiblemente también lo tire a la basura después, pero no tenemos por qué hacernos sentir mal. Esto tuvo mucha repercusión, no a nivel viral, pero a día de hoy, todavía me llegan mensajes diciéndome “Hoy me he encontrado a una persona repartiendo flyers y le he sonreído”. Y que te digan eso es muy guay.
Las voces jóvenes tenemos mucho que decir y se crean microclimas de apoyo entre nosotros, pero muchos de los veteranos nos tratan con una condescendencia que me parece ridícula
Después, empecé a trabajar en la taquilla de la Sala AZarte. Se quedaba cerrada en agosto y como el corto había salido tan bien, yo me había ido a Madrid a ser guionista y tenía las llaves en el bolsillo, le pregunté a mi jefa si podía hacer una obra. Me dijo que en agosto la gente no iba al teatro, pero a mí me daba igual. Quería hacer una obra y tenerla en Madrid. Además, me basé en la idea de cómo era el chico de los flyers en su casa, con sus amigos, con sus compañeros… El chico de los flyers es Iñaki. Es un personaje que parece que no tiene mensaje, pero es el que acaba diciéndote algo que ya sabes, y es que si un trabajo no te gusta, déjalo. Porque para volver a un curro de mierda siempre hay tiempo.
Con toda la poesía, ‘Capullos que vuelan’ es el discurso entre sueños y realidad. Los sueños son Pau y la realidad es Ruth; resuelto por el azar y el amor, que es lo que a mí me funciona en la vida. Saber que no estoy solo y que puedo intentar irme a una mierda mejor.
¿Pero de dónde nace todo ese discurso?
Todo parte de una frustración que nos caracteriza, porque somos la generación frustrada por excelencia. Nos han dicho que lo íbamos a petar y nadie nos ha dicho cómo gestionar no hacerlo. Somos la generación del psicólogo. De hecho, hemos desbloqueado la profesión. Ya podemos decir que vamos y no pasa nada. También gracias a Carolina Iglesias, todo hay que decirlo.
Lo que hice fue buscar a actores que fueran actores profesionales trabajando de otra cosa. Fue maravilloso porque la primera vez que nos reunimos, estábamos a tan unos pocos días del estreno. No tenían tiempo de ensayar y aceptaron el proyecto sin tener texto. Quedaba con ellos, me contaban su vida, y con la suya y la mía, escribí la historia. Sabía que el final era que dejaran el curro, pero quería que el transcurso de la misma fuera un diálogo. No hay una bomba que desactivar en ‘Capullos que vuelan’, y no la hay porque es una historia en la que tú empatizas con los cuatro actores. Son las 4 versiones de lo que a todo el mundo se nos pasa por la cabeza. No es un mensaje revelador, pero eso es lo bonito. Porque es un mensaje muy tangible al alcance de todos. Además, llenamos las funciones de agosto.
Una vez me quedé a dormir en la sala, la pinté para que estuviera bonita. Abría la taquilla a las 4, vendía las entradas, y a las 10 entraba la gente. Cerraba la sala porque no había nadie más trabajando, apagaba la luz, hacíamos la obra y luego me quedaba a hacer la caja y fregar. Lo hacía todo. Pero me daba igual.
Hubo una vez que hicimos un matinal porque podíamos todos y se llenó, porque no había un pensamiento de “nadie va a ir al teatro un domingo por la mañana”. Nosotros hemos ido evolucionado al tiempo que han ido evolucionando los personajes y eso es lo bonito. Sea como fuere, siempre hay una intención de volar cuando se está en lo más bajo. Es como decirte a ti mismo “sé que estás en la mierda, pero sal”.
¿Y por qué Capullos y no otra cosa?
En el primer piso que viví en Madrid, había cucarachas en la puerta muchas veces. Fumigábamos, pero volvían a salir. Estábamos en pleno verano viviendo en un piso que parecía un sótano. Daba igual lo que hicieras, volvían a aparecer. Tiempo después, nos mudamos al ático de ese mismo piso, y aunque no había cucarachas, teníamos un nido de palomas que eran igual de molestas. Hacían muchísimo ruido. Y se me ocurrió un poema donde contaba que las cucarachas siguen dando por culo aunque ya no sea en forma de cucaracha. Pero es mejor una paloma que una cucaracha. Y, probablemente, lo siguiente será no tener un nido de palomas. Me pareció muy guay el hecho de que las cucarachas fueran voladoras y un poco menos feas. Además, no estaban dentro de casa, sino fuera. Capullo es un insulto que me encanta, porque dentro tiene algo muy bonito, pero en el momento en el que se está forjando, es un insulto. Sin embargo, mariposa, si no conlleva connotaciones homófobas, es casi un piropo.
