Probemos una cosa… Si te preguntaran cuál es la profesión más antigua del mundo, ¿qué responderías? Vamos, tienes un par de minutos para pensarlo… El tiempo corre y no es cazador. Tampoco recolector… La profesión más antigua, según la periodista Victoria Román, es la- y te lo cuenta en «Pecadoras».
Eso es, y si no te lo crees, tan solo tienes que leer su libro ‘Pecadoras‘, una recopilación de las más famosas prostitutas de la historia. Algunas lo hacían por sobrevivir en un mundo difícil para las mujeres. Otras por poder, ambición o dinero. Pero si en algo coincidían todas ellas, es que hicieron del lecho su reino.
Y nunca el Kamasutra fue de tanto aprovecho. Las mujeres comprendieron el poder de la sexualidad, siendo adiestradas por avispados proxenetas o descubriendo por sí mismas los secretos del placer, pero se hicieron auténticas maestras del clímax. Entre sus amantes hubo reyes, papas, asesinos y productores de cine. Los hombres sucumbieron a sus encantos, pero sobre todo a su inteligencia.
Pero eso no es lo más importante, sino que “Pecadoras” ahonda en las injusticias contra aquellas que cargaron con el estigma del pecado y fueron marcadas sin haber cometido más falta que intentar ser libres o sobrevivir del único modo a su alcance. Y mujeres también que, como bien cita su autora: «simplemente vivieron de acuerdo a sus deseos sin poner freno a sus apetencias ni a su libertad para elegir cómo y con quién compartían sus camas ni hacia dónde dirigían sus pasos».
Sally Salisbury: pecadora por necesidad
Es justo lo que ocurrió con esta inglesa nacida en torno a 1690 siendo hija de un modesto albañil. De niña solo aspiraba a ganarse el pan como costurera, trabajo que no pudo mantener porque la echaron a la calle tras ser acusada de robar una valiosa pieza de encaje.
Sarah se vio empujada así, como muchos niños entonces, a sobrevivir en el barrio de St. Giles vendiendo lo que podía, incluso su cuerpo infantil. Aprendió pronto a ganar un dinero ofreciendo un rato de sexo a cambio de media corona. Lo estuvo haciendo hasta que uno de los más notorios libertinos del barrio, violador y pederasta a ojos actuales, la convirtió en su amante. Y lo fue solo mientras duró la pubertad ya que sin ningún escrúpulo la abandonó a su suerte al cumplir los catorce años.
Entonces no tuvo más opciones que trabajar para una alcahueta que la incluyó entre sus chicas en el burdel que regentaba en Covent Garden. Y ese solo es el comienzo de su historia.
La Bella Otero
La Belle Époque tuvo una estrella realmente española, aunque algo fantasiosa a la hora de disfrazar sus orígenes. Porque era española, y concretamente gallega. Su historia comenzó cuando vecino de su aldea la violó salvajemente tras asaltarla en un camino y arrastrarla a un pinar. Con la pelvis destrozada por unos desgarros que casi la dejaron estéril, quedó herida para siempre. De alma también, porque si ya es difícil cargar con el hecho de que te hayan violado, imagínate si encima te echan la culpa.
Precisamente eso es lo que la bloqueó emocionalmente en sus relaciones futuras y quizás lo que la empujó a tomar el camino que siguió. Su carrera de bailarina estuvo sembrada de amoríos y un aborto a manos de una curandera que la imposibilitó ser madre de nuevo. Los hombres se rindieron a su sensualidad y al sexo que rezumaba. Su exotismo la llevó a triunfar en el Folies Bergére y en los Estados Unidos. Fue una emperatriz en las sábanas y triunfó con los hombres más prominentes de la época
«Simplemente vivieron de acuerdo a sus deseos sin poner freno a sus apetencias ni a su libertad para elegir cómo y con quién compartían sus camas ni hacia dónde dirigían sus pasos», Victoria Román.
