Describir un show de Miranda –más aun, para quienes no conocen su abultada y colorida trayectoria– podría resultar “abrumador”. En 90 minutos, el dúo realiza seis cambios de vestuario, tocan 26 temas de 13 discos y bailan como si tuviesen dos pies izquierdos. Ni Ale Sergi (52) ni Juliana Gattas (46) parecen seguir, verdaderamente, el compás cuando hacen sus propias coreografías. Sin embargo, esa aparente descoordinación muestra la verdadera esencia del dúo: espontaneidad, naturalidad y fiesta.
Cuando se trata de Miranda, la exageración no es un exceso. Es un regalo… Y para sus fans, un festín exquisito. En un concierto de Miranda se llora, se ríe y se canta. Sobre todo, se canta. De hecho, el pasado miércoles –cuando la agrupación argentina se presentó en La Riviera–, el recinto se convirtió en el karaoke más grande de Madrid. Más de dos mil personas gritaron a todo pulmón temas como ‘Yo te diré’, ‘Don’ y ‘Traición’ y muchos acabaron agotados después de saltar con hits como ‘Lo que siento por ti’.
Asimismo, muchos seguidores parecieron llorar cuando sonaron sus sencillos más románicos o melodramáticos. Por ejemplo, ‘Uno los dos’ o ‘Perfecta’ –su single de 2007, que cuenta con más de 300 millones de reproducciones en Spotify–, que perfectamente podría ser versionada por Lucía y Joaquín Galán. Es más, Miranda tiene mucho de Pimpinela. La diferencia es que Ale y Juli no son hermanos, sino que ex novios y sus historias no parecen sacadas de un libro de Corín Tellado, sino de la rutina misma.
Las canciones de Miranda podrían definirse como odas a los romances y las rupturas de la generación catalogada como baby boomer. No obstante, como están escritas en un código millennial, la banda cuenta con fans cuyas edades oscilan entre los 20 y los 50 años. Miranda no discrimina y sus adeptos tampoco lo hacen entre ellos. En La Riviera hubo padres e hijos cantando ‘Nadie como tú’, amigas borrachas vociferando ‘Enamorada’ y uno que otro solitario murmurando ‘Prisionero’ desde la barra.
Es decir, un concierto de Miranda es un coctel de emociones y a nivel visual, un circo que todos merecemos ver, al menos, una vez en la vida. Ale y Juliana no se cortan ni un pelo, se cambian del ropa sobre el escenario, se secan el sudor con la mano, tocan instrumentos de plástico y cuando están cansados ni tratan de disimularlo…. Y en realidad, ni lo necesitan. Y es que están tan en sincronía con la audiencia, que cuando se hartan de saltar, el publico también está exhausto.
Pese a ello, no hay ningún instante de aburrimiento en su show. Incluso casi no hay palabras. Miranda no interrumpe su show en ningún momento y los cantantes no hablan hasta el cierre del recital. A veces, a los fans no les gusta que sus artistas no saluden o que no agradezcan entre canción y canción. Pero Miranda no necesita comunicarse con discursos. No hay momento en que Sergi no intente hacer contacto con sus seguidores o que Gattas no mire a sus fanáticos. No necesitan nada más que música… Y ahí es precisamente donde radica su magia.
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