”‘Capullos que vuelan’ es el discurso entre sueños y realidad. Los sueños son Pau y la realidad es Ruth; resuelto por el azar y el amor, que es lo que a mí me funciona en la vida”
Es interesante porque el proceso evolutivo en el que yo me había sumergido de ser un capullo a querer ser una mariposa, representa el éxito que puede que nunca llegue. Y tenemos que ser conscientes de eso. La escena de las larvas es cuando te educan y te dicen que vas a cumplir todos tus sueños, los gusanos son cuando estamos en grupo saliendo de la universidad. Hay una frase que dice Tere, uno de los personajes de la obra, y es que un gusano tiene 10 pares de corazones y no son capaces de generar conexiones entre ellos. Pero nosotros teniendo uno solo, sí que lo sabemos hacer. Es una de las frases que más me gusta de la obra: “a lo mejor eso es lo único que nos diferencia de los gusanos”. Y capullos es el momento en el que sabes que has sido una larva, has sido un gusanito y, de repente, te pones a trabajar en el Zara, el McDonals o yo que sé; y acabas dentro de un capullo del que no vas a salir porque tu trabajo de mierda no te deja tiempo para dedicarte a lo que realmente quieres, y no te puedes dedicar a lo que quieres porque no tienes dinero y no puedes dejar de trabajar en tu trabajo de mierda. La pregunta es cuándo y cómo se sale de ahí. Así que intentemos desde el capullo saltar y ver qué pasa, aunque te pegues contra el muro.
¿Qué les pasas a nuestras generaciones con la confrontación entre el éxito y el fracaso?
Nuestras generaciones tienen pánico a fracasar. Todo el mundo debería encontrar su propia definición de éxito y dejarse de comparar con los demás. Porque puede que para mí, el éxito sea hacer un recital de poesía y que venga 20 personas, pero esa misma definición, para otro poeta, quizás un fracaso. Hay que relativizar, saber qué queremos, a dónde nos dirigimos y qué nos hace genuinamente felices. Porque siempre comparamos nuestro éxito con el de las personas ‘más sonadas’ y nuestras intenciones a lo mejor no son esas. El éxito se compara desde el dónde venimos. No es lo mismo nacer siendo la hija de un famoso que ir a la universidad cuando tus padres no han podido ir. Además, hoy en día, con la democracia de la fama en las redes, donde tener seguidores y likes parece que es lo más importante, se acentúa todavía más.
L¿Entonces la felicidad existe?
Claro que existe. Si no existiera, no sé qué estaríamos haciendo aquí. Existe a ratitos. Es como la sensación que te queda cuando deja de sonar un ruido muy molesto que ni siquiera recordabas que estaba sonando. A lo largo del día, pasan cosas tristes y felices y no es justo para nosotros que digamos si somos felices o no. Eres feliz cuando comes y tienes mucha hambre o cuando tienes sexo con la persona que más te gusta en el mundo. Hay cosas que nos dan ratitos de felicidad y no hace falta baremar la felicidad en algo mucho más universal.
¿Cómo llegaste a la reflexión de MARIO CASAS en tu libro ‘Mi poeMARIO debería estar en las CASAS’?
Vuelvo a insistir: todo el mundo puede ser escritor, no te hace falta ningún editor ni vas a vivir de serlo. Quería que el título del libro sonara pretencioso, pero que a medida que lo fueras leyendo, se volviera humilde. ‘Mi poeMARIO debería estar en las CASAS’ se justifica en la última página. Está en blanco y en ella te digo que ojalá que alguno de mis poemas te haya servido de inspiración porque realmente tu poemario también debería estar en todas las casas. Es una palanca para animar a la gente a escribir. Siempre digo que, el hecho de que ponga MARIO CASAS fue sin querer y que se me fue la mano con los tamaños de la tipografía. Yo llego a la gente a través del humor absurdo. Falta mucho humor en la poesía y ganas de quitarle hierro a la intensidad. Así que, me pareció una forma muy graciosa que tiene que ver mucho conmigo.