La reina de Montparnasse
Fue la modelo y musa de los pintores y escritores franceses de principios del siglo XX. Era bella y osada, y bordeando siempre la prostitución halló en los bulliciosos cafés de Montmartre, entre aquellos artistas a menudo con tanta hambre como ella, el lugar donde pasar la mayor parte de su tiempo.
Su madre la echó de casa tras verla denuda ante un hombre. Así que, comenzó a ganarse la vida cantando sin vergüenza en los burdeles y cabarets, posando desnuda para pintores, o simplemente enseñando sus pechos por tres francos. ¿Uno de los más famosos? Man Ray, aunque entre sus habituales estaban Ezra Pound, Tristan Tzara o Jean Cocteau, y se relacionó en aquel ambiente bohemio con Hemingway, Gertrude Stein, André Breton, Paul Elouard o Max Ernst. La acabaron coronando “reina de Montparnasse”.
La favorita de reyes y príncipes
Hubo adaptaciones cinematográficas de las vidas de algunas de estas pecadoras. Ava Gardner encarnó en el western El juez de la horca a Lillie Langtry. De entre todas las amantes del heredero al trono británico, destaca esta vividora a la que apodaron “el Lirio de Jersey”.
Fue una de las primeras socialité de la Historia, una precursora de las estrellas de Hollywood, y una de las primeras “queridas” en tener una carrera artística a la que acudir cuando las relaciones tocaban a su fin. Un modo de sobrevivir o como lo que hoy llamaríamos «reinventarse». El Príncipe de Gales, pese a estar casado y con media docena de hijos, se volvió loco de amor y no dudó en presentarla a su madre la reina Victoria. Lillie debutó en sociedad durante una cena causando sensación entre los suntuosos vestidos y aparatosas joyas de las invitadas, sin ninguna alhaja y con un sobrio vestido negro. Un toque de discreta elegancia que sería su marca personal. Fue, siguiendo el consejo de su amigo Oscar Wilde que probó fortuna en los escenarios valiéndose de su porte y de su fama de “mujer fatal”.
Triunfó en América con su encanto, al tiempo que coleccionó conquistas y abrió su propio teatro en Londres. Hizo de su capa un sayo, gracias a comprender que las sábanas fueron siempre sus mejores consejeras.
Divas de Hollywood
Demasiado larga sería la relación de todas las películas que han tenido a todo tipo de meretrices como protagonistas, en lo que se refiere a los personajes, porque también la prostitución ha estado en los orígenes de muchas de las intérpretes. Sobre todo de las que no alcanzaron la fama pero que se movían en esos ambientes tratando de lograr un papel o que caían en ello cuando renunciaban a su sueño de gloria. Otras que sí llegaron al estrellato cargaron con el estigma de la sospecha de un pasado oscuro relacionado con la prostitución, desde Jean Harlow a Marilyn Monroe, pasando por Joan Crawford.
Pero en estos casos, como en los de aquellas que quedaron en la cuneta, hay que situarse en el acoso y abuso que muchos poderosos del cine llegaron a ejercer sobre las jóvenes aspirantes a actriz. Hasta hace bien poco fue una norma aceptada prestar favores sexuales a cambio de promoción y contratos, como un peaje en el camino del éxito. Hasta que el escándalo de Harvey Weinstein vino a destapar lo que ya se intuía, desatando un movimiento de rechazo con el Me Too.
A día de hoy, la prostitución en torno al mundo del cine ya casi no es noticia y no precisamente porque haya desaparecido. De momento, la única que ha reconocido su oficio es Josephine Gillan, asegurando además que le sirvió para su personaje en Juego de Tronos. Con toda la naturalidad y sin complejos.
En cualquier caso, como afirma Victoria Román al final de su libro donde recoge más de 30 historias: «la mayoría de estas mujeres utilizaron el sexo y la seducción para progresar en sus vidas. Bien podríamos concluir, recordando a dos premios Nobel, que salvo trágicas excepciones las mujeres que aquí figuran estarían más cerca de las bellas durmientes de Kawabata que de las putas tristes de García Márquez».