Es divertido pensar que la gente que no le gusta la poesía crea que es libro sobre Mario Casas y la gente a la que le gusta la poesía crea que soy un poeta de mierda porque pongo Mario Casas en la portada. Me gustaba ese puntito de caerle mal a todo el mundo, porque al final, uno termina riendo y dice “qué poeta tan tonto por no haber llamado a su poemario ‘La grima sobre la niebla’ o algo así”. El libro soy yo, y no pretendo trascender, sino hacerte escribir a ti.
“La generación Z y la posterior no se conforma. Se queja por todo lo que le parece mal, y así hemos sacado a relucir los problemas: el cambio climático, la homofobia… La generación te define porque la generación es el contexto”
Antes hablábamos de las generaciones: millennial, Z… ¡Y los hastags! ¿Dirías que son ellas las que nos definen?
Sí. Desde el empowerment de lo generacional. Vivimos en contextos diferentes y experimentamos la consecuencia de las generaciones anteriores. Además, hemos conseguido que toda esa frustración se convierta en ganas de cambiar las cosas. Poco a poco, los millennials aprendimos a gestionar esa frustración, pero la generación Z y la posterior no se conforma. Se queja por todo lo que le parece mal, y así hemos sacado a relucir los problemas: el cambio climático, la homofobia… La generación te define porque la generación es el contexto.
¿Dónde veremos a LLuis Mosquera próximamente?
El día 25 de noviembre sale ‘Asalto a Oz’, un libro de 15 autores jóvenes LGTBI contando historias LGTBI y que tiene una pinta maravillosa. También tengo un par de series, aunque el problema de las series es que las escribes, se convierten en un PDF y están en las productoras con toda la confidencialidad del mundo hasta que decidan producirlas.
Estoy escribiendo un musical, pero no tengo prisa porque en España somos muy de readaptar proyectos que han funcionado fuera. Por lo que hacer un musical original es muy complicado.
Y sigo en Famosa. Me invento juguetes y contenido para los juguetes que ya existen y eso es una maravilla. Ahora me voy por el mundo para ver qué se está haciendo en Japón, en Chicago… El mundo del juguete a nivel educativo tiene mucho que aportar. Si tu haces un avión, no es para que el niño quiera el avión, sino para que niño quiera ser piloto. Entonces, desde el punto de vista de la creatividad, me parece un rincón maravilloso. Lo mejor es que Famosa me da mucha libertad. Asimismo, sigo haciendo talleres de creatividad, donde me quieren y me llaman. Y es la parte que más disfruto, la parte de la docencia. Porque prefiero ser un trampolín para otro que no una personalidad súper famosa y que no sirva para nada en los demás.
¿Te han reconocido alguna vez por la calle?
Sí. En Valencia salgo en un programa de televisión y también salí en la Gala 3 de Operación Triunfo… Por allá entonces me paraban un poco más. Aunque tengo un problema: cada vez que me llaman pienso que conozco a la persona. Pero siempre me quedo a hablar con ellos porque me parece muy guay que la gente me conozca.
¿Y qué piensas de las etiquetas?
Las etiquetas me parecen maravillosas en la ropa para usarla un día y luego devolverla. Como herramienta de definición puede ser interesante, pero tenemos que tener en cuenta que no lo mismo tener una etiqueta que cincuenta y cinco.
Y para terminar… Hemos comenzado hablando de quién era Lluis Mosquera, ¿pero qué es lo quiere realmente?
Un balcón. Una casa con balcón (sonríe). Y quiero que no nos callemos nada mientras las críticas sean constructivas y que nos callemos mucho cuando sea para generar una conversación de odio. Las redes sociales están muy bien, pero yo solo opino de lo que me gusta. Y si opino de lo que no me gusta, no lo hago para destruir. Me parece genial ser creadores de nuestra propia opinión. No hace falta que todos seamos artistas, pero sí críticos. Y no de profesión. Porque si no, todos seremos esclavos de lo que nos están vendiendo.